«Mi secuestro se frustró porque el pueblo guineano estaba…

Adão Ramalho, periodista de Guinea Bissau

«El periodista no miente, solo cuenta relatos, verdades e investiga», dice el comunicador guineano Adão Ramalho. Estos principios casi le cuestan la vida, llegó la pasado primavera a Roquetas de Mar para tratarse de las secuelas de la brutal paliza que le propinaron unos encapuchados mientras informaba del regreso del presidente del partido opositor al golpista Umaro Sissoco. Hoy, su físico está curado y rememora su historia desde una cafetería de Roquetas de Mar, el pueblo que se ha convertido en su refugio. 

«Mi salvación fue saber que el pueblo estaba conmigo, que cuando intentaron secuestrarme solo se quedó en una brutal paliza porque la gente que había en la calle sabía quién era yo y acudieron a ayudarme”. Ramalho ha sido una de las voces que ha acompañado a la población en Capital FM, una pluma disidente en Diario Bissau y un dolor de cabeza para el gobierno, como dice su compañero de profesión y roquetero de adopción Constantino Gomes. 

Los amigos se conocen desde la facultad, “dormíamos en la misma cama, imagínate, pero esto nunca ha sido una barrera entre nosotros”, dice Constantino entre risas. “Me ves lo alto que yo soy y mira a Adão”, el Pulga y el Linterna versión guineana. 

Hace 15 años que Gomes dejó Bissau, uno de los países mas pobres del mundo, 1000€  frente a los 23.000€ de renta per capita en España durante el pasado 2020, según el informe de datos macro.  El compañero y amigo inseparable le tendió la mano en ese momento difícil de llegar a un país extranjero, donde no conoces el idioma, la cultura… Quien tiene un amigo tiene una fortuna, que dice el dicho.

 ¿Cómo se vive un intento de secuestro? ¿Cuáles son los sentimientos que tiene una persona cuando sufre este tipo de violencia?

Él se relaja, esboza una sonrisa y me mira. «Pues con naturalidad.» Y se hace un largo silencio. «Yo me siento natural con el secuestro porque yo elegí ser periodista. Lo hago por el amor tan profundo que le tengo a la profesión y a la necesidad de dar voz a quien lo necesita. No es la primera vez que me ocurre, solo que esta situación última que he vivido se ha convertido en muy peligrosa para mí. Anteriormente, he recibido amenazas en forma de avisos, cartas, llamadas telefónicas… ¡Dos veces han intentado atropellarme con una moto! El problema de todo esto es que son cosas que ante un juez y un juzgado en Bissau son difíciles de demostrar.» Sin embargo, Ramalho asegura que el estar amenazado lo ha tenido motivado.

Entiendo que la corrupción esté muy extendida a todos los niveles pero, ¿cuáles son los mayores retos a los que se enfrenta el ciudadano de a pie cada día?

Pues para comenzar el problema mayor es el de la educación. Es lo que mas escasea porque no es una educación de iguales. ¿Qué piensas de un país en el que los ministros, presidentes y altos cargos de funcionariado tengan que estudiar en el extranjero? Para poner en contexto, en 48 años de República y de independencia solo ha habido una universidad pública y cerró hace 10 años. Constantino y yo hemos sido unos privilegiados porque, aunque nuestras familias no son ricas, hemos conseguido llegar a la universidad. Ambos estudiamos en la Universidad Lusófona comunicación institucional y periodismo, y en la escuela Agencia Bissau Media Publicaciones. Los niños no pueden ir a la escuela porque los profesores y los funcionarios están casi siempre de huelga luchando por obtener unos sueldos dignos.

«Tampoco hay un buen sistema alimentario, no es el adecuado. Guinea Bissau es un país ríquísimo en recursos y en agricultura, sobre todo en la producción de arroz y pesca pero como el sistema es tan negasto el país no se sostiene y hay alimentos básicos que hay que importarlos de fuera, de países como Senegal. Además, nuestra capacidad pesquera es muy amplia pero todo se va hacia otros mercados y no se queda en el país. ¡Y la importancia del agua potable! Con tantos cortes de luz y una infraestructura de carreteras poco cuidada y escasa…»

¿Cómo fue el proceso de llegar a España?

Yo vine aquí a través de un visado de turista porque, claro, con mi situación y el peligro que corría allí me lo concedieron de inmediato, cumplía todos los requisitos. Lo que no sé si voy a conseguir es el asilo político aunque voy a luchar por ello, no quiero volver a poner en riesgo mi vida. Tengo a buenos amigos aquí como a Constantino que es más mi hermano que amigo. De España quiero ver sus capacidad que tiene de organización, aprender de sus técnicas sanitarias, de convergencia y de relaciones internacionales. Este país me da confianza y veo un ambiente social que aguanta y se puede sostener.

Los periodistas nos tenemos que adaptar a casi cualquier tipo de situación nueva, a cualquier realidad por dificil que sea. Al comienzo, el idioma puede ser un handicap pero no me rindo. En cuanto lo aprenda sé que solo vvoy a seguir creciendo.

Y porque como periodista la lucha se puede seguir a través de Internet en cualquier parte del mundo…

Sí, claro. Yo nunca voy a dejar de ejercer como periodista. Es lo que sé hacer.

En Guinea-Bissau no se respeta el derecho a una información libre y la autocensura sigue siendo una práctica frecuente cuando se trata de abordar temas como las debilidades del gobierno, el crimen organizado o la influencia de los militares en la sociedad. Algunos periodistas han optado por exiliarse frente a las intimidaciones y las amenazas que padecen.

El país subsahariano ocupa el puesto 95 de 180 países en cuanto a la libertad de información según el último informe de Reporteros sin Fronteras que analiza este derecho fundamental para la Democracia.

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Loubna Oualla, la reinvención femenina a golpe de fogón…

Loubna y Antonio, propietarios de Al-Andalus comidas para llevar. Foto: Melanie Lupiáñez

Existe una palabra en árabe que siempre me crea un nudo de emoción en medio del pecho: ‘Maktub’ o ‘está escrito’. Una consecución bisílaba nada prolija pero que engarza toda la sabiduría de la vida y del destino. Tiene tantos sentidos como entonaciones se hagan de ella pero, amigos míos, en esta ocasión puede decirse con energía. Más adelante lo entenderán.

Es jueves, mediodía en pleno centro de mi ciudad. Hora de tráfico, de niños corriendo y de olor a comida. Loubna me espera con su mandil bien puesto tras el mostrador de su negocio de comidas para llevar, Al-Andalus. Su marido se asoma tras la puerta con mirada extraña (recuerden que hemos aprendido a reconocer gestos a través de las mascarillas) pero saben quién soy. Nunca me vieron personalmente pero me abren las puertas de su negocio y de sus vidas. Ella me mira un poco extrañada también, no sabe en qué orilla situarme, si en esta o en la de enfrente, pero nos sentamos a hablar y es como si los destinos se unieran y nos conociéramos desde siempre. ¡Qué esperan ustedes si mis facciones parecen sacadas del norte de África! Tampoco es que me pille muy lejos y desconocido.

La reinvención hecha mujer se desnuda ante unas preguntas ortodoxas. Proviene de una familia marroquí -concretamente de la ciudad de Nador- que llegó a Almería cuando ella y su hermana eran unas crías, aunque su padre vino unos cinco años antes recalca. «Nunca se me olvidará aquel día gris en el que tuve que dejar todo lo que conocía. Los abuelos que me criaron, mis amigos del colegio, el resto de la familia y vecinos… Era un 5 de enero de 1994″. Loubna baja la voz, «es un sentimiento contradictorio porque aquí estaba mi padre y nos quiso dar un futuro mejor pero la tristeza estaba presente». Aún así ella siempre ha luchado, antes tenía un motivo (su hija); ahora tiene tres.

¿Cómo fue tu primer día de colegio en España?
Pues quería huir. Al primer cole que fui fue el San Luis y, al siguiente año, acudí al antiguo Virgen del Pilar. Al fin y al cabo, tengo como el corazón partido; echo de menos Marruecos pero Almería es mi cuidad.

¿Cuál fue el primer choque cultural que recuerdas más divertido?
Ahora hay un montón de marroquíes pero cuando éramos pequeñas nuestra madre nos hacía ‘henna’ (un tatuaje tradicional hecho con la pasta del árbol que lleva el mismo nombre) pero como la gente no estaba acostumbrada, nos trataban como extraterrestres. La primera vez que llevamos ‘henna’ en la mano con motivo de la fiesta del fin del Ramadán, una profesora llevó a mi hermana al baño intentar limpiarle la mano con agua y le puso las manos encima de una estufa para que se borrara y no llevara tatuajes en clase. Esto ha cambiado mucho pero como no sabíamos hablar el expañol pues no sabíamos expresar que el dibujo era pasajero y se borraba a los días.

El emprender es muy duro pero si le pones empeño y no pierdes la fe siempre sale adelante todo lo que te propongas. «Yo no tengo ningún tipo de formación en hostelería, todo lo he aprendido trabajando y de forma autodidacta. No descarto hacer algún curso de formación pero la verdad es que se me da muy bien. Más que hacer e impartido. Siempre he trabajado en la hostelería y gracias a la ayuda de mis padres que se podían hacer cargo de mi hija. Estuve un tiempo trabajando y me surgió la oportunidad de ir a Tenerife a dar un curso de cocina árabe para enseñar a los trabajadores de un restaurante. Mi objetivo era mejorar mi situación y tirar yo sola para adelante con mi hija. Estuve casi cinco meses, porque lo que comenzó como un curso de dos semanas terminó siendo más tiempo; pero la añoranza era tan grande que pensé en volver a Almería y montar mi propio negocio. Es tan importante no tener que trabajar por las noches, ni dejar a mi hija siempre al cargo de mis padres.»

Es increíble la fuerza interior y el alma blanca que conforma la persona que tengo enfrente. «A mí no me va a faltar el trabajo en ningún lado porque soy una mujer trabajadora y me daba igual buscar trabajo. Cuando volví de Tenerife busqué locales, casi con una mano atrás y otra adelante. Me arriesgué y en junio de 2016 cogí este local situado en la calle Padre Mendez, 53 (frente al IES Azcona (Almería). Yo no me achanté, cogí el paro conjunto junto a lo que tenía ahorrado y abrí Al-Andalus casa de comidas. Después de todo, el día 2 de diciembre de 2016 subí la persiana de mi propio negocio.» Loubna esboza una gran sonrisa y la satisfacción se manifiesta en cada milímetro de su piel.

¿Todo es un negocio familiar?
Sí, lo llevo yo junto a mi marido. Cuando abrí quise ayudar a mi padre en su último año de jubilación porque lo despidieron y le quedaba un poco por cotizar, por lo que se puso conmigo de socio.

¿Cómo te siente como mujer emprendedora?
Después de todo el sacrificio y todo lo que he pasado, tanto a nivel personal como laboral, estoy muy contenta. Es una satisfacción inmensa saber que esto es algo tuyo y que te lo has trabajado todo con tus manos. Solo tengo que estar encima del negocio para que funcione, no tengo que echar horas de más que ni siquiera te las pagan. Para mí es un lujo poder cerrar un domingo y dedicarme ese tiempo para mí y los míos.

No trabajo para hacerme rica, solo con sentir esa libertad de que soy la que lleva el pulso de todo lo que he construido y puedo llevar adelante a mí familia es más que suficiente. Muchas veces la gente se obsesiona y es cuando le fallan las fuerzas. Si el emprender lo tomas como una meta para cumplir objetivos a corto y largo plazo, todo va a salir rodado. No hay más misterio.

El arte de la gastronomía árabe se pasa de generación en generación: de abuelas a madre y de madres a hijas. Sobre todo en la sociedad marroquí donde el matriarcado es dueño y señor de todos los rincones del hogar pero es que es así, el hogar está por encima de todas las cosas y, si el cariño reina… No he conocido todavía a ninguna marroquí que no sepa cocinar algún plato tradicional que ha aprendido de alguna mujer de su familia.

Loubna ha abierto fronteras y ha roto moldes dentro de los fogones de Al-Andalus, tanto es así que como ella misma explica «no tengo mucha clientela marroquí, aunque al principio costó dar a conocer algunos platos, he querido incorporar recetas españolas y marroquíes en mi negocio y los españoles han sabido adaptarse y prueban todos los platos que ofrezco en mi vitrina. No voy a mentir, las pastelas de pollo y marisco junto al cordero al horno triunfan». Y fe de ello da Antonio desde el otro lado del local que, aunque es almeriense de pura cepa, no puede decantarse por un plato estrella de su compañera de vida. «Si es que todo lo que hace mi mujer está bueno», recalca posando sus manos en jarra.

¿Tienes algún pasatiempo gastronómico con el que te gusta evadirte en la cocina?

Pues me encanta hacer repostería. Es laboriosa y trabajosa porque todos los pasteles y dulces árabes los hago con mis propias manos y lleva bastante tiempo pero es una forma de disfrutar. ¡Y lo bueno que están luego con un té moruno o un café bien caliente ahora que ya está aquí la época de frío!

En este punto ya me derrito. Las bandejas de pasteles forman parte del decorado nada más entrar por la puerta y ya he echado ojo a la que será mi próxima compra y que, por cierto, recomiendo a todo el mundo. Tanjia marrakchia, por encargo. ¡Benditos los de mi casa esta próxima Navidad! Van a comer la carne de ternera más sabrosa cocinada en brasas y a fuego lento que hayan degustado sus paladares en sus vidas.

Gracias, Loubna. Esto solo ha sido un comienzo y las casualidades no existen. Maktub.

Lean, compartan y vivan. Gracias por haber llegado hasta aquí, querido lector.

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El masái modelo que pasa sus días en Almería

 

Te vistes, quedas con tus amigos y sales a comer. Llegas al restaurante, te sientas frente al mar, donde las grandes comilonas dibujan un paisaje costumbrista digno de las 2.30 de la tarde en la Urba de Roquetas. De pronto, un vendedor ambulante se te acerca a tu mesa y la perplejidad te arrebata. ¡Qué dramática una! Un africano color ébano, que por mucho que yo sea de mediana estatura, no te da la vista para terminar de averiguar su rostro sin que te escandile el sol.

Y no me puedo resistir, «¿Me puedes dar tu teléfono?» Gorgui Gadiaga sonríe con timidez, aunque asiente con ahínco y entablamos una pequeña conversación. Resulta que el gachó es masái. Sí, uno de esos que parecen sacados de los bonitos reportajes del National Geographic. El enigma de la tribu keniata donde habitan las personas más altas del planeta. Una característica definitoria que ha marcado la vida de Gadiaga, sus dos metros de altura fueron el pasaporte para dejar Senegal y trabajar como modelo en Roma. Su físico espigado llamó la atención de Macron una noche por la Plaza Mayor de Madrid. ¡El presidente francés le pidió una foto!

Emmanuelle Macron, presidente de la República Francesa, junto a nuestro protagonista en la Plaza Mayor de Madrid

Dicen que la mezcla de genes, la mezcla de razas y la mezcla entre países dan como resultado a las personas con los mejores físicos y las más bellas del planeta. Claro ejemplo de nuestro protagonista, su madre de Senegal y su padre de Kenia. Aunque él nació y creció en el país materno, eso no le ha impedido tener una condición física de escándalo con sus casi 2,10 metros de altura. Resulta curioso porque mientras él intenta explicarse es una gozada ver cómo habla español con un perfecto acento italiano.

¿Quién es Gorgui Gadiaga?

Nací y crecí en una cuidad que se llamaba Kaolack. Es una cuidad grande de Senegal, muy grande llena de cultura, un símil en España vendría a ser Barcelona. Tenía 27 años cuando dejé mi país. Ahora tengo 39 años. Sé que mi físico no supera el de los 30 años. He vivido en África y en Italia. Yo nací y crecí en Senegal. Ahora, cuando viajo, vivo con mi madre porque mi padre murió. No tengo ninguna familia en Kenia. 

¿Y cómo fueron tus pasos hasta llegar a Europa? ¿Fue duro?

Yo llegué a Italia con un visado. Casi que me tuve que ir de mi país porque en Senegal, si alguien dice que quiere ser modelo, lo señalan como homosexual y no está bien visto. Tuve que pedir asilo en Italia para estar protegido por 5 años. A mi padre le decían: «¿Tu hijo es modelo? Es maricón.» Antes nada era igual, ahora el mundo está en el proceso de superar todas esas creencias.

Nadie nunca de mi familia fue a la escuela, solo acudieron a la escuela coránica a aprender la religión y eso es muy malo. Yo incluido; yo nunca fui a las escuela, solo a aprender el árabe. Eso sí, si tengo hijos son los primeros que van a pisar un colegio.

Cuando adquieres el asilo político, durante el primer año, no puedes trabajar; ¿cómo te las ingeniaste?

Tuve que sobrevivir y trabajar ilegalmente, además, fue mi primer año para poder arreglar toda mi documentación. Fue un periodo muy cansado pero ahora estoy tranquilo.

¿Cómo fue tu inclusión en el mundo de la moda?
Siempre se fijaban en mí por la calle y fui descubierto por un cazatalentos.

¿Podías vivir de tu trabajo solo como modelo ?
Sí, la mayor parte del tiempo lo dedicaba a trabajar como modelo pero, si no, me dedicaba a vender de forma ambulante artesanía de bisutería africana, como actualmente hago en Roquetas.

Puede ser una frivolidad pero, ¿te gusta ser modelo?
La verdad que sí, me gusta cuidar mi imagen y llevar accesorios, por ejemplo, siempre me gusta llevar anillos. Puede decirse que soy muy coqueto.

¿Cómo es la diferencia de vida entre Italia y tu vida ahora?

Hay mucha diferencia porque aquí la vida es más calmada y me gusta mucho, sobre todo Andalucía. Aunque mis papeles para poder vivir en Europa son italianos.

¿Eres feliz en Roquetas?

El masai tiene que sonreír pero sus ojos reflejan franqueza. “Ahora sí que me gusta Roquetas. Antes de llegar aquí vivi en Madrid y en Zaragoza, Pamplona, País Vasco. En 2018, fui a Gandía… En Roquetas llevo 3 años. Pero según me de el punto me muevo mucho, un día me voy a Málaga, otro día me voy a Granada…»

Entonces, hablarás muchos idiomas…

Soy bilingüe italiano junto a varios dialectos de Senegal, hablo francés, un poco de inglés, y por supuesto pulaar, que es una mezcla entre ese dialecto y el árabe. Conozco ahora gente de todo el mundo, me gusta viajar y visitar muchos países de Europa. He ido a Francia, Bélgica, Mónaco, Amberes, Grecia… La mayoría de mis viajes han sido por trabajo como modelo pero también como ‘taximan.’

¿Todavía quedan masáis en África?
Claro que sí pero un grupo muy reducido en Kenia y Tanzania. Menos de un millón.

¿Los masáis ya solo viven del turismo?
Sí, ya tienen otra vida porque ser 100% masai ya es muy difícil. Ahora hay tanto turismo que es difícil dedicarte en exclusiva a la ganadería, por ejemplo. Viven mayoritariamente de los safaris. Además, yo soy más moderno porque a mi madre le encanta Europa, aunque ella se volvió a Kaolack hace un tiempo. Cada febrero voy a verla.

¿Echas de menos vivir en África?
Sí, un poco, yo quiero vivir ahí. Mi gran sueño, por el momento, es poder crear una escuela de cultura africana. En mi país existe Casamance, dedicada a las artes escénicas y a fomentar la cultura, y está ubicado en Diakene Ouloff, un pueblecito de apenas mil ochocientos habitantes al que aún no ha llegado el turismo. En este pequeño paraíso el suelo es de arena, las cabras pasean en libertad y los mangos abarrotan las ramas de los árboles.
Me encantaría desarrollar un África más moderna, siempre me gusta dar la cara más moderna de mi país, incluso de mi continente porque es la más desconocida. La gente va a flipar con esto porque claro, mi parte cultural como Masai la gente tiene acceso y lo sabe, esa parte más tradicional. Pero se sorprenderían con la cantidad de cultura que hay en Senegal.

¿De quién aprendiste hacer toda esa artesanía?
De mi padre porque él trabajó como artesano de bisutería antes de que muriera. Toda la bisutería que hago y aprendí de él está llena de simbolismo.

¿Es difícil trabajar como vendedor ambulante?
Pues trabajar en la calle es una escuela diderente. Hay que acostumbrarse a que llegues a una mesa y todo el mundo se gire en contra de ti. Otro ‘handicap’ es que se trabajan muchas horas, desde las 12 de la noche hasta altas horas de la madrugada. Aun así mi vida no es ni muy dura, ni muy fácil; creo que he encontrado el equilibrio. Pero tengo que reconocer que en Andalucía es otro rollo, la gente es más buena y más amable con nosotros. Son ricos de corazón. Andalucía tiene corazón.

¿Cuál es tu filosofía de vida?

Piano piano, todo poco a poco para estar feliz conmigo mismo y saber qué es lo que quiero y qué me hace bien. No puedo trabajar en los invernaderos porque tengo asma pero cuando baje la temporada en Andalucía sé que puedo irne a Canarias con la cantidad de ingleses que hay, y si no, me vuelvo a África para pasar esa época.

¿Cómo has vivio este tiempo de coronavirus?                                                                                                                          Este tiempo de pandemia ha sido muy duro, tanto por mi enfermedad como por la inmovilidad.

Esa alegría de vivir, esa vitalidad y ese adecuarse a las situaciones. Nunca me caso de decirlo: ¡Qué misterio el de la gente pobre, no sé cuál es, pero siempre tiene efecto.»

Lean, compartan y vivan. Gracias por haber llegado hasta aquí, querido lector.

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La perla negra de Almería: Pura

Una mujer mayor camina bajo el sol en una calurosa tarde de julio, lleva mochila y muleta por lo que deduzco que sale del trabajo. Tras pensarlo unos segundos doy la vuelta en la rotonda y me ofrezco a llevarla a su destino. Por el camino entablamos conversación, Pura tiene 65 años y después de 8 horas de trabajo de pie en el lineal de la envasadora ‘Murgiverde’ camina 2,6km hasta la parada de autobús que la llevará a su casa en la barriada almeriense de Los Molinos.

Pura y Juan se conocieron en Guinea Ecuatorial en los años 70, él era un albañil almeriense que había ido a trabajar al país africano. 10 años después la pareja decidió retornar a Almería. El escenario que se presentaba en la tierra ya colonizada por los plásticos y en la prosperidad que sus frutos dieron, era el de una incipiente democracia. Aires de renovación y viejas costumbres convivían en un mismo territorio. La mujer en la casa y un negro que te abanique, a Pura casi le cuesta la salud, pero salió a buscar trabajo porque tenía que sacar adelante a sus 4 mulatos.

Los caminos del humor tienen poderosos designios, a través de la risa la protagonista de hoy superó el racismo y se hizo una querida vecina en su barrio. Camino al café más cercano de su casa, en apenas cien metros, 6 voces diferentes la saludan con el cariño y amabilidad que aporta vivir en comunidad.

Ella pide un descafeinado de sobre, la camarera le pregunta casi en afirmación porque conoce de sobra los gustos de su clienta. Mientras paladea la taza de café comienza su relato.

“Cuando vine a Almería veía a tanta gente entrar en la casa y pensaba: ¿tanta familia tiene mi marido?  Pero no era familia es que venían a ver a una negra, hasta que me enteré y cuando sentía gente no salía de la cocina. Porque me daba vergüenza y no conocía a nadie. Ahí fue donde mi familia política cometió el error de tratarme como si fuera un animal, como que su hijo había traído un perro o un mono; me sentía muy avergonzada, me sentía muy mal”.

¿Cómo lo superó?

Me puse muy mala una vez, pero mal con una depresión malísima. Fui a un médico, creo que se llamaba José Arcos, el hombre me dijo: ‘no estás loca, ni tienes nada, tú tienes que salir y trabajar’. Me quedé que no quería ver a nadie, ni salir, mi marido también se alejó de mí en lugar de tomarme con el cariño que nos teníamos. Veía que él tenía vergüenza hacia su gente porque había traído una negra. Me iba dando cuenta de esas cosas, si no llega a ser por mis cuatro hijos regreso a mi país pero ellos me ataban. Pensaba dónde voy a ir con ellos.

Pensé que tenía que buscar la felicidad de mis hijos, lo que hice fue adaptarme, que cuesta mucho trabajo. Porque yo no sabía hacer comida de Almería, tuve una vecina maravillosa, que fue más que mi madre, ella me acogió con mis hijos, me enseñó a hacer de comer. Esta mujer me apoyaba en que tenía que trabajar porque mi marido era obrero, la construcción es temporal, incluso me buscó el primer trabajo que tuve en Almería. Cuidaba a una mujer, que me aceptó muy bien, era un poco rígida pero buena mujer.

Hace 30 años que esta entrañable mujer se incorporó al mercado laboral. Desde entonces es envasadora de pimientos y, prácticamente, ha consagrado su carrera a Murgiverde. Recuerda sus inicios, como narra toda su historia en un tono neutro y con cierta chanza.

“Cuando quise comprar mi primer piso, el director del banco me dijo que mi nómina no valía para nada, que cotizaba poco. Ni sabía lo que eran cotizaciones, no sabía lo que era el dinero en negro, ni nada. Entonces empecé a buscar almacenes.”

“En el primer almacén que busqué trabajo la secretaria de la oficina me dijo que allí no trabajaban ni negros, ni moros, ni gitanos. Le respondí que había ido a pedir trabajo, no razas y me fui. Al día siguiente fui a otro almacén muy pequeño donde una gente maravillosa me dio trabajo, estuve con ellos 3 campañas”.

Poco después empecé a trabajar en la empresa que estoy ahora, entonces se llamaba EjidoVerde, estrené con mis compañeras el almacén de Almerimar. La empresa es como si fuera mi casa, mis jefes son como mi familia. A día de hoy veo que Murgiverde es como si fuera algo mío porque me ha dado trabajo cuando más lo necesitaba.

Cuando mi marido enfermó me cambiaron al almacén del Parador para estar más cerca de Almería, pensaba que me echarían y, sin embargo, siempre me decían que lo primero era mi marido.

Soy la única negra del almacén. Hay mujeres que entran y me preguntan si no me da nada trabajar ahí y respondo: ‘A mí no, así mi jefe me ve desde el momento que entro por la puerta’. Entonces no me encuentro acomplejada ni en Almería, ni en mi trabajo, ni nada. Imagínate, todos los conductores de autobús me llaman rubia.

En la época que empecé a trabajar a la mayoría de extranjeros no los metían en almacenes. Hace 30 años no me aceptaba nadie, así que cuando me abrieron las puertas con lo bien que se han portado conmigo, se me cae la cara de vergüenza de coger una baja y saber que aún puedo trabajar.

La guineana está operada de una rodilla, la tibia y el peroné a causa de una mala caída en casa. Pasó 5 meses de baja para que los huesos soldaran. Es una mujer coqueta, echa de menos no poder llevar tacones por las lesiones y recuerda algunas anécdotas que la hacen sentir incómoda, como cruzar el aeropuerto para ver a su madre y que los guardas guineanos le tiren la broma de si no había compatriotas con los que casarse que tuvo que ir con un español.

De todos mis hijos, uno de ellos vive en Guinea, otro en Bélgica, otro en Pechina y, el que ahora está en casa, vivía en China. Justo la pandemia le cogió pasando vacaciones aquí y cerraron los aeropuertos, era entrenador de fútbol de niños. Lo ha pasado mal porque llevaba en Asia 5 años, tenía su estabilidad, ya está haciendo cosas de deporte. Hay que mirar la vida de otra manera, saber que esto ha sido mundial.

Es abuela de 7 nietos y bisabuela de dos. Toma su móvil y muestra orgullosa una foto con una de sus nietas, la chica es una adolescente de piel nívea. “Cuando llevaba a la niña al parque me decían si estaba cuidando a una niña y yo respondía: no, es mi nieta, es que la he metido en la lavadora.”

Cuando yo compré este piso allá por los 90, la gente no quería que yo viviera allí, ya había dado dinero, y me llamaron los constructores. Les dije de broma que firmamos los papeles yo pierdo el dinero y si tú te echas atrás yo puedo pedir lo que o quiera pues entonces me das 20 millones y ya está… La vecina que iba a tener al lado vendió el piso porque no quería tener familia negra al lado, aunque mi marido era blanco.

Siempre he comprendido que, aunque me casé con un español, vivo en un país que no es el mío, aunque ya si lo sea porque tengo nietos hasta biznietos. Entonces lo que hago es que me hago amiga, me adapto a lo bueno de mis amistades, no a lo malo; mis paisanos me dicen que siempre voy con blancas. ¿Con quién voy a ir si estoy en España? Me pasa con mis nueras que todas son blancas y no quise cometer el error que cometió mi suegra, sean de donde sean son mis nueras.

Purificación Eyang Ela Obono, es una abuela africana de andares españoles que ansía su jubilación, aunque el Ministerio le pide una prórroga de dos años ella se lo toma con humor. «Me llego una carta que la jubilación para 2023 y me puse más negra de lo que estoy». La vida es demasiado efímera para tomársela en serio. 

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Lola Pendande de Las Norias a USA

Lola Pendande jugadora de los Miami Hurricanes

De cómo el baloncesto proyectó la carrera de una niña de barrio humilde. Esta es la historia de Lola Pendande una española de raíces africanas que, gracias a una beca de baloncesto, estudia Ciencias Políticas en la Universidad de Miami; sin embargo, se siente muy almeriense y está deseando volver a tomar unas tapas. Puedes escuchar su testimonio en el ‘podcast’ que te dejamos en la cabecera de la entrada. 

Pendande era adolescente cuando cogía el autobús después del instituto dirección a Roquetas de Mar donde entrenaba. «Comí un bocadillo por el camino», cuenta la jugadora, a la vuelta como los pueblos no están bien comunicados las llevaba el entrenador. 

Con tan solo 20 años ha jugado para el FC Barcelona Baloncesto, ha participado en un sino que achaca la carestía de la vida y el trepidante ritmo de la ciudad. Auténtica amante del Mediterráneo donde ha nacido. Es una chica implicada con las injusticias, como el feminismo y el racismo de ahí que haya escogido estudiar Ciencias Políticas. Puedes ver su perfil de Instagram aquí.  

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De la patera a montar la barbería más grande…

Augustine Serwiri desde su lugar de trabajo

“One who God has blessed, no one can destroy”, quien ha sido bendecido por Dios, nadie lo puede destruir. Este lema ocupa un lugar privilegiado en la barbería Abraham Lincoln, en la peluquería y en la tienda de estética africana que hay al otro lado de la calle propiedad del mismo hombre. El dueño, Agustine Serwiri, y su pareja, Janet Owusa, son dos treintañeros ghaneses que se establecieron en Roquetas de Mar poco antes de la crisis del ladrillo.

Lunes, temprano en la mañana, los niños van al colegio cuando abre la barbería. Desde la avenida Pablo Picasso donde se sitúa, todavía puede notarse el olor a humedad de las claras del día mientras las golondrinas planean desde las cornisas del esqueleto de un edificio. En el interior, la maquinilla de Augustine ya marcha, hay varios hombres que esperan sentados; de fondo la tele con el sermón de un vehemente predicador. Los colores predominantes son el rojo, blanco y azul, de gran influencia americana pero con corazón africano. Los fines de semana trabajan hasta 6 barberos y las colas de hombres para cortarse el pelo son interminables. “Empiezo a trabajar a las 09.00h y acabo a las 23.00h”, dice Augustine, el propietario. 

Es un hombre que habla poco, pero dice mucho, atento de su trabajo, relajado. Salió de Ghana y todavía ni era mayor de edad, ahora son nombrados MENAS, pasó 4 años en Libia hasta reunir el dinero suficiente para pagar la patera que lo traería a Europa. Aunque la distancia entre los dos países africanos es de 5470km, el segundo es una opción cercana para cruzar a lo que ellos consideraban la tierra prometida.

Travesía desde Ghana a Roquetas que siguió Augustine

A veces las expectativas y los prejuicios se confunden, como los europeos creemos que África es un país, muchos africanos piensan que toda Europa es inmensamente rica.

La protagonista de hoy Janet recuerda como en 2007, cuando fue a la embajada española en Ghana para arreglar su visado y venir a España a través de la reagrupación familiar que había conseguido su marido, una funcionaria le advertía.

“¿Pero tú conoces Roquetas de Mar?, allí los trabajos son muy duros. Janet quédate aquí, eres secretaria de un buen abogado”. La mujer no podía creer lo que le decía su compatriota y contestó: “Europa es Europa”, hoy reconoce que España la ha hecho una mujer fuerte, que de seguir en Ghana dependería de la familia y el servicio hasta para lavar su ropa.

En cuanto a Augustine es uno de esos muchos que llegaron en patera desde la otra punta del continente. La constancia, el trabajo y la fe lo guiaron por su camino. Hoy es padre de 4 hijos, todos roqueteros, el mayor y las gemelas han visitado a la abuela que ahora espera para darle un abrazo al más pequeño, a causa del COVID tuvieron que posponer el viaje. Una foto de la familia reside preside el lugar de trabajo del barbero, parece paradójico porque todos viven en la misma casa pero la barbería abre de lunes a domingo.
 
Retrato de Augustine Serwiri
 
¿Cuáles fueron sus primeros trabajos?
 
Cuando llegué a Roquetas estuve dos años trabajando en el campo. Después empecé como barbero en un quiosco pequeño que hay en las doscientas viviendas. Ahí está mi maestro. Poco a poco y trabajando mucho alquilé un local pequeño, cerca de aquí, donde está el semáforo, no tenía ni baño, era una cochera. 
 
La policía vino un día y me dijo que tenía mucha gente, que me buscara un local y lo pusiera todo con la licencia y bien. Fueron los policías los que me ayudaron a buscar un sitio. Me dijeron que este local estaba vacío, pero tenía miedo porque era muy grande. Entonces encontré otro más pequeño, ahí enfrente (donde ahora está la peluquería africana también de su propiedad) y poco a poco con la ayuda de mi hermano fuimos reformando y poniendo todo bien. Tenía 20 años justos cuando se embarcó a ser autónomo.
 
¿Cómo fueron los inicios?
 
Al principio cuando llegamos ni arreglamos la tienda, pone una silla, un espejo y así mismo a trabajar con 10 o 12 clientes. Y así poco a poco empezamos arreglar el local porque no teníamos nada. Lo más difícil era que no teníamos dinero y teníamos que pensar en pagar la casa y trabajar. El dueño también se portó muy bien si no teníamos para pagar un mes nos decía que no pasa nada. 
 

¿Hace cuánto se instalaron en este local?

Hace 10 años, todas las reformas las hicimos mi hermano y yo. Esta silla fue la primera que compré. Era mi sueño desde que empecé a trabajar, guardaba el dinero poco a poco para comprarla.

 
Y esa silla se ha convertido en su símbolo de prosperidad, ocupa un lugar privilegiado en el salón y su color negro la hace única, el resto son rojas, todas de estética retro.  Augustine cuenta la historia del mueble símbolo de prosperidad para él.
 

“Fuimos a Almería a una tienda para comprar cosas para la barbería y pregunté cuánto costaba el sillón, el dueño pensaba que nosotros no teníamos dinero, pero le dije piénsalo porque me interesa, le pagué lo que pedía y compré todo a este hombre, los espejos, las sillas…”. 

Janet Owusa, copropietaria del negocio y pareja de Augustine
 
Janet es la cara b de la historia son opuestos en todos los sentidos, pero se complementan. Ella es terriblemente sociable, habla un inglés perfecto y dos dialectos africanos en los que puede entenderse el Ga y Twi, este segundo lo comparte con su marido, es su lengua materna. Hace un par de años que trabaja en la tienda de estética africana y saluda a 4 de cada 3 personas que pasan por la puerta.
 
Antes de trabajar aquí ¿en qué trabajabas?
 
Uf he trabajado en cosas que cuando vivía en África nunca hubiera imaginado. Cuando llegué trabajé en un invernadero durante una semana. Yo le decía a mi marido que tenía las uñas muy largas para eso, que no era para mí. Él y mi hermano me decían que con esos trabajos me habían traído aquí. Lo pasé mal me habían dicho que en los invernaderos había muchos gusanos y serpientes y yo les tenía mucho miedo. 
 

Para contextualizar Janet se ha criado en Accra, la capital de Ghana en una familia con buena situación económica, “en mi casa no había lavadora, había una señora que venía y se encargaba de lavar la ropa, yo ni la tocaba”, dice la mujer.

¿Cuál fue su primer trabajo?

Conseguí un trabajo cuidando a cuatro niños en Aguadulce porque querían alguien que hablase inglés… ahora, la africana se lleva las manos detrás de la espalda para simbolizar que estaba atada. Vivía allí y tenía libre los domingos, mi marido se presentó en la casa para decir que su mujer había sido secuestrada, estaba muy enfadado y los dos hablamos fuerte delante de la mujer.

Janet revive los momentos con mucha risa y cariño. Fue el hermano de ella quien aconsejó a Augustine que era mejor para Janet trabajar con esa familia unos meses.

La verdad que me trataron muy bien, comía con ellos en la mesa, como una más. Pero a los 6 meses tuve que dejarlo porque el marido de ella se dedicaba a la construcción, entonces no podían pagarme, eran 900€ al mes. Y madre mía, los niños llorando, el pequeño de tres años se agarró de mi para que no me fuera. Todavía guardo relación con ellos, eran una gente muy buena.

¿Hasta llegar a trabajar aquí en la tienda que más has hecho?

La mujer se lleva las manos a la cabeza y dice: «la verdad que muchas cosas, he trabajado en el invernadero, en las envasadoras… ahora se que España me ha hecho una mujer fuerte. Yo llamaba a mi madre llorando, me gastaba todo el dinero en el locutorio y ella me decía que podía volver que me compraba un billete de avión, pero ¿Qué hacía? Yo quería a mi marido». 

Y por amor y por la fe enorme que profesa confió en esta tierra a pesar de ser una niña bien compartiendo piso con 8 personas, a pesar del espanto que le provocaban las cucarachas por encima de los platos, resistió. Hoy es una mujer ajetreada, más preocupada por la conciliación familiar y sus hijos que por aquellos duros comienzos que hoy son meras anécdotas. 

Por cierto la peluquería se llama Abraham Lincoln en honor al abuelo de Augustine. El apellido lo toma del décimo sexto presidente americano, la cara de los billetes de 5 dólares. 

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Ese guiri de la camisa de flores

Graeme Black y Mr Green. Foto por Melanie Lupiáñez

Graeme Black es uno de esos extranjeros que se pasea por Almería en camisa hawaiana, su uniforme intraestacional. “Mi nombre era muy difícil de pronunciar para la gente de aquí, así que al final soy el guiri ese que va con camisas de flores”, dice el africano. Nacido en Zimbabwe en 1975 allí creció, se enamoró y trabajó hasta que la inflación superó los niveles estándares para formar una familia.

Al nacer el primero de sus hijos, Graeme y Sarah -su mujer- decidieron que no podían confiar más en el país donde sus vidas se habían cruzado. Así, en el año 2001, siguieron el rastro de migas de sus antepasados y fueron conducidos hasta Londres. El horizonte en Zimbabue se planteaba difuso, la situación política era inestable, los 30 años de mandato de Mugabe habían deteriorado la economía y la inflación estaba por las nubes. “Cuando íbamos al supermercado los billetes los contaban al peso, un kilo equivalía a tanto más o menos”.

 “Mi mujer Sara tiene la nacionalidad británica, así que fuimos a Londres para que yo la pudiera obtener. Allí nació mi segunda hija y el tercero en Roquetas de Mar, cada uno es de una parte”, Black sonríe al recordar a sus hijos. Los dos mayores ya cursan estudios superiores en Inglaterra, el padre sopesa la cultura de cada uno: “mi hijo mayor está bien adaptado, pero mi hija es más roquetera, ella se siente más cómoda en español. Cuando vinimos cursó la primeria en un colegio de las Marinas hasta que mi mujer comenzó a dar clases en St. George, entonces fueron a este colegio”.

El sistema de estudios, así como la financiación, es diferente en el país sajón. Los alumnos reciben un préstamo del Estado que tendrán que devolverán poco a poco cuando cobren sus primeras nóminas.

¿Cómo fue que tomaron tierra y llegaron hasta Roquetas de Mar?

Lo encontramos todo por Internet y en tres días lo teníamos gestionado. Queríamos vivir en un pueblo que no fuera muy grande, vimos en anuncio de una academia que se vendía en Las Marinas. Vinimos para ver el pueblo, nos gustó y dimos el ‘ok’. En 2006, cuando nos mudamos era muy divertido porque había gente de muchas nacionalidades diferentes. Daba clase a rusos, belgas… Había mucho intercambio cultural.

Graeme siempre ha dado clases de inglés para extranjeros, “no tengo el CAP, no me interesa eso”. Estudió lengua inglesa aunque la ortodoxia no es su método. Contesta a las preguntas personales con el mismo entusiasmo que un niño al eterno: ‘¿cómo te ha ido el cole?’. “El sistema de estudios español y el británico son diferentes. El británico es más creativo de trabajar por proyectos su mantra actual es: ‘si puedes encontrarlo en Google no lo enseñes”.

¿Por qué cerraron la ‘Academia Comunicación’ de Las Marinas?

Cuando Sara comenzó a dar clases en el colegio alguien tenía que quedarse con los niños, para entonces ya había nacido el más pequeño. Así que fue un tema de conciliación familiar para criar a nuestros hijos.

Después de unos años de dar clases de inglés en diferentes colegios de la zona hasta que los polluelos fueran autosuficientes, al menos los dos los mayores, Graeme volvió a abrir su propia academia frente al Centro Comercial Mediterráneo. Fue en 2018. Esta vez un espacio grande, luminoso, con diferentes aulas y toda una filosofía de negocio y enseñanza. Aunque de los primeros años en Roquetas guarda un buen recuerdo. “Era muy divertido dar clases en Comunicación porque en aquella época en el pueblo había gente de todas las partes del mundo, daba clases de español a muchos extranjeros, de Rusia, Bélgica… Había un gran intercambio cultural

Graeme en la recepción de Go Native. Foto por Melanie Lupiáñez

¿Cuál es el método de enseñanza que se sigue en su academia ‘Go Native‘?

Es un método comunicativo, seguimos el programa de Cambridge. En las clases hay que conseguir que los alumnos hablen más que el profesor en inglés porque si no, algo está yendo mal.

Un muñeco verde de trapo aparece en escena, su nombre ‘Mr Green’. La marioneta sigue la temática de la prestigiosa escuela británica muy concienciada con el medio ambiente. El personaje vive en el aula donde las sillas son chiquitas, donde los alumnos más pequeños toman protagonismo. Aunque como dice el dueño con el COVID los padres han preferido no exponer a sus hijos y este año ha descendido el número de alumnos matriculados bastante, aunque el zimbabuense es positivo. “Si tienes un bar ha sido muy fuerte pero nosotros hemos podido sobrevivir”, dice con optimismo el profesor.

En este centro trabajan 5 profesores con nivel nativo pero, ¿qué se necesita para montar un negocio en el extranjero y se recojan buenos frutos?

Yo diría que hay que tener mucha paciencia con todos los trámites, los impuestos, el papeleo, eso es lo más difícil.

Porque realmente, ¿qué significa ‘Go Native’?

Es un juego de palabras significa ‘volver del lugar’, es como cuando vives en Australia y andas con camisas de flores o se te pega el acento del sitio.

¿Durante el COVID habéis tenido que hacer alguna adaptación?

Sí, durante la cuarentena dábamos las clases online, que todo el mundo las odió. Y ahora en este tiempo pues lo realizamos de manera semipresencial, si alguien está aislado puede asistir a las clases online. Nos hemos adaptado.

La pregunta del millón, ¿por qué los españoles no aprendemos inglés?

Bueno, hay que empezar poco a poco. En muchos países también pasa así. Por ejemplo, en Inglaterra tampoco se enseñan bien los idiomas, esto provoca que la gente se sienta insegura y no quiera hablar en una lengua diferente.

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Aljaima: tajín, bastela y cultura en un histórico espacio…

Moustafa Jazouli en el salón de su restaurante, Aljaima

De todas, todas y de todas, a una parte. Puede que de la época califal almeriense solo queden ruinas a la vista pero nuestras culturas se hermanaron en el mismo momento que Abd El Rahman III puso la primera piedra de la ciudad hace más de 10 siglos. Era entonces Almeraya el puerto del Al Andalus, como ahora se amplían las dragas para exportar mármol, como ahora las iglesias se levantan sobre mezquitas, como los restaurantes de comida marroquí se asientan en antiguas cofradías. 

La entrevista entre Moustafa Jazouli e Isabel Gómez. Foto por Melanie Lupiáñez

El lugar del que hoy os reporto se llama Aljaima, una adaptación de la palabra jaima, esas tiendas refugios de los habitantes del desierto. Sobre la antigua Cofradía de la Santa Fe, Mustafa Jazouli instaló su restaurante en el año 2007. Trabajó durante un año y tres meses para realizar las reformas. Con sus propias manos desvistió de cemento los muros y enlució las paredes con adoquines pintados a manos, en principio por tapar una humedad y después como ocupación durante la pasada cuarentena. “Ves este hueco, aquí había una cruz y he querido dejar la forma”.

“Esto iba a ser un showroom con antigüedades árabes, de Mali y Burkina Fasso pero cuando empecé la obra del local encontré una cuchara que me dio la pista, además ya se veía venir la crisis del ladrillo”, Jazouli concluye detrás de la mascarilla, algo cansado por las horas de más. “Antes tenía 7 personas trabajando aquí, pero con el tema del COVID y la reducción de horario pues, hay dos cocineras y yo soy el que doy servicio a las mesas”, dice el hostelero.

¿A causa del COVID has reducido las mesas?

Sí, claro antes tenía que ver cómo poner las mesas porque no cabía la gente de tantas reservas que había. Ahora todo es diferente. ¡Fíjate cuánto espacio hay y el techo es alto!

A medio día el sol penetra por los vidrios coloreados con esas formas geométricas de estrellas de 6 puntas. Hay 2 grandes ventanales de techo a suelo donde se ubican dos mesas de cuatro comensales, el ruido de la fuente, los olores de la cocina, las vigas del techo y los azulejos del suelo crean una atmósfera sosegada. Un lugar que invita a compartir la mesa sin más ambición que disfrutar de la experiencia.

Mesa de ‘Aljaima’, foto por Melanie Lupiáñez

¿Cuáles son los platos estrella?

Bastela, cous-cous y tajine siempre es lo fresco del día, con la pandemia es lo que hay. Es la forma de adaptación, los clientes empiezan a llamar desde el principio de la semana para reservar. Menos cantidad, pero más calidad.

Hay un plato en su carta con el que ganó un premio en el concurso de ‘Tapas de Película 2018’:

Sí, con el Festival de Cine de Almería organizan este concurso de la Ruta de la Tapa de Película y el que ganó fue un tajín de cordero con cerezas caramelizas y almendras.

La cocina que maneja es tradicional marroquí y también hay opciones veganas. Por ejemplo, el humus servido con pimentón y bien regado de aceite de oliva. Atentos a los caldos, Protos de 2006 y cerveza bien tirada. Un privilegio para el paladar. 

Hijo de un militar y un ama de casa, hermano de 4 ingenieros y una comadrona. Nacido en Casablanca en 1965 pero criado en Asilah. Es un hombre sencillo, le gustaría retirarse a la tranquilidad de Cabo Verde o su país natal. 

Llegó a España en 1987 como estudiante de Geología de la Universidad de Granada, se costeó sus propios estudios y nunca dejó  de trabajar; se define a sí mismo como un hombre de ciencia. “En Granada compartía piso con otros estudiantes y para llamar a casa íbamos a una cabina, allí estábamos los extranjeros formando una cola enorme, había gente de todas partes: Estados Unidos, Francia… Teníamos un truco, poníamos una moneda grande turca y con eso había para llamar…”, hace un gesto de levantar la mano para señalar que mucho rato y se ríe. “Claro, es lo que había, como ahora que hay que robar Wifi”, bromea.

Moustafa Jazouli y un poemario de WIFI. Foto por Melanie Lupiáñez

Tiene una curiosa manera de darles presente a los clientes. Detrás del libro de visitas custodiado por dos candelabros grandes y honrado sobre un histórico soporte de madera, hay una estantería llena de libros, poemarios, libros de fotografía, joyas solo para el ojo ávido.

“Cuando alguien me pide la contraseña del WIFI pues le doy un libro”, agarra el poemario de la editorial Aloha que ha escrito un amigo suyo y se ríe. 

Cada una de las fotografías en gran formato que se exponen en las paredes del restaurante han sido tomadas por el propietario. “Todas son robados, no querían que les hiciera las fotos. Es un homenaje a la mujer marroquí trabajadora”. Como la técnica me deja un poco descolocada porque alguna, como la instantánea de los gallos parece una acuarela sigo indagando. “Quien me ayudó con la luz y el color fue el fotógrafo Adolfo Olmedo”, dice el marroquí.

En ese momento, se aproxima a la estantería donde duermen los libros del WIFI y despierta uno. El título: Fotografías durante el franquismo. Busca delante y detrás hasta hallar la instantánea.

Es el Che en plena Ciudad Universitaria paseando por Madrid en su paso a El Cairo, una instantánea de César Lucas, dedicada al aventajado amante de este arte que vio en el comensal al maestro camarógrafo.  

A pesar de que nunca ha trabajado como geólogo, tampoco conoce lo que es el paro.

Moustafa Jazouli delante de sus fotografías. Foto por Melanie Lupiáñez

Aunque usted tuviera más cualificación, ¿no le frustraba trabajar en un invernadero o como envasador de hortalizas? 

Nunca rechacé ningún trabajo, pero con la esperanza de que siempre saldría algo mejor. Solo he estado un mes en el paro, he trabajado como traductor en los juzgados, como envasador, en los invernaderos, como agente de viajes… Hablo francés, inglés, árabe, un poco de hebreo y español.

 Aunque nunca pude trabajar como geólogo porque no tenía permiso de trabajo en aquel tiempo era complicado. Ni se hacían los papeles para extranjeros, no puedes trabajar si no tienes permiso. Había un vacío legal hasta que en 1992 hubo una campaña del Gobierno “Sal a la luz” para hacer permisos y trabajar de forma legal.  

Estaba seguro de que ningún trabajo iba a ser para siempre.  

La cuchara de plata de condujo a Moustafa a convertir su ‘showroom’ en el restaurante Aljaima.

Hoy en día es propietario y recuerda algunos trabajos que le reportaron mucha satisfacción e impulso económico: “cada año organizaban en Barcelona la Feria de los Fósiles, EXPOMINER, y allí me iba con mi coche pequeño lleno de fósiles en cajitas que había comprado en Marruecos y otras partes de África, montaba una mesa pequeña como esta (para cuatro comensales) y en una semana hacía el agosto”. De aquellos fósiles quedan en las vitrinas, junto a joyería y demás antigüedad que están a la venta. De manera que se hace fácil llevarse un pedacito de historia a casa. 

¿Tiene hijos Moustafa?

Sí, dos. Un hijo y una hija. El niño es matemático y nada más terminar empezó a trabajar en una buena empresa, está en Mallorca. La niña hizo criminología, trabajó para la Junta de Andalucía y ahora no sabe muy bien si ayudará a su madre en su negocio o seguirá su camino. Levanta la cejas y en fin, cada uno nuestra vida, adivina sus gesto. 

Sin duda, la mejor pregunta que le podíamos haber hecho, cuandos sonríe más fuerte y saca el orgullo de padre. Moustafa el geólogo, mercader de antigüedades, amante de la fotografía y hostelero. 

¿Por ser de otro país alguna vez te han mirado mal o tratado diferente?

No es cuestión de eso. Hay quien nunca ha viajado, no conoce el mundo, no ha tratado con otra gente, ni siquiera ha llegado al COU, escriben con faltas, hablan… A veces esas personas te infravaloran pero le explico cómo pienso y ya cambian de actitud. A quien no conoce las migraciones a Argentina, los inmigrantes de las Alpujarras… 

El hostelero revisa el libros de visitas. A la derecha la distinción de TripAdvisor y la plaqueta del concurso tapas de cine.

Las campanas del convento de las Claras tañen, son las 18.00h; sus piedras y las que nos cobijan compartieron cantera, todavía huele a palo santo. 

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«Es la sensación de que te están mordiendo y…

El ayuno, la penitencia, la hermandad; hay quien se prepara una vida para sostener el peso de un trono y hay quien dedica su vida al otro. Quizás porque solo a través del ejemplo, hacemos camino. En un pequeño gimnasio de Roquetas de Mar, junto a un cartel pegado en el cristal de la entrada con dos contactos -Gema y Sidi-, recogen alimentos para familias necesitadas del municipio. Ella es roquetera; él, de Mali. Criados en una familia grande y humilde, trabajaron desde chicos para llenar la nevera. Ellos han nacido humanitarios y su gimnasio es una “sala de integración donde no hay ni blancos, ni negros, ni amarillos. Aquí somos una familia”, dice Sidi.  

“A los 9 años, trabajaba con mis padres en el bar, el Disco-Pub Andaluz, en Vícar. La hostelería arrastra mucho de la familia”, cuenta Gema Sánchez con media sonrisa dibujada en la boca, con el anhelo que se recuerda la infancia. “Mi padre era de El Ejido y mi madre es alemana. Cuando se casaron mi madre no llegaba a los 14 años, pero mis padres estaban locamente enamorados y ella no quiso volver a Alemania con mi abuela, que trabajaba allí en un hospital. Por parte materna, casi toda mi familia trabaja en el sector sanitario”. ¡Y de casta le viene al galgo, dicen! Así la almeriense estudió magisterio infantil aunque ha desarrollado su auténtica vocación a través del quiromasaje y la medicina alternativa. Las paredes de su consulta están alicatadas de títulos, formaciones de pilates, naturopatía, quiromasaje…

Gema Sánchez Ruiz. Foto por Melanie Lupiáñez

“Yo soy de Mali. Llevo aquí desde el 2005/2006. Vine a Europa con un visado para estudiar contabilidad. El visado es más barato que venir en patera, son 50 euros de un sello, solo que hay que hacer mucho papeleo. La gente no tiene paciencia para mover papeles. Cuando llegué a Alemania solo entregué el certificado de estudios de la Universidad de Bamako y listo”, Sidi Yaya Kanote habla así, seco, sin edulcorantes, una detrás de otra, sus cicatrices solo son marcas de vida.

“Todo nos lo luchamos y fuimos paso a paso hasta conseguir tener nuestro negocio, Black and White. Antes de conocer a Gema, trabajaba en las 200 viviendas en el gym de allí. Detrás de nuestra historia hay mucho sacrificio. Somos unas personas normales, los dos venimos de una familia pobre”, continúa el africano.

Sidi tiene un temperamento incendiario, maneja a la perfección el juego de miradas y basta uno de sus rayos fulminantes para que sus clientes lo den todo. Él no conoce la mediocridad. El noveno de 10 hijos, a los 7 años tenía que caminar 10km para llegar a la escuela. «El problema no era caminar, mi hermana y yo pensábamos si iba a haber comida cuando llegáramos a casa. Si llegábamos y no había, volvíamos por la tarde a la escuela y que no se notara. En mi casa no había luz y esperábamos que encendieran las farolas para estudiar».

Sidi durante una clase de baile africano. Foto por Melanie Lupiáñez

A los 23 años, trabajó en la aceituna, sin saber ni lo que eran. Durmió en la calle, aunque las señoras le ofrecieran cobijo a cambio de favores sexuales e iba a la Iglesia para que le dieran comida. Es un negro enorme y musculado que narra su vida sin lugar a gilipolleces, será que lo lleva impreso en el nombre. Sidi: el señor, como designaban a los régulos de las taifas andalusíes.   

Pero, ¿cómo arrancó el proyecto Black and White? 

Hace 5 años, Gema empieza un proceso de adopción de un niño africano y entre los requisitos le exigen que el lugar de trabajo y su vivienda sean independientes. “Sé que no voy a cambiar el mundo adaptando un niño pero allí la familia es sagrada; cuando los niños están en orfanatos es porque no tienen realmente a nadie, han agotado todos los recursos. Solo quiero ofrecerle lo mejor que le pueda dar y calor humano”.

Los dos profesionales querían trabajar por su cuenta y “a nivel de trabajo siempre nos entendimos”, dice Gema. Así, hace 2 años se instalaron en Roquetas de Mar Fitness y Quiromasaje Center.

Sidi, ahondando más en tu historia, ¿saliste de Mali con la idea de trabajar o de estudiar?

«Yo salí con la idea de ayudar a mi familia. Si había posibilidad de estudiar se hacía pero lo principal era ayudarles. Salí con mi visado -que fue más fácil de conseguir- porque mi padre trabajaba en mantenimiento del Consulado de Alemania en Mali. Soy el primero de los hermanos en salir de África».

«Los inmigrantes entran más por los aeropuertos que en patera. Lo que pasa es que la gente que viene de patera, llega la Cruz Roja, los graban las cámaras y parecen más… Quien cruza en cayuco gasta muchísimo dinero para venir. Uno sale de Mali, se va a Argelia, si los polis de allí te pillan, te devuelven a Mali; luego, otra vez a intentarlo; de Argelia, a Libia o Marruecos… Si no tienes dinero, ¿cómo comes allí tantos días?… Luego otro gasto para cruzar a Europa en patera».

«Son los policías y los militares marroquíes los que hacen las pateras, si no quieren que tú entres, va a costar. Es una mafia. Además, el Gobierno de España sabe que aquí hay más viejos que jóvenes y necesitan inmigrantes. Es la sensación de que te están mordiendo y luego te soplan…»

«Es una mafia a la que le interesa que haya guerra en África para que los pobres salgan. Hacen el trabajo sucio de aquí, los que la gente joven no quieren hacer».

África es riquísima, no necesita ayuda de nadie. Lo único que necesita es que nos dejen vivir, tanto Europa como América, que no nos vendan más armas. Los hermanos matándose los unos a los otros y, ahí, aprovechan los demás países para robar, ningún país de África fabrica armas. Tenemos todas las materias primas, oro, diamantes…”

Retrato de Sidi Yaya Konate. Foto por Melanie Lupiáñez

Gema, ¿de dónde te viene esta vacación tan humanitaria de ayudar al otro?

Se encoje de hombros y sonríe, no tiene frío, pero junta las palmas de las manos y las mete entre los muslos. ¡Qué vergüenza siente el humilde cuando se le reconoce una bondad! “Pues no lo sé, desde pequeña en el bar de mis padres ya ayudaba. Empecé a dar clases de español a inmigrantes a los 16 años en el Solanillo y desde entonces; ahora estoy en Centro Áfrika, voy dos veces en semana a dar clases. También hago ayuda a domicilio con gente mayor y discapacitados, aquí no paramos”.

Los dos rompen a reír, no es por avariciosos que trabajen en mil sitios, es por inquietud. En el centro también preparan a adolescentes atletas a un precio razonable a sus bolsillos.

Gema siente verdadero amor por el continente africano. Ha visitado Marruecos, el Sáhara, la zona Bereber, Senegal, “de verdad que no tienen nada y te lo dan todo. Siempre he viajado así con mi mochila, a veces les daba lo que llevaba. Depende como vayas así te van a tratar, ¿Qué me iban a pedir?”. Señala su ropa, para señalar que sin lujos en la mano izquierda lleva una pulsera del continente negro pero el enigma lo guarda en sus ojos. Intuye más que habla, son equilibrio, el tao.

 ¿Por qué el nombre de Black and White?

Gema se ríe: “no es tan obvio como parece, lo que la gente cree. Es un juego de palabras que se le ocurrió a mi padre. Ya había empezado el proceso de adopción y entonces él salió con eso, que fuera algo gracioso decía. Cuidé de mi padre hasta que murió y pararon el proceso de adopción un año porque ese es el protocolo después de una pérdida. Pero esperemos que llegue pronto”.

Aparte, trabajáis de otra forma en el gym, ¿no?

“Tenemos implementos pero no muchas máquinas de sala. Utilizamos accesorios, la única máquina es un cuerpo. La gente lo que necesita es definir su cuerpo, si tú no eres capaz de llevar tu propio cuerpo, mal vamos.»

«Esta mañana teníamos a Juan ‘el carnicero’, llegó pesando 160 kg y ahora pesa cerca de los 90kg. Nunca había hecho deporte y está superando su reto. Cuando va a las tiendas flipa porque puede comprarse ropa. También hay un hombre de 80 años que vino que no se podía mover, ya ahora está hecho un toro. También te digo, la gente que viene aquí va a sufrir. A la hora del trabajo, nos tomamos las cosas muy en serio. Ella tiene más paciencia que yo”. Sidi de nuevo dejando claras las cosas.

Clases de baile africano en Black and White. Foto por Melanie Lupiáñez
 

Cada cual se las busca y este maliense ha actuado en Éxodus, Mar de Plástico y algún otro título, portero de discoteca… Pero lo que más le gustó fue hacer de rey mago en la cabalgata de Almería un año. “Fui el mejor rey mago negro”. Me retuerzo de la risa todavía porque de todos los méritos que puede colgarse, ese es para él el más célebre. Por las mañanas, trabaja como intérprete en la Oficina de Extranjería de la Policía Nacional, entrenaba a un inspector de policía y ese fue el puente, claro que habla 7 dialectos africanos, español, francés y se defiende en inglés.

Otra cosa que me sorprende del africano es que va a su país en coche y tarda como 3 o 4 días, ¿por qué? “Porque en el avión solo puedo llevar 40 kilos pero el coche lo llevo cargado de cosas para ellos”. En fin, y yo que no sé qué ropa ponerme. 

¿Cuál es vuestra próxima meta?

“Ojalá que tengamos salud, porque con la salud se puede hacer de todo”, así finaliza Sidi.

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La barbería que congrega al mundo en Roquetas de…

Hace un par de años abrió sus puertas en la plaza de la biblioteca de Roquetas de Mar una peluquería-estética a caballo entre sala de fiestas y dos continentes. Los puentes entre las culturas se tienden a través de la estética italiano-marroquí del local, de los ritmos urbanos en voces tunecinas, latinas, americanas, de las manos que con mimo elaboran complicados dibujos en el cabello a golpe de paciencia, perfeccionismo y navaja.  

En este pueblo de la costa mediterránea conviven 114 nacionalidades de las 193 que forman el mundo, según el censo municipal. Roquetas es el mundo en un pueblo, los rumanos son el oro, los marroquíes la plata y el bronce los senegaleses, en medida a los habitantes empadronados. La riqueza cultural la genera el motor económico que es la agricultura, primeramente, pero a día de hoy podemos ver cómo los extranjeros impulsan la economía en el sector secundario y terciario, uno de los ejemplos: la Peluquería Venecia.

Fran Juárez, el barbero que ha crecido en los bancales. Foto por Melanie Lupiáñez

El equipo de trabajo del local protagonista no llega a la treintena, a nadie le sorprende que allí converjan rumanos, marroquíes, gitanos, guineanos… “para mí es lo normal, yo he crecido así con personas de todas partes”, dice Fran Juárez, uno de los barberos. Un joven roquetero que empezó a trabajar a los 15 años con la disciplina de la agricultura heredada de su padre y que hoy aplica en su día a día.

Juárez es delgado, habla lo justo y pone plena atención a lo que hace, desde que coloca la capa, hasta que empolva la brocha con talco para retirar los pelos que le hayan quedado al cliente por el cuello y la cara. Puedo decir con un margen de error milimétrico que este chico es un rabo de lagartija. A los 20 años, se fue a Inglaterra, trabajó en una barbería y a pesar de que hizo muchos amigos y el lugar le parecía agradable, este es su sitio.

“El trabajo aquí habla solo. La calidad de peluqueros es lo que nos diferencia”, dice Juárez.

 ¿Cómo aprendéis a hacer esos cortes de pelo?

Eso es que te guste, si algo te gusta lo aprendes rápido. Los clientes suelen cortarse el pelo con uno de nosotros pero si faltamos se cortan el pelo con otro peluquero sin problema. Tenemos más o menos el mismo rollo.

Detalle de una de las mesas de trabajo. Foto por Melanie Lupiáñez

¿Por qué los marroquíes trabajan tan bien la barba?

Son muy detallistas. Hay muchos tratamientos: se puede tintar la barba, echar queratina para alisarla un poco… Muchas cosas las aprendemos en las redes. Siempre vemos vídeos, de gentes de otros países, de técnicas diferentes, al final sacas tu propia forma.

¿Esta es la barbaría de las naciones?

Si es una buena barbearía, se mueve gente de todas partes, no solo aquí, cuando trabajé en Inglaterra también lo veía.

A pesar de ser muy joven, tienes 22 años, ya cuentas con una trayectoria ¿Cuál sería tu meta?

Mi meta es ser el más grande en lo que hago y ya está.

Soy el que abre la barbería yo estoy aquí a las 09.00h. Tengo mi rutina que es levantarme, mi trabajo… Llevo 7 años trabajando sin parar, durante 4  estuve en la agricultura con mi padre. Al principio se lo tomo regular porque estaba de encargado en la finca pero lo entendió. Ahora soy quien le corta el pelo.

Kleva, el barbero que hace los cortes con más rollito. Foto por Melanie Lupiáñez

 Kleva Djalo o siplemente Kleva, “el barbero con más rollito”, reza en uno de los posts de la cuenta  de Instagram de la peluquería. Conocemos a este joven de 22 años por haber llevado el pelo rubio, rosa, con trencitas, por su ropa llamativa, por su singularidad. La primera vez que vino a Roquetas de Mar tenía 18 años, procedente de Guinea-Bissau su tío le pagó un billete de avión, le dio la oportunidad de conocer este pueblo que hoy es su casa.  De vivir en esta tierra le gusta todo, el sol, la gente que es muy amable, aunque echa de menos a su familia.

¿Kleva cuáles son tus planes?

Seguir siendo peluquero en Roquetas de Mar. Contesta seguro con las palmas de las manos abiertas, me gusta cuando hacemos ese gesto, ese que dice ves  no escondo nada, digo la verdad, después sonríe y cierra la respuesta.

Isa Reina, la auténtica líder de la barbería. Foto por Melanie Lupiáñez

La mujer de este ‘team’, Isabel Reina es nijareña, tiene 26 años y es la mayor de los compañeros. Lleva un año al frente de la estética y tiene una parte de responsabilidad en el negocio cuando no están los jefes, claro. “En general, todos los compañeros nos llevamos bien”, dice la esteticista.  

¿Cómo es trabajar para marroquíes y con marroquíes?

Soy una trabajadora más, cobro igual, todo bien… Gesticula con las manos y asiente con la cabeza para enfatizar su discurso.

Creo que son más estereotipos que tenemos porque ellos llevan muchos años aquí, algunos toda su vida, no tienen la mente cerrada como piensa la gente. Si se dan roces es por la convivencia, no por las diferencias culturales.

 ¿Cuáles son los tratamientos que más haces?

De todo; uñas de gel, extensión de pestañas… los chicos últimamente son más coquetos que las mujeres también este centro está más dedicado al hombre. Ellos se hacen tratamientos faciales, depilación, manicura de vez en cuando alguno, normal, sin esmaltado, solo para tener las uñas limpias.

Una novedad es el tratamiento de ajo para que crezca la barba que introdujo el influencer Isam Harchi. Los resultados no están probados, pero las risas están garantizadas, además Reina es toda una profesional hasta para poner ajo por la cara.

Hamza Stita, el barbero que tiñe el pelo psicodélico. Foto por Melanie Lupiáñez

Quien se esconde por ahí es Hamza Stita, proviene de Marruecos. Llegó a Roquetas de Mar porque su madre le dijo que aquí se vivía bien, y a las madres no se les hace la contra. El joven salió de su país hacia Italia al cumplir la mayoría de edad, pero le gusta este pueblo porque se siente como en casa. Los atrevidos confían en sus manos para derramar los tonos más psicodélicos por su cabeza. También tiene la capacidad de hacer que un pelo crespo luzca como la cabeza de un muñeco Ken en menos de una hora.

Stita realiza y monta los vídeos que aparecen en la cuenta de Instagram de la peluquería, una de las ventanas más potentes para llegar al público, según nos cuenta el equipo.

Gracias por haber leído hasta aquí esperamos que te haya sabido a poco, que quieras pasar a conocer a estos mosqueteros y la dartañana de las navajas. Nos vemos un domingo más en Originem.

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