«Enseñar a asimilar el fracaso», la artesana que empezó…

La vida te lleva por caminos que ni te imaginas. Y así, un día tomando fotos con una compañera, me choqué literalmente con una mujer con coleta y media cabeza rapada. Después, vi que había un hombre y que descargaban afanados una furgoneta de pintura. La mujer nos invitó a pasar, la respuesta fue afirmativa; hace rato practico que el agradecimiento y la aceptación son formas muy fáciles de ser feliz y hacer felices a los demás. Además, aquel acento, esa fuerza que desprendía en sus acciones. Hubo algo en ella que me cautivó hasta lo más profundo, pronto quise conocer su historia. 

La artesana, Laura, enseña una de sus exclusivas tejanas

«Vivíamos en el sur de Carolina, después en Texas donde estaba toda la familia de mi marido. En total, pasamos 6 años en Estados Unidos. Allí trabajábamos como granjeros en una isla que tenía tantos acres como el cuento de ‘Winnie de Phoo’. El concepto que se tiene de trabajo en el campo en EEUU es más sofisticado, los animales se alimentan con máquinas. Allí pasamos unos 4 o 3 años, entonces nos vinimos a España porque mi madre era catalana y me hizo la nacionalidad, así que decidimos venirnos acá. Encontramos la ciudad de Almería por Internet porque era similar a Mendoza de donde venimos en Argentina», explica Laura, la artesana.

El tema de los papeles… «estaba un poco tercermundista cuando vinimos en 2006, asentamos todos nuestros papeles en Miami, nuestro matrimonio, el libro de familia… Pero mi marido, Waldo, se demoró 6 meses sin papeles y yo 1mes y medio. Tuve que hacer un proceso de coger mi partida de nacimiento que estaba en Madrid y venía en burro para Almería, se demoró mucho. Después necesitaba un segundo papel, me pendían que el consulado de Miami enviara una certificación apostillada de que ellos me habían hecho el libro de familia». 

Laura explica con cierta zozobra aquel trámite que a los americanos les parecía una locura, ni siquiera tenían un formulario para lo que solicitaba. 

¿Será que lo ponen tan difícil porque tiene que tener trabas?

Pero trabas ¿a qué? El inmigrante ya está aquí, hay quien sale porque quiera conocer el mundo y quien lo hace por necesidad. Quien lo hace por necesidad no se va a ir porque pasa menos hambre aquí que en su país, es así en todo el mundo. Si no, ¿a qué te vas a ir lejos de tu familia, tu barrio, tus costumbres? Te vas cuando llegas a los 20 años y tienes un sueldo de mierda, no tienes un buen contrato…

¿Cuál fue tu primer trabajo?

Conocí a una chica que trabajaba limpiando casas y me puse con ella a trabajar durante 5 años. Me iba bien, trabajaba en el barrio cerca del centro Comercial Torrecárdenas, con lo que ahorré puse una tienda de comestibles y por las mañanas tenía una chica que trabajaba en la tienda; por las tardes, mi hija Kyara, salía del cole y venía conmigo al negocio.

Me merecía la pena trabajar limpiando casas porque ganaba bien y después te haces amiga. De hecho, la casa donde vivimos fue a través de una chica para la que trabajaba que era directora de un banco. 

La ventaja que tiene el inmigrante es que trabaja de lo que sea y trabaja, no falta, se queja mucho, pero trabaja. La gente que sale de su país por necesidad económica es gente que quiere trabajar si no se queda ahí.

Siempre te ha ido bien… Sí, si vos quieres trabajar. El problema de quien no logra concretar nada en la vida es gente que no está acostumbrada a que las cosas le vayan mal y siempre te van a ir mal. He empezado 15 veces de cero. 

Su marido Waldo acaba de entrar y lo mira como para decir la cifra que él le recuerda. Antes de la pandemia tuvieron un local cerca de la plaza del Ayuntamiento, pero fracasó. Lejos de abandonar el proyecto, Laura siguió vendiendo por los mercadillos. Desde un sótano de la calle Gerona la artesana prepara sus prendas, mientras su hija Kyara, sigue con las estampaciones. 

De izquierda a derecha: Kyara, Waldo y Laura

Los mercados los hacemos fuera en Almería, aquí cuesta un poco, la gente todavía no se acostumbra. Hay quién me pregunta: ¿Por qué sale tan cara si está usado?

Laura imprime su arte en las prendas de forma que cada chaqueta es única, a veces utiliza un jersey antiguo con una chaqueta vaquera para que la tejana luzca con nuevos aires. Los parches de animales también los usa mucho, es como un pedacito de Candem en el corazón de nuestra ciudad.

El padre de Laura es nativo americano y su madre española, ella dice que hay que ser honesto con lo que cada uno es cuando Kyara habla del mote con la que la conocen en el barrio: “la negra”. La chica fue al colegio Europa y se ha criado en Pescadería, sus padres escogieron ese centro de enseñanza para que no perdiera el inglés y sueñan con trasladarse a Estados Unidos, hay que cumplir una serie de requisitos, pero ya han presentado la documentación.

Pienso que hay que aprender a pasar un poco de eso, no estoy pendiente a que la gente me discrimine o no. si me hacen una mala mirada, no me lo tomo como algo personal porque yo soy persona también, un ser humano como cualquier otro, no me calienta. La discriminación existe si la quieres hacer realidad. Cuando viví en Estados Unidos mi marido es blanco, no sufre discriminación, yo paso más por mexicana, pero no sufrí este rechazo o no sé si no me di cuenta. Tenés que sentirte una mierda para sentir que te están discriminando, muchas veces pienso que amargada tiene que estar esta persona para que sin haberle hecho nada me trate mal. 

Cuando kyara tenía 8 años un niño del colegio le dijo que volviera a su país, la niña no lo procesó llegó a casa diciendo a su madre: “mamá, le dije que este es mi país, ¿qué pretende que venga desde Estados Unidos o Argentina todos los días al colegio? Está tarado”. La profesora trató de aclarar el suceso, pero Laura que tiene esa forma tan suya de ver la vida, y que pienso copiarle cada paso, contestó resuelta a la docente: “vos no tiene que disculparse quien tiene el problema es el niño y su familia”.  

Kyara y su madre Laura estampando jerseys

Laura ¿sabes qué me sorprende de los migrantes? La capacidad que tienen para empezar de 0, donde sea y sin miedo… Es que eso es lo que hay que enseñarle a los hijos, nena. Hay que enseñarlos a asimilar en fracaso, sea en relaciones, sea en negocios… El tema de que a unas nos vaya mejor y a otros peor pasa por una cuestión de constancia. Si a la primera de cambio las cosas salieran bien todo el mundo sería médico, abogado, tendría negocios. Te vas a caer, son cosas que pasan, en la pareja por ejemplos el primer novio no te va a durar para siempre y te va a hacer llorar, pero no te vas a aferrar tanto a una persona al punto de que cuando te deje te quieras matar. 

Vosotros que habéis empezado de 0 15 veces, ¿cuándo no te va bien que haces? Waldo contesta con un tono tranquilo algo que es una evidencia más que testada para ellos: “cerrás y volvés a empezar…” Laura sale al paso: “¿qué es lo peor que te puede pasar?, ¿que tengas que seguir trabajando? Si vas a trabajar igual”.

Además siempre intentáis ir por vuestra propia cuenta, vosotros sois autónomos… “si lo que pasa que cuando te va mal buscas lo que encuentres”, contesta Waldo. 

“Montamos la tienda con el dinero que trabajamos”, dice Laura Orgullosa. 

Son familia colaboradora con el centro de menores del Toyo. En la casa acogen a niñas cuya situación familiar o compartimiento las han llevado a tropezar con todas las piedras del camino. Laura, Waldo y Kyara se encargan de ofrecer no solo calor de hogar sino también educación. Cada una de las píldoras de sabiduría y lecciones de vida que la argentina lleva las transfiera a sus niñas. Me dice algo de una mochila de mierda que traen las niñas y hasta el rato no comprendo que participa de la salud emocional de sus pequeñas con los consejos que te podría dar alguien que vive con pocos prejuicios. 

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Los nómadas de piel bronce

Puede que la vida solo sea vivir como la hoja que es arrastrada por el viento, sin itinerario fijo, sin más pretensión que el día presente, sin cinismo, sin prisa… Siento atracción por la gente que hace de la calle su casa, por los músicos, por los artistas, por las mentes inquietas llenas de filosofía de conocimientos que no caben en el ajetreo y la rutina. 

Era un martes y salía de la Escuela un rato antes con cierta sensación de escozor porque abandonaba una actividad que de alguna forma de enriquecía. Atenta al móvil, recorría la Plaza de los Burros cuando salieron a mi encuentro dos estatuas vivientes. Eran un hombre y una mujer que tomaban café y fumaban tabaco de liar en el Bar Colón; no podía creer lo que veía. Componían una escena costumbrista entre pinceladas bronces y grises guarecidos del incesante viento que soplaba furioso, descansando de miradas ajenas. 

Laura y Bart se conocieron en la escuela de mimo de Barcelona, Moveo, y desde hace 6 años vivien como nómadas. Todo empezó en el Camino de Santiago, a pie hasta Finisterra (Galicia) se quedaron sin dinero y empezó a suceder la magia, describen. “Creía que me iba a morir cuando nos quedamos sin dinero, pero después te das cuenta que las cosas suceden, no pasamos hambre ni un día”, dice ella. Desde entonces, viven con lo que cabe en sus mochilas: un tuper lleno de hierbas medicinales, su atrezzo y la tienda de campaña. Suelen pasar los veranos al norte y los inviernos al sur. El plan de ruta pasa por los pueblos donde son bien acogidos, allí repiten el itinerario. 

Llegaron a Almería para participar en el Concurso Internacional de Estatuas Humanas celebrado en El Ejido a finales de octubre donde Bart ganó el primer premio con un personaje a quien tuvo que bautizar por primera vez, un alter ego mímico. 

Bart vino desde Polonia a los 16 años y todavía le queda un marcado acento que combina de manera cómica con su perfecto español. “Yo ya llevaba años en la calle antes de entrar en la escuela. Desde pequeño me dedicaba a la música, hice conciertos, dos discos incluso; pero al venir aquí no iba a cantar en polaco a los españoles, sería contradictorio. Además, el acento siempre se me iba a quedar. En 2012, conocí a mi primer maestro de mimo, Pawel Osmanovic; fue profesor de danza en Suecia y a parte llevaba 13 años de calle, así empecé”. 

“Hacía mucho el trayecto Barcelona, Finisterra porque leía a escritores de la generación beat y estaba flipado con eso, así empecé a viajar a dedo”, continúa el polaco. «Tuve dos épocas de vivir en la calle, en la calle, calle. No me gustan las comunas porque cada una tiene un enfoque y no tiene cabida el individualismo. La primera vez que viví en la calle antes de viajar, ahí te cambia algo. Vives en una sociedad que te genera un miedo a perder la casa, el trabajo, todo, lo sentimos lo peor, el fin. Llega un momento en que te encuentras en esa situación y no mueres, te das cuenta de que no se acaba el mundo”.

¿La primera vez que viviste en la calle fue por circunstancias de la vida o lo elegiste?

Lo elegí, tenía 18 años recién cumplidos y ya  con esa edad estaba independizado. Fue voluntario y una experiencia que te cambia, cuando acabas en la calle tu vida nunca vuelve a la normalidad porque pierdes el miedo que mantiene la vida convencional, el miedo que mantiene a la sociedad trabajando. No tienes el miedo de lanzarte al vacío, porque qué te puede pasar. Cuando has empezado tu vida de 0 5 veces una vez más te da igual. Después volví a trabajar, hice el camino de Santiago, viajé a dedo y conocí a mi maestro de mimo en 2012 y mi vida empezó a cambiar. 

Entonces profesionalizasteis el ser mimos…

En este punto se miran el uno al otro, como sin saber muy bien a qué me refiero con eso de profesionalizar y puntualizo. Entendemos por profesionalizar, hacer una profesión de… Es de lo que vivís. Se ríen y contesta Laura: “entonces, sí”. Él lleva 9 años y ella 6 como artistas callejeros. Ha caído la noche y empieza a refrescar, se alojan en el camping de La Garrofa, los eucaliptos sujetan los vientos de su tienda, además de hacer de soporte para las anillas. Bart que es de mente inquieta anda preparando un máster en nutrición deportiva y calistenia. 

Laura hacía teatro desde pequeña, como actividad extraescolar, se formó en una escuela profesional de teatro pero a la hora de enfocar la formación hacia televisión se encontró fuera de lugar. A sus 27, ingresó en la escuela de mimo porque ella ama el teatro y estar con la gente. 

¿Qué es lo que más os gusta de trabajar con gente?

Laura sale al paso: “cada lugar es diferente creo que en el norte de España a la gente no le gusta que interactúes tanto, les gusta ser más espectadores. Sin embargo, en lugares más al sur les gusta más lo contrario, que te muevas, interactúes”.

“Hace 10 años se vivía la época dorada de Las Ramblas de Barcelona llenas de artistas callejeros, pero empezó a desmadrarse un poco, llegaba cualquiera y hacía cualquier cosa. A día de hoy, los artistas son autónomos y pagan sus cuotas”. Bart tiene su opinión al respecto, piensa que el público se quema  de la saturación y la falta de profesionalidad.

¿Podéis llegar y montar vuestro espectáculo donde queráis?

“Es relativo, no hay una ley que lo regule en España depende de cada ciudad. Para cada artista hay una historia no es igual para nosotros que para los músicos por la contaminación auditiva, los artesanos…”, dice Bart.

Cuando pregunto por los personajes, sus miradas vuelven a cruzarse en un intento de adivinar qué van a decir o quién contestará primero, unas risas y arranca Bart. “Mi personaje nunca tuvo nombre, a la hora del concurso lo tenía que nombrar, pero es un trabajo puramente corporal, le puedes poner tu paja mental aunque es difícil explicarlo con palabras, es como explicar una danza. Nació hace años y es mi alter ego, tiene sus propia relación con la gente, le cae mejor que yo”. Laura sale al paso: “Y sonríes más cuando llevas contraje”. 

El personaje que representa Laura fue bautizado por casualidad. Un día la artista trabajaba y un niño con un patín empezó a rodearla a la vez que gritaba: “Abuela Pili” una y otra vez, así fue nombrada. 

¿ Podeis mantener una red de relaciones humanas?

“Sí, además la mayoría de la gente con quien mantenemos un lazo afectivo potente nuestra relación no se basa en el móvil, casi ni existe, son las visitas de cada año. Dejas de tener esas relaciones que te dicen: ‘¡ay que no me has llamado!, ¡ay que no nos vemos!’, dice él.

“No hay relaciones de día a día, no hay coodependencia claro que hacemos videollamadas con la familia. Cuando te asientas se asienta este círculo de amistades que necesitan de ese fuego. Cuando llevas una vida nómada aprendes a abandonar”. 

Para Laura es un constante hasta luego, “conoces gente y te despides, a veces te da pena irte porque estabas a gusto, pero tienes el contacto de esa persona y sabes que volverás a pasar, es como un ya nos cruzaremos”.

¿Cómo vivisteis la pandemia?

“Encerrados como todo el mundo, nos pilló en Logroño, siempre paramos unos meses en invierno para arrancar en primavera y justo cuando íbamos a salir… El confinamiento. Cuando no podíamos trabajar pues al final no nos quedó otra que endeudarnos, como gran parte de la sociedad”, dice él. 

“Cuando salimos lo primero que hicimos fue ir a ver a la familia, después de la cuarentena yo me quedé un poco tocada”, dice Laura. Fue la primera vez que la pareja se separó durante un periodo de 3 meses.

¿A quién echas más de menos cuando sales, Laura?

“No lo sé, supongo que a la familia”. Después de reflexionar un poco contesta con seguridad: “A la abuela.»

¿Qué es lo que más os gusta de ser nómadas?

“Que si te cansas de un sitio, te vas. Lo que nos pasa es que cuando en un sitio se genera una rutina y cada día empieza a ser muy monótono, nos agobia”. 

“El desafío constante, el cambio”, dice Bart entre los silencios. Considero que vuestros desafíos son mucho más grandes que cualquier reto que me pueda poner día a día. El polaco clava sus ojos azules en los míos y dice: “Creo que si lo experimentas durante un tiempo, te das cuenta que es un instintonprimitivo, cuando te parece que un lugar no te ofrece vas a buscar otro que te ofrezca. Claro que repetimos sitios, mira los golondrinas”.

¿Tenéis una cuenta bancaria?

Después de la pandemia nos tocó hacernos una porque no se podía pagar en efectivo para comprar los billetes de autobús. 

Conocemos gente de diversa índole, después miras la agenda del móvil y cada uno es de un sitio. Además, esta gente después se conocen entre ellos gracias a nosotros. 

Creís en la amabilidad de los extraños…

Sí, han tenido muchos gestos bonitos con nosotros no podríamos destacar uno. Pero sin ir más lejos el invierno pasado estuvimos en el camping de Plasencia, no pudimos salir de Extremadura porque cerraron las comunidades y la mujer del camping nos dejó un bungalow al mismo precio que la parcela de la tienda. Hacía tanto frío que se congelaba el aceite, pero nosotros estuvimos muy bien, gracias a este gesto. 

La magia hay pero tienes que dejar el espacio para que ocurra, si controlas todo desde que te levantas hasta que te acuestas ¿dónde queda? Un amigo mío caminante decía: ‘En la viña del Señor hay de todo menos uvas’.

Y la vida sigue, y el sueño pasa y bajo el puente de la Garrofa, a pesar de lo desapacible del tiempo, todavía queda espacio para una conversación sin prisa, para los peculiares, para aquellos que abren caminos inescrutables para otros. 

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Loubna Oualla, la reinvención femenina a golpe de fogón…

Loubna y Antonio, propietarios de Al-Andalus comidas para llevar. Foto: Melanie Lupiáñez

Existe una palabra en árabe que siempre me crea un nudo de emoción en medio del pecho: ‘Maktub’ o ‘está escrito’. Una consecución bisílaba nada prolija pero que engarza toda la sabiduría de la vida y del destino. Tiene tantos sentidos como entonaciones se hagan de ella pero, amigos míos, en esta ocasión puede decirse con energía. Más adelante lo entenderán.

Es jueves, mediodía en pleno centro de mi ciudad. Hora de tráfico, de niños corriendo y de olor a comida. Loubna me espera con su mandil bien puesto tras el mostrador de su negocio de comidas para llevar, Al-Andalus. Su marido se asoma tras la puerta con mirada extraña (recuerden que hemos aprendido a reconocer gestos a través de las mascarillas) pero saben quién soy. Nunca me vieron personalmente pero me abren las puertas de su negocio y de sus vidas. Ella me mira un poco extrañada también, no sabe en qué orilla situarme, si en esta o en la de enfrente, pero nos sentamos a hablar y es como si los destinos se unieran y nos conociéramos desde siempre. ¡Qué esperan ustedes si mis facciones parecen sacadas del norte de África! Tampoco es que me pille muy lejos y desconocido.

La reinvención hecha mujer se desnuda ante unas preguntas ortodoxas. Proviene de una familia marroquí -concretamente de la ciudad de Nador- que llegó a Almería cuando ella y su hermana eran unas crías, aunque su padre vino unos cinco años antes recalca. «Nunca se me olvidará aquel día gris en el que tuve que dejar todo lo que conocía. Los abuelos que me criaron, mis amigos del colegio, el resto de la familia y vecinos… Era un 5 de enero de 1994″. Loubna baja la voz, «es un sentimiento contradictorio porque aquí estaba mi padre y nos quiso dar un futuro mejor pero la tristeza estaba presente». Aún así ella siempre ha luchado, antes tenía un motivo (su hija); ahora tiene tres.

¿Cómo fue tu primer día de colegio en España?
Pues quería huir. Al primer cole que fui fue el San Luis y, al siguiente año, acudí al antiguo Virgen del Pilar. Al fin y al cabo, tengo como el corazón partido; echo de menos Marruecos pero Almería es mi cuidad.

¿Cuál fue el primer choque cultural que recuerdas más divertido?
Ahora hay un montón de marroquíes pero cuando éramos pequeñas nuestra madre nos hacía ‘henna’ (un tatuaje tradicional hecho con la pasta del árbol que lleva el mismo nombre) pero como la gente no estaba acostumbrada, nos trataban como extraterrestres. La primera vez que llevamos ‘henna’ en la mano con motivo de la fiesta del fin del Ramadán, una profesora llevó a mi hermana al baño intentar limpiarle la mano con agua y le puso las manos encima de una estufa para que se borrara y no llevara tatuajes en clase. Esto ha cambiado mucho pero como no sabíamos hablar el expañol pues no sabíamos expresar que el dibujo era pasajero y se borraba a los días.

El emprender es muy duro pero si le pones empeño y no pierdes la fe siempre sale adelante todo lo que te propongas. «Yo no tengo ningún tipo de formación en hostelería, todo lo he aprendido trabajando y de forma autodidacta. No descarto hacer algún curso de formación pero la verdad es que se me da muy bien. Más que hacer e impartido. Siempre he trabajado en la hostelería y gracias a la ayuda de mis padres que se podían hacer cargo de mi hija. Estuve un tiempo trabajando y me surgió la oportunidad de ir a Tenerife a dar un curso de cocina árabe para enseñar a los trabajadores de un restaurante. Mi objetivo era mejorar mi situación y tirar yo sola para adelante con mi hija. Estuve casi cinco meses, porque lo que comenzó como un curso de dos semanas terminó siendo más tiempo; pero la añoranza era tan grande que pensé en volver a Almería y montar mi propio negocio. Es tan importante no tener que trabajar por las noches, ni dejar a mi hija siempre al cargo de mis padres.»

Es increíble la fuerza interior y el alma blanca que conforma la persona que tengo enfrente. «A mí no me va a faltar el trabajo en ningún lado porque soy una mujer trabajadora y me daba igual buscar trabajo. Cuando volví de Tenerife busqué locales, casi con una mano atrás y otra adelante. Me arriesgué y en junio de 2016 cogí este local situado en la calle Padre Mendez, 53 (frente al IES Azcona (Almería). Yo no me achanté, cogí el paro conjunto junto a lo que tenía ahorrado y abrí Al-Andalus casa de comidas. Después de todo, el día 2 de diciembre de 2016 subí la persiana de mi propio negocio.» Loubna esboza una gran sonrisa y la satisfacción se manifiesta en cada milímetro de su piel.

¿Todo es un negocio familiar?
Sí, lo llevo yo junto a mi marido. Cuando abrí quise ayudar a mi padre en su último año de jubilación porque lo despidieron y le quedaba un poco por cotizar, por lo que se puso conmigo de socio.

¿Cómo te siente como mujer emprendedora?
Después de todo el sacrificio y todo lo que he pasado, tanto a nivel personal como laboral, estoy muy contenta. Es una satisfacción inmensa saber que esto es algo tuyo y que te lo has trabajado todo con tus manos. Solo tengo que estar encima del negocio para que funcione, no tengo que echar horas de más que ni siquiera te las pagan. Para mí es un lujo poder cerrar un domingo y dedicarme ese tiempo para mí y los míos.

No trabajo para hacerme rica, solo con sentir esa libertad de que soy la que lleva el pulso de todo lo que he construido y puedo llevar adelante a mí familia es más que suficiente. Muchas veces la gente se obsesiona y es cuando le fallan las fuerzas. Si el emprender lo tomas como una meta para cumplir objetivos a corto y largo plazo, todo va a salir rodado. No hay más misterio.

El arte de la gastronomía árabe se pasa de generación en generación: de abuelas a madre y de madres a hijas. Sobre todo en la sociedad marroquí donde el matriarcado es dueño y señor de todos los rincones del hogar pero es que es así, el hogar está por encima de todas las cosas y, si el cariño reina… No he conocido todavía a ninguna marroquí que no sepa cocinar algún plato tradicional que ha aprendido de alguna mujer de su familia.

Loubna ha abierto fronteras y ha roto moldes dentro de los fogones de Al-Andalus, tanto es así que como ella misma explica «no tengo mucha clientela marroquí, aunque al principio costó dar a conocer algunos platos, he querido incorporar recetas españolas y marroquíes en mi negocio y los españoles han sabido adaptarse y prueban todos los platos que ofrezco en mi vitrina. No voy a mentir, las pastelas de pollo y marisco junto al cordero al horno triunfan». Y fe de ello da Antonio desde el otro lado del local que, aunque es almeriense de pura cepa, no puede decantarse por un plato estrella de su compañera de vida. «Si es que todo lo que hace mi mujer está bueno», recalca posando sus manos en jarra.

¿Tienes algún pasatiempo gastronómico con el que te gusta evadirte en la cocina?

Pues me encanta hacer repostería. Es laboriosa y trabajosa porque todos los pasteles y dulces árabes los hago con mis propias manos y lleva bastante tiempo pero es una forma de disfrutar. ¡Y lo bueno que están luego con un té moruno o un café bien caliente ahora que ya está aquí la época de frío!

En este punto ya me derrito. Las bandejas de pasteles forman parte del decorado nada más entrar por la puerta y ya he echado ojo a la que será mi próxima compra y que, por cierto, recomiendo a todo el mundo. Tanjia marrakchia, por encargo. ¡Benditos los de mi casa esta próxima Navidad! Van a comer la carne de ternera más sabrosa cocinada en brasas y a fuego lento que hayan degustado sus paladares en sus vidas.

Gracias, Loubna. Esto solo ha sido un comienzo y las casualidades no existen. Maktub.

Lean, compartan y vivan. Gracias por haber llegado hasta aquí, querido lector.

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El masái modelo que pasa sus días en Almería

 

Te vistes, quedas con tus amigos y sales a comer. Llegas al restaurante, te sientas frente al mar, donde las grandes comilonas dibujan un paisaje costumbrista digno de las 2.30 de la tarde en la Urba de Roquetas. De pronto, un vendedor ambulante se te acerca a tu mesa y la perplejidad te arrebata. ¡Qué dramática una! Un africano color ébano, que por mucho que yo sea de mediana estatura, no te da la vista para terminar de averiguar su rostro sin que te escandile el sol.

Y no me puedo resistir, «¿Me puedes dar tu teléfono?» Gorgui Gadiaga sonríe con timidez, aunque asiente con ahínco y entablamos una pequeña conversación. Resulta que el gachó es masái. Sí, uno de esos que parecen sacados de los bonitos reportajes del National Geographic. El enigma de la tribu keniata donde habitan las personas más altas del planeta. Una característica definitoria que ha marcado la vida de Gadiaga, sus dos metros de altura fueron el pasaporte para dejar Senegal y trabajar como modelo en Roma. Su físico espigado llamó la atención de Macron una noche por la Plaza Mayor de Madrid. ¡El presidente francés le pidió una foto!

Emmanuelle Macron, presidente de la República Francesa, junto a nuestro protagonista en la Plaza Mayor de Madrid

Dicen que la mezcla de genes, la mezcla de razas y la mezcla entre países dan como resultado a las personas con los mejores físicos y las más bellas del planeta. Claro ejemplo de nuestro protagonista, su madre de Senegal y su padre de Kenia. Aunque él nació y creció en el país materno, eso no le ha impedido tener una condición física de escándalo con sus casi 2,10 metros de altura. Resulta curioso porque mientras él intenta explicarse es una gozada ver cómo habla español con un perfecto acento italiano.

¿Quién es Gorgui Gadiaga?

Nací y crecí en una cuidad que se llamaba Kaolack. Es una cuidad grande de Senegal, muy grande llena de cultura, un símil en España vendría a ser Barcelona. Tenía 27 años cuando dejé mi país. Ahora tengo 39 años. Sé que mi físico no supera el de los 30 años. He vivido en África y en Italia. Yo nací y crecí en Senegal. Ahora, cuando viajo, vivo con mi madre porque mi padre murió. No tengo ninguna familia en Kenia. 

¿Y cómo fueron tus pasos hasta llegar a Europa? ¿Fue duro?

Yo llegué a Italia con un visado. Casi que me tuve que ir de mi país porque en Senegal, si alguien dice que quiere ser modelo, lo señalan como homosexual y no está bien visto. Tuve que pedir asilo en Italia para estar protegido por 5 años. A mi padre le decían: «¿Tu hijo es modelo? Es maricón.» Antes nada era igual, ahora el mundo está en el proceso de superar todas esas creencias.

Nadie nunca de mi familia fue a la escuela, solo acudieron a la escuela coránica a aprender la religión y eso es muy malo. Yo incluido; yo nunca fui a las escuela, solo a aprender el árabe. Eso sí, si tengo hijos son los primeros que van a pisar un colegio.

Cuando adquieres el asilo político, durante el primer año, no puedes trabajar; ¿cómo te las ingeniaste?

Tuve que sobrevivir y trabajar ilegalmente, además, fue mi primer año para poder arreglar toda mi documentación. Fue un periodo muy cansado pero ahora estoy tranquilo.

¿Cómo fue tu inclusión en el mundo de la moda?
Siempre se fijaban en mí por la calle y fui descubierto por un cazatalentos.

¿Podías vivir de tu trabajo solo como modelo ?
Sí, la mayor parte del tiempo lo dedicaba a trabajar como modelo pero, si no, me dedicaba a vender de forma ambulante artesanía de bisutería africana, como actualmente hago en Roquetas.

Puede ser una frivolidad pero, ¿te gusta ser modelo?
La verdad que sí, me gusta cuidar mi imagen y llevar accesorios, por ejemplo, siempre me gusta llevar anillos. Puede decirse que soy muy coqueto.

¿Cómo es la diferencia de vida entre Italia y tu vida ahora?

Hay mucha diferencia porque aquí la vida es más calmada y me gusta mucho, sobre todo Andalucía. Aunque mis papeles para poder vivir en Europa son italianos.

¿Eres feliz en Roquetas?

El masai tiene que sonreír pero sus ojos reflejan franqueza. “Ahora sí que me gusta Roquetas. Antes de llegar aquí vivi en Madrid y en Zaragoza, Pamplona, País Vasco. En 2018, fui a Gandía… En Roquetas llevo 3 años. Pero según me de el punto me muevo mucho, un día me voy a Málaga, otro día me voy a Granada…»

Entonces, hablarás muchos idiomas…

Soy bilingüe italiano junto a varios dialectos de Senegal, hablo francés, un poco de inglés, y por supuesto pulaar, que es una mezcla entre ese dialecto y el árabe. Conozco ahora gente de todo el mundo, me gusta viajar y visitar muchos países de Europa. He ido a Francia, Bélgica, Mónaco, Amberes, Grecia… La mayoría de mis viajes han sido por trabajo como modelo pero también como ‘taximan.’

¿Todavía quedan masáis en África?
Claro que sí pero un grupo muy reducido en Kenia y Tanzania. Menos de un millón.

¿Los masáis ya solo viven del turismo?
Sí, ya tienen otra vida porque ser 100% masai ya es muy difícil. Ahora hay tanto turismo que es difícil dedicarte en exclusiva a la ganadería, por ejemplo. Viven mayoritariamente de los safaris. Además, yo soy más moderno porque a mi madre le encanta Europa, aunque ella se volvió a Kaolack hace un tiempo. Cada febrero voy a verla.

¿Echas de menos vivir en África?
Sí, un poco, yo quiero vivir ahí. Mi gran sueño, por el momento, es poder crear una escuela de cultura africana. En mi país existe Casamance, dedicada a las artes escénicas y a fomentar la cultura, y está ubicado en Diakene Ouloff, un pueblecito de apenas mil ochocientos habitantes al que aún no ha llegado el turismo. En este pequeño paraíso el suelo es de arena, las cabras pasean en libertad y los mangos abarrotan las ramas de los árboles.
Me encantaría desarrollar un África más moderna, siempre me gusta dar la cara más moderna de mi país, incluso de mi continente porque es la más desconocida. La gente va a flipar con esto porque claro, mi parte cultural como Masai la gente tiene acceso y lo sabe, esa parte más tradicional. Pero se sorprenderían con la cantidad de cultura que hay en Senegal.

¿De quién aprendiste hacer toda esa artesanía?
De mi padre porque él trabajó como artesano de bisutería antes de que muriera. Toda la bisutería que hago y aprendí de él está llena de simbolismo.

¿Es difícil trabajar como vendedor ambulante?
Pues trabajar en la calle es una escuela diderente. Hay que acostumbrarse a que llegues a una mesa y todo el mundo se gire en contra de ti. Otro ‘handicap’ es que se trabajan muchas horas, desde las 12 de la noche hasta altas horas de la madrugada. Aun así mi vida no es ni muy dura, ni muy fácil; creo que he encontrado el equilibrio. Pero tengo que reconocer que en Andalucía es otro rollo, la gente es más buena y más amable con nosotros. Son ricos de corazón. Andalucía tiene corazón.

¿Cuál es tu filosofía de vida?

Piano piano, todo poco a poco para estar feliz conmigo mismo y saber qué es lo que quiero y qué me hace bien. No puedo trabajar en los invernaderos porque tengo asma pero cuando baje la temporada en Andalucía sé que puedo irne a Canarias con la cantidad de ingleses que hay, y si no, me vuelvo a África para pasar esa época.

¿Cómo has vivio este tiempo de coronavirus?                                                                                                                          Este tiempo de pandemia ha sido muy duro, tanto por mi enfermedad como por la inmovilidad.

Esa alegría de vivir, esa vitalidad y ese adecuarse a las situaciones. Nunca me caso de decirlo: ¡Qué misterio el de la gente pobre, no sé cuál es, pero siempre tiene efecto.»

Lean, compartan y vivan. Gracias por haber llegado hasta aquí, querido lector.

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Come como el Papa en Almería

De izquierda a derecha Francesco y Antonio los propietarios de Buono

Caprichosos son los destinos como benditos, sobre todo cuando el telón se baja con un ‘felices para siempre’. Hace 4 años cuando Antonio Santacroce y Francesco Caldarozzi -quienes todavía no llegaban a los 30- decidieron emprender la aventura de abrir su propio restaurante italiano en el paseo marítimo de Almería. Los primos procedentes del centro de Italia habían hecho de los números su futuro y decidieron estudiar ciencias económicas, pero la gastronomía la traían arraigada en la sangre. No cualquiera puede presumir de haber preparado la comida para el Papa Benedicto XVI y, de ser los primeros en hacer repartos náuticos con motos de agua en Almería.

Buono es el nombre del restaurante, café, pasta, pizza, los pilares de su comida. La palabra que denomina al establecimiento es una declaración de intenciones, una filosofía, los principios de la bella Vita italiana. Porque como dice Antonio «cualquiera puede comer comida en casa o en cualquier parte, pero ir al restaurante es una experiencia».

Antonio es el corazón del proyecto, quien se mancha las manos en la cocina para preparar cada receta, quien imparte clases al personal para que cada cosa, sea cada cosa. El hostelero apasionado de la historia y la diplomacia, conoció Almería durante su estancia Erasmus y no pasaron muchos años para que convenciera a su primo, Francesco de montar un negocio en nuestras costas. 

Antonio Sanatacroce

Francesco es el cerebro, una frase denota su implicación en el negocio: «yo lo llevo todo, podría engañarlo y no se daría cuenta, confía plenamente en mí». Antonio lo mira y asienta con total tranquilidad: «no lo hace porque sé donde vive, aquí y en Italia», y ambos rompen a reir con la complicidad de alguien que ha sido tu compañero de viaje.

Primos y socios desde su primera juventud, cuando organizaban fiestas en la piscina del hotel familiar, Santocroce en Sulmona. Y aunque quede poco tiempo libre para el ocio cuando el negocio es propio -aqueja Francesco-, todavía saca rato para practicar deporte. «El calcio que no nos falte a los italianos» y dramatiza con el gesto tan particular de la mano en pico mientras esboza una gran sonrisa. 

¿Qué comida hacéis en el restaurante, llamáis a la abuela que os de recetas?

Se ríen y primero habla Francesco: «La cocina italiana es tradición y un pequeño toque de fantasía, estos son los ingredientes básicos a partir de ahí no te puedes mover mucho». «Además que es la comida más variada del mundo, de una región a otra del país de la bota ya es totalmente diferente. La gente viene con la idea de pasta y pizza, pero tenemos carnes selectas importadas de Italia, el vino, la burrata, la trufa… Es un mundo, hay varias filologías de pizza y pasta.»

«La comida representa parte de la cultura de un pueblo, cada plato, como nace, cuenta una historia. Por ejemplo, la salsa carbonara cuando se inventó no había nata, había que tomar los huevos a crema, sin embargo, se ha usado el nombre del plato porque era popular», concluye Antonio con la sabiduría del savoir faire. Para qué mentirle, querido lector. Él puede.

Francesco Caldarozzi

Francesco tiene que aportar esta cosa de que el negocio no es solo el restaurante, sino su parte de divulgación a través de las clases de cocina para enseñar qué es la comida italiana, sus orígenes, la procedencia de cada ingrediente.

¿Recuerdas que comió el Papa?

Antonio contesta entusiasmado: «Pappardelle alla Morronese. Mi padre, Domenico Santacroce es un chef reputado que elaboró la Morronose; su propia invención a partir de los ingredientes que crecen en una montaña de la región de Abruzzo donde vive toda nuestra familia». 

¿Sois de estos jefes que están 100% en el negocio?

Sí, no podría ser de otra forma. Al principio empezamos con comida para llevar y poco a poco hemos ido creciendo. En la actualidad, tenemos 20 trabajadores, no todos a la vez y, en cada turno damos de comer a 180 comensales. 

La cultura del trabajo es muy importante para Francesco. «He trabajado delante y detrás de la barra, puedo entender lo que pasa como empleado y como jefe». Antonio sale al paso: «se trata de un crecimiento integrado donde vamos dando perspectiva a todo. No queremos parar con el restaurante, pero para mandar tienes que saber obedecer».

¿Podéis concederos dos días de descanso?

Dos días, no, uno; pero para nosotros ni eso porque cuando la empresa es propia no descansas nunca. Ahora todo depende de la planificación, el trabajo fuerte lo tienes durante 4 horas al día.

¿Cómo proyectan el negocio?

No solo somos la gastronomía en el restaurante, también hacemos catering y participamos en eventos que proyectan nuestros negocio. Antes de pandemia teníamos un evento con Ferrari que ahora está pendiente de concretar fechas.

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Ese loco que viste de blanco, el modisto Fabián…

Andaba por la vida preso de la casualidad, paseaba por la ciudad y sus pasos guiaron el camino. Hace 20 años que el modisto y costurero, Fabián Ozán, llegó a Almería; «yo soy más almeriense que tú porque yo lo elegí y tú quizás no», dice desde el sillón de su despacho vestido de blanco impoluto y con la cinta colgada al cuello, como la profesión llevaba Lázaro. 

Fabián había venido de vacaciones a ver a su hermano, era el quinto día de estancia al otro lado del charco cuando se dejó caer por el centro y vio un cartel donde necesitaban costurera y por casualidad encontró la oportunidad. Era la sastrería Hita quien fuera presidente del gremio de sastres de Almería cuando los hombres que se vestían por los pies llevaban la ropa a medida. 

¿Por qué siempre viste de blanco?

Me preguntan más por qué visto de blanco que por mi oficio. Empecé por una cuestión de meditación y al final opté por comodidad. La película ‘9 semanas y media’ fue mi inspiración, la escena cuando ella abre el armario y todos los trajes son iguales me pareció genial.

La ropa me satura y no necesito que me preocupe, todo el día estoy pensando como vestir a los demás. Tengo una boda me visto de blanco, voy al café con mis amigos me visto de blanco, tengo que ir a la escuela… Eso me aligeró la vida.

Fabián se instaló hace casi una década en un edificio modernista de principios del siglo pasado en el centro de la Almería, comparte la estancia con su padre y un galgo blanco que protagoniza todas las campañas de moda del modisto. Desde la calle, las puertas abiertas del portal invitan a pasar y unas estrechas escaleras de caracol con la baranda de madera, que harían las delicias de un romántico, llevan hasta el primer piso donde se sitúa el taller. En la carpintería, en el suelo -incluso en los vidrios de las ventanas que tienen 100 años- se entraman la elegancia con la añoranza por el buen hacer de un oficio que rezuma detallismo. 

¿Cómo se dio el oficio?

Mi padre hacía sastrería, uniformes militares para el estado. Él es mi referente de trabajo, me he criado en un taller. 

Aunque el argentino dice que ser costurero nunca estuvo en sus planes, pero se le dio tan bien que lo convirtió en su medio de vida. Ahora a sus 57 años sueña jubilarse pronto y antes de que lo coja un achaque estudiar historia en Italia. Dentro del show room donde se muestra la colección conviven el mate, los bocetos de los diseños y un pequeño lugar donde Ozán medita. La estancia lo refleja metafórica y literalmente en grandes espejos de marcos barrocos dorados, en los grandes ventanales blancos, en los juegos de luces que convierten a la habitación en un lugar cálido. 

Después de conocer sus orígenes familiares comprendo el gusto por los botones.

Claro, ahí hacíamos las pulseritas de botones era la forma de entretenernos de niños. Había cajas llenas de botones, ahí te ponían con una aguja y un hilo largo y te tenía entretenido dos horas.

¿Cómo llegó a tener su propio taller?

Me costó mucho tener mi propio taller. Primero, trabajé tres años con María Barragán pero tenía que volver a Argentina y cerrar puertas mentales. Cuando cerré todo lo que tenía que cerrar volví y ya no tenía mi trabajo porque Barragán no me quiso coger de vuelta porque había sido un impertinente, el único que se había tomado 1 mes de vacaciones en su empresa. A María la quiero mucho porque fue la primera que me dio trabajo cuando solo llevaba 5 días en Almería y siempre recordamos esta anécdota entre bromas.

¿En qué se las arregló entonces?

Trabajé durante 3 temporadas cargando camiones en un almacén de El Ejido. Ni yo lo creo (dice entre risas), pero la pasé estupendamente, fue un trabajo maravilloso. Era muy divertido, en el lugar dando trabajé había 400 personas de todas las religiones y de todos lo países del mundo, eso era Babilonia. Allí te cotizaban todas las horas como horas fijas, entonces cuando te ibas era con un buen paro. Trabajábamos una burrada de horas, yo siempre me quedaba cuando acababa la jornada y trabajaba de 08.00h a 22.00h. Fue muy importante para mi, porque me relajé, me puse tremendo parecía que iba al gimnasio.

Mi hermano me preguntaba: ‘¿Cómo aguantas ese trabajo?’ Porque nosotros siempre hemos tenido una vida fácil, pero me lo tomé como algo transitorio para un objetivo particular que era montar mi propio taller. Aprendí mucho de cocina internacional porque siempre te intercambias los platos de comida con la gente. Viví con un rumano y su mujer cocinaba muy bien, como no tenía tiempo para cocinar ella se encargaba de esta tarea. La verdad que la cocina rumana y argentina son muy parecidas.

Después de estos tres años en el almacén abrí mi taller, empecé con los arreglos, es como todos los talleres empiezan y llegué a tener 40 tiendas. Éramos 8 personas trabajando, hasta que me hartó también eso y eché a todo el mundo y nos quedamos nada más que tres personas. Ahora trabajo para muy pocas tiendas y hemos cambiado el trabajo.

¿Antes tenía más la visión de costurero y ahora de modisto?

Sí y en esto influyó mucho Susana Lirola. Ella me decía estás loco te vas a morir llevando 40 tiendas, mi teléfono no lo quería nadie, era todo el día sonando. Cuando abrieron el centro comercial de Torrecárdenas, llevaba los dos centros comerciales y de Almería. Fue poner un freo y me siento muy feliz. Dos chicos que se fueron de aquí montaron su propio taller, cogieron las tiendas que dejé.

Me quedé con el trabajo a medida, unas pocas tiendas y algunos arreglos a clientes con quienes llevo 20 años trabajando.

¿Cuándo empezó Fabian Ozán como modista con su propia colección?

Hace 4 años, no hace tanto. Retomé lo que hacía en la Argentina, la colección que hacemos no es una prenda como en una tienda en varias tallas. Es la parte que me entretiene crear una colección, no me genera dinero, pero me genera gratitud. Cuando vienen aquí las clientas ven la colección, pero hay que sumar su idea, hago varias propuestas y entre los dos sacamos un producto. Con la garantía de que la prenda que lleva es única.    

¿Cómo surge la colección actual?

Hay un tema de Madonna y un look en el videoclip que me inspira, ‘Material Girl’. Pero después lleva su ritmo, también me inspira la naturaleza, un hecho en particular. Mi referente como costura es mi familia, vengo de una familia donde se ha cosido toda la vida.

Busco mucho lo que me transmite Velazquez me encanta, recuerdo en la escuela haber visto Las Meninas. En aquella época era otro concepto, Europa estaba muy lejos, pensaba que nunca en mi vida iba a ver un cuadro de ese autor porque estaba al otro lado del mundo, 40 años atrás no había esa facilidad de subirte a un avión. Cuando vi por primera vez Las Meninas en El Prado no podía parar de llorar. Fue too much, la puerta a Europa, lo inalcanzable, lo que nunca iba a poder ver.

¿Y qué pasa con Chema Madoz?

Mi tarjeta del taller es un Chema Madoz a mi manera, el ojo fotográfico me inspira mucho. Este fotógrafo me parece super creativo, para mí es un geniecito. Por supuesto que en la moda también hay referentes, la última colección de invierno de Dior me pareció una cosa de locos, exorbitante, todas las referencias a Venecia.

Y lo que un punto de inflexión en su vida, un alejarse de malas pasadas y buscar una escapada van para 20 años. La construcción de una filosofía y un estilo de vida personal, propio y coherente. Toda su ropa puede considerarse ecológica porque tiene 0 huella de carbono. Además, tiene una bonita costumbre de revisar los roperos de sus clientas y dar una nueva vida a una prenda, Fabián acusa al estilo de vida argentino aquello de buscar una segunda vuelta. Pero me quedo con sus palabras: «no soy tacaño, soy austero», como resumen y reflexión de cómo puede ser un atelier cuando el dueño se considera un trabajador más con inquietudes y sueños. 

Fabian Ozán y yo en el reflejo

Gracias por leer nuestros post, déjanos un comentario que lo leeremos encantadas y recuerda seguirnos en redes para crear comunidad. Todavía creemos en un mundo mejor, gracias soñadores. 

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Sobrevivió a un secuestro exprés y ahora vende scooters…

Giuseppe Natoli  vende scooters para personas con discapacidad en Roquetas de Mar. Proveniente de Venezuela de ascendencia siciliana y afincado en Garrucha. ¿Cómo llegó hasta Almería y por qué hizo de esta tierra su hogar?

La tienda se llama Litona Indalo que es su apellido al revés. De su padre heredó la superstición y aquello de abrir los negocios los días clave, como cumpleaños o aniversarios. «No sé si mi padre tenía esa costumbre para no olvidarse de las fechas importantes, pero no creo porque él tenía muy buena memoria», hace la chanza para continuar su relato. Toda la vida se dedicaron al mar, tenían una empresa que vendía barcos hasta que con la dictadura las concesiones a los pescadores se congelaron y hubo que seguir buscándose la vida abriendo un cyber café enclavado en una zona turística donde había caudal. 

Nunca había conocido a alguien que hubiera sido secuestrado, pero esta es la magia de hablar con extraños de lugares remotos, además de viajar sin dinero te llevas sorpresas que jamás hubieras imaginado. 

Si das al play puedes escuchar al propio Giuseppe narrando cómo vivió aquellas horas de angustia durante su cautiverio. 

Era principios del nuevo siglo y Venezuela estaba en una situación económica crítica, el padre de Giuseppe ya retirado, pero todavía manejaba el negocio. Tanto el padre como el empresario fueron secuestrados el mismo día, eran bandas perfectamente organizadas que sabían quién podía tener algo de dinero. Irrumpieron de madrugada en la casa de Giuseppe, lo maniataron, «como un cerdito, solo me faltaba la manzana en la boca», en sus propias palabras. Cuando los secuestradores se marcharon, partieron la llave de la cerradura para que no pudiera salir, pero no se llevaron el coche. Una llamada por teléfono para pedir ayuda logró sacarlo de su casa y corroboró que su padre había sufrido la misma situación. 

Todavía huelen a miedo sus palabras y su mirada grave. A pesar de contar entre risas que su padre se lo tomó a broma todo. 

Creo que de sus raíces italianas preserva la familia como pilar y apoyo, la amistad como estandarte y un cariño grande por el pueblo gitano, porque su forma de vida le recuerda a la de sus paisanos en Cumana, provincia de Sucré. 

Los clientes llegan y toca resolver las papeletas, como buscar una silla de un ancho especial para una señora francesa, la gracia es entenderse, aunque la comunicación se produce sin muchas dificultades, a pesar de las diferencias idiomáticas.

Toda la vida se ha dedicado al comercio, a los negocios y a buscarse las habichuelas como decimos aquí. Viajaba desde Italia a Barcelona para buscar una scooter a su padre porque en nuestro país eran más baratas. Se tomó un año sabático e hizo turismo por nuestro país, hasta que encontró Almería y el Indalo lo guio. «El Indalo es muy parecido al tótem cartaginés y es algo que siempre he llevado conmigo», además del horizonte, supe que era mi lugar. 

También puede arreglar cualquier mecanismo con cables, «mi familia me llama el come cables, ¿tú ves alguno por aquí en medio?» Y el hombre esboza una carcajada. Asegura que no morirá de infarto porque se la pasa riendo y en una tarde fui testigo de que es cierto.

Ahora me gusta detenerme a observar su retrato y analizo la simbología que refleja literal y metafóricamente. Nunca lo hubiera conocido de no ser por la recomendación de un amigo que no equivocó sus palabras al decir: «me gusta porque es una persona que tiene valores».

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Evita enfermar si comes vegetal, el podcast de consejos…

Ana Molina, la nutricionista de Biosabor

¿Sabías que las enfermedades son evitables a través de la alimentación? Es decir, que te comes tu alergia, tu colesterol o tu reuma con cada bocado a esa deliciosa hamburguesa, con el helado, con los bollos…

La nutricionista y farmacéutica, Ana Molina sigue esta corriente que asegura que la nutrición influye en nuestra salud y que con buenos hábitos se previenen enfermedades. En su libro ‘Lo saludable de los alimentos‘ puedes profundizar en el tema, además dedica un capítulo a los ayunos, como podrás escuchar en el podcast es una auténtica apasionada de privarse del café de la mañana.

Molina es la actual directora de investigación y desarrollo de productos en Biosabor, ha trabajado en Cajamar, Coexphal… Es una almeriense retornada que anduvo por Inglaterra y regresó a su tierra para ofrecer su experiencia a los mejores sabores con la mejor materia prima en hortalizas de Europa. 

Escucha el podcast y acércate a nosotras. Si te pica la curiosidad puedes seguir conociendo a Ana en su web ‘AMNUTRICIONINTEGRAL.COM‘.

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100 años viviendo del esparto en Almería, Antonio Casado

Antonio Casado Aún puedo recordar con claridad la última Semana Santa que viví en Almería antes de toda esta anormalidad. Era martes santo y Ana Mar de Quero cantaba al Santo Cristo del Amor una saeta con “la miel en la garganta, porque cantando también se reza”, como dijera el cofrade. La calle Granada estaba paralizada: de fe, de amor, de un algo que solo se puede comprender a través de la experimentación propia. Para mí es la gracia humana de unirnos y realizar acciones que trascienden al individuo.

Y en esas andaba, medio ebria de olores, de la luz de la primavera que invade la ciudad por esas fechas y despierta la vida, cuando salió a mi paso una tienda de canastos. Canastos, mimbres y esparto; la imagen del comercio se convirtió en un recuerdo que recupero 3 años después.

Con la esperanza de no perderme nada, seguí el itinerario trazado aquel Martes Santo, desde la Puerta Purchena abordé la calle Granada y en cada recodo metía la cabeza con la esperanza de volver a aquella imagen iluminada en mi lóbulo frontal.

Desde la calle Carmelo apareció el escaparate de Artesanía Casado tal y como lo recordaba con los mimbres, el esparto, la madera; objetos que han sobrevivido a la revolución industrial y a la tecnológica. Capazos de esparto que el propio Antonio Casado saca de sus propias manos, tras un duro proceso de elaboración con unas enormes agujas de hierro de unos 20 cm. El padre de Antonio fue quien abrió el establecimiento en 1925. “Mi padre aprendió el oficio con 20 años el oficio, porque antes se ganaba bien, ganaba más que trabajando en una tienda de comestibles. Había mucha demanda de esparto que mandaban a Marruecos, a las minas, a todos lados”.

¿Antonio cuándo nació usted?

Yo en 1936. Me pilló la guerra, pero era chiquitillo.

¿Cuándo aprendió el oficio?

Empecé a trabajar a los 14 años con mi padre en la espartería, hacíamos espuertas para el campo, ceazos, aguaderas, en fin, una pila cosas. En Baza hacían la pleta, (Antonio hace un alto y señala un canasto que cuelga del techo para ejemplificar de lo que habla), ahí echaban los tomates y los pepinos cuando empezó la agricultura.

Antonio, a sus 85 años, está jubilado; sus manos deformadas atestiguan el duro trabajo que han desarrollado. Sentado en una silla de bambú se abanica con un paipái, hace un calor bochornoso y descansa sus pies descalzos sobre una estera de esparto, un gesto que denota como el negocio es su hogar.

¿Qué es lo que más le gusta trabajar?

La espartería es lo que más he hecho, en la tienda reparamos muchas cosas que se hacen fuera, como las sillas de rejillas…

¿Esas alpargatas son ornamentales?

En el año 50 se gastaban esas alpargatas en el campo… Todo el mundo llevaba esparteñas y albarcas, con suela de goma y la cara de esparto. Casi todos los campesinos sabían hacerlas, el conocimiento se lo pasaban los viejos a los jóvenes, era una cadena.  

También recuerdo las esteras para los camiones. En aquellos años iban hasta Madrid cargados de pescado y ponían la estera de esparto arriba de la carga para que aguantara.

La artesanía Casado es el único establecimiento de estas características en el centro de Almería. Casi un siglo de historia, una guerra, el milagro almeriense, el cine… Suministraron la cordelería en Exodus de Ridley Scott.

Carmen Casado

Quien está al frente del mostrador a día de hoy en Carmen, la tercera generación quien atiende primorosa a los clientes habituales vienen a por cuerda y ya sabe cuál tiene que buscar. Solo lamenta la bajada de calidad, calidad y valor del trabajo del artesano con algunas exportaciones a bajos precios. Y recuerda la vida sin tanto sobresalto

“Antes te las tenías que ingeniar con muchas cosas, no te podías aburrir. Tenías que matar el tiempo en algo útil. Como no entretengas las neuronas, se gastan. Yo no trabajo el esparto hay que tener cierta habilidad y cualidades, unas manos fuertes”.

Y regreso al bullicio de un viernes tarde en el centro con la algarabía de la calle en contraste con un manso lugar.  

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El último fragüero de la Pescadería

Ramón Santiago Moreno

No conozco el calor de una fragua, ni el amor de 50 años de profesión, no sé que significa apellidarse Santiago, ni me acompañan las herramientas que mi abuelo hizo con sus propias manos. Pero sé de alguien que reposa su cabeza en el legado de una vida y hunde sus raíces en los manantiales más profundos de su pueblo. Ramón Santiago Moreno, es el último fragüero de la Pescadería de Almería.

“En el Camino Viejo, no tiene pérdida”, con estas señas y desde unas anchas escaleras, donde antes se situaba la Foca, se llega hasta la casa-taller del almeriense. A media tarde, el cobijo de la montaña proporciona sombra, sopla una suave brisa de primero de septiembre, el aire suena hondo a Flamenco, Ramón anda afanado en pintar unas sillas con forma de guitarra.

¿Es usted Ramón?

Sí, pasad.

El artesano abre una puerta blanca con exquisitos adornos dorados, una habitación de apenas 6 metros cuadrados hace su particular museo de cobre, hierro, acero, bastones, botas, un retrato de familia numerosa donde él es solo un chiquillo y otra de licenciado, de esas fotos que hacían a los muchachos cuando se convertían en hombres a su paso por el servicio militar. “Vendo lo que hago yo, lo que no hago, no lo vendo, porque no sé ni qué vale. Hace poco vino una mujer y le parecía caro 20€ por una guitarrita de cobre”, dice jacoso.

¿De dónde le viene el oficio?

Me viene de mi bisabuelo, dentro guardo la fragua con la que él trabajaba, pero hoy en día no la puedo utilizar porque necesita unas pastillas de carbón especiales. Tuve la suerte de conocerlo, yo tenía como 7 u 8 añillos y me acuerdo de él. Mi abuelo hacía los aperos del campo, las herraduras de los animales, en fin… No se ganaba mucho.

Nació en 1955 y pasó sus primeros años en una de aquellas casas cuevas que Pérez Siquier inmortalizara para los restos, porque ya solo quedan ruinas. En su adolescencia se trasladó a la calle que ha visto nacer a sus 5 hijos, nietos y biznietos. “En Navidad nos juntamos 23 a comer y porque mis hijos no han tenido mucha descendencia, el que más tres”.

La familia es la razón de ser de este hombre que continúa: “Yo sueño con ver a los hijos de mis biznietos, el mayor tiene 5 años, pues 15 años más que dure y llego a verlos”, sonríe, recapacita y dice: “Claro que uno tiene lo suyo”.

Ramón muestra una faca de atrezo hecha por él y yo entusiasmada

Su mujer, María, sale de casa con un vaso de agua y una pastilla, le mete a Ramón el medicamento en la boca y dice: “En el nombre del Señor”; y con esa comitiva solemnidad el marido toma su medicación y ella vuelve a lo suyo. “Llevamos toda la vida juntos, nos conocimos y ella tenía 16, yo 18 años”, de nuevo sus ojos se hacen chinitos al recordar tiempos pasados… “Ya ves tú”.

¿Se ha dedicado toda su vida a la fragua?

Que va, yo empecé con esto tarde, ya estaba casado, tenía mis dos primeros hijos. He trabajado 40 años como albañil en la empresa y haciendo carreteras. 

Con los brazos apoyados en el muro que sustenta el balcón donde se ubica su casa y la vista perdida en el horizonte del puerto pesquero se adentra en su relato, en sus recuerdos. “A mi padre le daba hasta coraje cuando le preguntaba por algo de la fragua. Me decía: ‘Toda la vida lo has visto hacer y no sabes cómo se hace’. Siempre lo he tratado con mucho respeto, le hablaba de usted y no me vio fumar hasta que vine de la mili. Ahora la cosa es diferente mis hijos me respetan, pero a veces me hablan como si fuera su amigo y eso tampoco es”, pronuncia estas últimas palabras con la mano derecha en el corazón y un esbozo de sonrisa.  

Y de todo un poco de lo que fue y lo que es la vida, de cómo el dinero y los orígenes vertebran las clases sociales Ramón pone la cara B de la realidad de un barrio históricamente castigado por la pobreza. “Mi hija trabaja en los almacenes, tiene dos hijos y no tiene para pagarse un alquiler. Además, la vida ya no está como antes que con 10 barras de pan se apañaba la familia, tú dales a mis nietos pan na más”.

“Si no fuera por la marihuana, la gente pasaba hambre como en el tercer mundo. Que no estoy de acuerdo porque a veces hay cortes de luz y la gente se pasa, pero lo puedo comprender”.

Olla donde comía la familia de Ramón cuando era niño y retrato familiar arriba

¿Ustedes han pasado fatigas?

Sí.

Pero fatigas que Ramón ha transformado en cada pieza, cada detalle y cada historia que los objetos pueden contar a través de su testimonio vivo. “En esa olla que ves ahí, comíamos toda mi familia”, ahora en un reloj con guitarras. “Esas botas que ves ahí colgadas, me las ponía antes para vestir porque quedan muy bonitas con un vaquero. Me las regaló mi hijo mayor con su primer sueldo”.

“Muchas gracias, volved cuando queráis y traed más amigos”, se despide Ramón.

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