Ilan Wolf aprendió fotografía con una cámara que sobrevivió…
- 28 de agosto de 202228 de agosto de 2022
- por Melanie Lupiáñez
A los veinti pocos se mudó a Amsterdam para fotografiar modelos, el mundo estaba por descubrir y llevaba en el ADN los genes de la diáspora judía. Ha hecho fotos utilizando la luz de luna y su obra se reparte entre Paris, Berlín, Israel, New York… hoy desde Almería cuenta cómo una vieja cámara que su padre salvó de los nazis fue el origen de todo.
Ilan Wolff (1955, Israel)es un reconocido representante de Cámara oscura en su trabajo utiliza latas, cajas e incluso su propia furgoneta para tomar fotografías. Cuando se inició en 1981 apenas había documentos, «pensaba que estaba solo en el mundo». Wolff ha desarrollado la técnica de forma peculiar y personal. Es el único fotógrafo que ha hecho un fotograma con luz de luna llena de 30 metros de largo y 127cm de alto en el que participaron casi una treintena de personas.
Pin hole, cámara oscura, cámara estenopeica aunque tiene diversos nombres es el principio básico de la disciplina cuyo padre es Da Vinci. Solo se necesita una caja oscura, un punto de luz, un papel fotosensible y mucha imaginación.
“El círculo se cierra”, dice Wolff emocionado. El fotógrafo contempla desde el otro lado de la vitrina la cámara con la que su padre dejó Alemania por la ocupación nazi y buscó una nueva oportunidad en Palestina.
Moshe Wolff había vendido todas sus pertenencias para comprar aquel objeto y en la aduana se la jugó al esconder la cámara en la maleta porque los judíos solo podían salir con lo puesto, Ilan se tira de la camiseta para contextualizar.
Aquella reliquia había permanecido en el Museo Judío de Berlín junto a las instantáneas que Moshe Wolff había tomado. Allí dio una serie de conferencias y en un proyecto conjunto Ilan representó los escenarios que su padre había captado años antes a través de la cámara oscura. “Mi padre decía ¿esto qué es Ilan?, pero las fotografías están mal ”, se ríe el artista.
Entre las capturas; ruinas de ciudades italianas desoladas por la II Guerra Mundial, retratos con un gusto propagandista de su familia judía en New York, un autorretrato en un espejo y la propia ciudad de Hamburgo donde había vivido antes de dejarlo todo.
El vínculo con esa pertenencia trasciende los entresijos de la vida. Porque con aquella Baldina Ilan Wolff dio sus primeros pasos en la fotografía, e inició estudios en el instituto de Artes de Haifa en Israel.
“Mis compañeros me decían ¿Ilan pero dónde vas con eso?, algunos llevaban estas Hasselblad de última tecnología”, recuerda divertido el fotógrafo.
En aquella vitrina alojada en el recibidor de la casa se exhiben cámaras y, objetos con una historia inspiradora. Instantáneas de los familiares del matrimonio, fotos de principios del siglo XX coetáneas en el tiempo, distantes geográficamente que hoy se encuentran en un espacio museístico privado.
De la trayectoria de Ilan Wolf, de cómo cambió Amsterdam, París, New York por un pequeño pueblo en Almería tuve una tarde de relatos, anécdotas, risas, técnica, amor por el trabajo, cactus en la terraza de una calurosa tarde de verano y vino blanco. Puedo decir que no cualquiera abre las puertas de su casa sin miedo a las cuestiones que puedan plantearse.
Disfruté del placer de adentrarme en el archivo con rollos en estantes que atesoraban imágenes únicas, cual rata en biblioteca de Alejandría, emocionada por el privilegio de ocupar aquel lugar único.
Me sorprende el material, el peso de la obra, masa física y espiritual, el legado de un artista. Yolanda Domínguez, su pareja, me cuenta que los vecinos no saben muy bien a qué se dedica Wolff con todas esas cajas por todas partes, una furgoneta destartalada en la puerta y sus ojillos inquietos siempre en la búsqueda y el descubrir, la magia del revelado, el olor de los químicos, la procesión de los haluros.
El fotógrafo de las latas de pintura
“Terminé los estudios y me fui a Amsterdam en el año 1982, no esperé a mi diploma, en aquella época era una ciudad de artistas y daban muchas ayudas a proyectos culturales. No sabía que me iba a dedicar a esto, mi idea era ser asistente fotográfico y trabajé como fotógrafo de moda un año, pero no me llenaba. Siempre estaba haciendo collage con las fotos y cosas, hasta que recordé aquella vez que vimos la cámara oscura en la escuela. Llamé a mis padres y les dije que me enviaran el material, el papel fotográfico”, así fue como a través de una técnica centenaria Wolff descubrió su vocación.
En el año 1984 la Biblioteca Nacional de París se hizo con una de las fotografías de Wolff, el propio artista reconoce que este acto marca su profesionalización.
“Mi carrera comenzó en París, pensaba que estaba solo en el mundo, fui a preguntar porque en aquel tiempo era la biblioteca con el mayor archivo fotográfico y me compraron mi foto. Hasta entonces no había pensado que tenía que vender mi obra. Allí hice mi primera exposición personal. Cuando me encargaron mi primer proyecto y vieron las lata de pintura que utilizaba para hacer mis fotos se quedaron en shock”.
A través de la estenopeica el octavo arte vuelve a su forma primigenia, a su definición etimológica; pintar con luz y se desprende del celofán que la envuelve entre objetivos y lentes. Convertir lo ordinario en extraordinario, es el arte del mimo, como recortar el espectro de luz visible es la fotografía.
¿Cuándo empezó a vivir de su obra personal?
En el 1992 el Cité Internationale des Arts me dio carta blanca para hacer el proyecto que yo quisiera. Entonces viví 10 meses dentro de la cámara, transformé el estudio en una cámara obscura, pedí a la secretaria la taladradora para hacer los agujeros por donde entrara la luz en las ventanas. Fue una performance en la que primero estaba yo solo y después involucraba a mis amigos en el papel se representaban dos realidades; el mundo exterior y el interior del estudio.
Concepto de fotografía para el Ilan Wolff
“Para mí la fotografía está en el revelado, ahí es cuando estoy en frente del papel en blanco. Porque no sé lo que puede pasar, si la emulsión es muy fuerte, si la luz ha entrado durante mucho tiempo. Y claro, no puedo volver y hacer la foto. Es un proceso muy largo que me lleva horas. Cuando hice la foto del cable inglés, había metido mi furgo (transformada en una cámara oscura) en esta pequeña playa que hay junto al Monumento a la Tolerancia y cuando salí el mar la había inundado”. En este momento se ríe.
“Durante los talleres la gente se lleva las manos a la cabeza y exclaman cuando entramos en el cuarto de revelado e Ilan camina sobre el papel fotosensible para desenrollarlo”, dice su pareja.
“Cuando conocí al directo de Kodak en el Festival Fotográfico de Arlés, le dije que tenía un problema con su papel, con dos cojones (pausa dramática para decir el taco, como planteándose la adecuación), él me dijo que si iba a América lo contactara. Me pagaron el avión desde New York hasta Bufalo que es donde está Kodak, todo, una limusina vino a por mí y fuimos a comer a un restaurante. Le expliqué que el sello de su marca se transfería al positivar las muestras e hice un proyecto fotográfico en que me dieron todo lo que quise y me pagaron muy bien”, dice el artista.
De cómo conoció España y se quedó en esta parte del mundo
El proyecto Imagina fue a Almería lo que la película de color al fotoperiodismo. A principios de los 90 se situaron en el levante español los representantes más relevantes de esta disciplina. Un cartel con 36 nombres de todas las nacionalidades que unidos por Manuel Falces crearon el germen de los que sería en Centro Andaluz de la Fotografía situado en el corazón de la antigua ciudad fortaleza.
Ilan Wolff y el fotógrafo (Manuel Falces) se habían conocido años antes en Madrid en una de las conferencias de cámara oscura de Ilan cuando el artista llevaba intérprete porque no hablaba español. Falces, reputado crítico de El País y fotógrafo, quedó prendado del trabajo de Wolff y así participó en Imagina y conoció esta tierra.
El fotógrafo comenzó a frecuentar Almería, se enamoró del clima, la luz… al principio lo atrapó San José y para conocer más de su historia, además del trabajo personal os invito a que visitéis su página personal.
Ahora sí nos despedimos del hombre que vivió durante un año dentro de una estenopeica, que retrató New York, París y El Cable Inglés con 25 latas de pintura y una furgoneta. El hombre que tiene altavoces donde los originales custodian su archivo personal, que tuvo la ocurrencia de hacer una foto con luz de luna y cuyo fotograma puede presumir de ser el más grande del mundo.
Antes de irnos os quiero decir que jamás dejará de maravillarme la confianza que la gente me da, las confidencias que comparten, cómo me hacen partícipe de su vida a través de su relato, cómo los objetos se convierten en pertenencias cuando los vínculos emocionales que generamos con ellos trascienden la utilidad para la que son concebidos. De cómo la cámara de un refugiado judío inspiró la carrera artística de su hijo.