La musa suiza de Cantón Checa y su hija,…

La familia Sophie Cuendet y su hija Chloé en el ‘Atelier’ de Níjar

Vinimos por oro y hemos encontrado tanzanita… La musa de Cantón Checa y Jesús de Perceval se llama Sophie Cuendet, es alfarera y junto a su hija, Chloé, llevan el ‘Atelier’ de Níjar, un espacio dedicado al arte multidisciplinar con gran peso en el barro.

En los años 70 la pareja formada por Sophié y Juan llegó a Almería, se instaló en La Chanca donde compartieron como los gitanos, con los gitanos, en aquel barrio humilde que les ensanchó el alma. La suiza no dudó en echarse al torno de la Escuela de Artes de Almería cuando flaqueaba el oficio y pareciera que aquello fuera a desaparcar, desde entonces guarda un estrecho vínculo con la institución.

¿Sophie cómo encontrasteis esta parte del mundo?

Por casualidad, (contesta con una amplia sonrisa), compramos un dos caballos, dimos la vuelta a toda la península pasando por Portugal.

Buscaba un lugar donde se hiciera la cerámica de una forma más tradicional con horno de leña, torno de pie… Y me hablaron de Níjar, nunca me dejaron trabajar en un taller porque la mujer al torno no. Así que Juan me construyó un torno de pie y todo lo hacíamos manual.

Cuando llegamos en 1972, un holandés y una suiza todo era muy diferente, los cortijos a nuestro alrededor cultivaban, tenían sus animales, había parra, donde había parra ahora hay invernadero. Si hubiera visto en que se iba a convertir en el futuro no sé si me hubiera quedado aquí. Pero nosotros tenemos la suerte de tener el cortijo en el Parque Natural, en un paraíso. Menos mal.

Así conocí a una de las musas del movimiento indaliano que hizo de Almería su casa, por el acogimiento de sus gentes, el cariño, el respeto. Sophié encontró su lugar en el círculo intelectual de la época y a día de hoy se emociona al ver la exposición de ‘La Chanca’ de Pérez Siquier en la Diputación de Almería, su primera casa.

Sophie se crió en Suiza en el taller de su padre, era un artista multidisciplinar. Más tarde estudió en la escuela de artes y oficios por la especialidad de cerámica. Cuando llegaron a Níjar propusieron un tipo de cerámica artística y de alta temperatura, empleaban esmaltes y materiales diferentes a la alfarería utilitaria típica de esta zona. Juan y Sophie compraron un cortijo en ruinas, cuatro piedras que levantaron con sus propias manos del dinero que obtenían de trabajar en Suiza por temporadas.

Sophie pintada por el almeriense Cantón Checa

En los 80 tu trabajo era muy diferente a la cerámica utilitaria de la zona:

A día de hoy sigue pareciendo algo raro, nuestra cerámica es para exposiciones y la vendemos fuera. La pregunta es ¿esto para qué? Si no tiene utilidad. Vendemos en los mercadillos de San José porque por allí pasa mucha gente.

Cuando pongo un pie en el Ateilier me abruma:

“Cuando los niños entran en el Atelier se quedan siempre callados”, dice Sophie con una sonrisa amplia, su trenza plateada y su ligero acento circunflejo la sitúan en un lugar lejano a Almería aparentemente, pero ya sabemos qué dicen de las apariencias.

La galería ‘L’Atelier de Níjar’ es de fachada blanca encalada, tradicional, pero a través de su puerta se accede al universo propio de las artesanas. El “Bolón”, como lo llama Chloé, su creadora, es una gran urna de barro tamaño júpiter, un primer punto de fuga que se disipa con los móviles del techo. Los elementos revolotean colgados de las altas vigas de madera y enredan mi atención como en una tela de araña que me mece mimosa.

¿Qué representa esta escultura Sophié?

Pues son dos mujeres que se cuentan cosas, dos confidentes.

La obra es una silla deconstruida, un objeto utilitario reconvertido en representativo, donde dos figuras pequeñas se presentan en la actitud que explica la artesana. Es la primera sala después del hall, un espacio entre espacios, cuadrado con una tenue iluminación. Da paso a una amplia sala de exposición donde las obras de diferentes artistas ocupan su lugar y toman su protagonismo.

El primer espacio funciona como distribuidor, desde aquí se accede al taller y a dos salas de exposiciones, una pequeña que alumbra a otra más grande, una sala que hace de museo contemporáneo multidisciplinar y colectivo. Tres veces al año cambian las piezas en torno a una temática en esta ocasión los Haikus ilustrados. Y por el taller andaba Chloé absorta en la música y las cajas cuando la sorprendí. “¡Ay que susto, perdona con la música no te había escuchado!”, dice la artesana.

El taller es un espacio pequeño perfectamente ordenado, de esta forma facilita el trabajo cuando madre e hija están mano a mano y contaminándose la una a la otra, muchas de sus obras son conjuntas. En una de las paredes hay piezas coquetas que presumen de pertenecer a la familia, por amor no pueden desprenderse de ellas. Sobre la mesa el caballo de Chloé una pieza de exquisitez renacentista, todavía está en crudo, su piel es gris marmórea y brilla después de un mes de bruñido, pulir y pulir hasta dejarse las muñecas, para conseguir ese efecto luz sobre el barro.

Chloé te conocí hace unos años en el espacio Camping Gas y hacías abejas y universos diminutos:

Sí, estuve seis meses en cama, solo podía hacer cosas muy pequeñas, manejaba el barro con lo que me daba los dedos porque sentía mucho dolor, me dolía el roce de la piel incluso, así que cuando pasó todo dije ahora voy a hacer algo enorme. Empecé con las cajas, me llaman mucho la atención porque tenemos un instinto de abrir para ver qué hay, era aportar la parte utilitaria a la escultura.

Chloé Van der Mije con su caballo en el Atelier

La escultura está encima de la mesa y es como un caballo jerezano al paso, lleva la cabeza recogida, tiene los ojos almendrados y vivos. ¿Cómo hiciste esta pieza?

Todo está hecho completamente a mano, cogí 4 pellas de barro las puse en la mesa, le dí de ostias… Su cabeza está en esta posición en perfecto equilibrio porque de otra forma no cabía en el horno. Hay una mula por donde saco los perros y la tenía frita, porque es un poco brava. Cada tarde me acercaba y con los ojos cerrados acariciaba al animal para sacar las formas. Cuando llego al taller cierro los ojos y hago lo mismo. De esa forma me concentro en ahora entra, ahora sale, un bulto que hay aquí…

He llegado en el día oportuno hoy trasladan la obra al horno, es una parte delicada, una burbuja de una micra puede hacer estallar la pieza que se cocerá durante horas a una temperatura max de 1200ºC. Después lo envolverán en mayas de lana, hilos de cobre, hierro… y lo enterrarán a palazos en un agujero sudando la gota gorda, mano a mano. Necesitan una combustión lenta, unas ascuas.

Exposición sobre el impacto de los plásticos en el mar en el Claustro de la EAA

¿Tu madre y tú sois las artistas de la familia?

Uff, esa pregunta es difícil, mi hermano es arquitecto de interiores, todos tenemos algo de artistas, per digamos que quien empezó es mi abuelo, el padre de mi madre. Tenía un taller en suiza, era escultor, ceramista, pintor, grabador. Mi madre se crió en su taller, empezó a hacer cerámica con él, tenemos las herramientas de mi abuelo. Ahora es mi tía quien está en el taller de mi abuelo.

Son artistas multidisciplinares, comprometidas con el medio que las rodea, con el mar que las baña y las especies que lo moran. Un gallo Pedro y una lubina fueron protagonistas de algunas de sus estampaciones. En el claustro de la Escuela de Artes puedes visitar una de sus exposiciones con la problemática del plástico en los mares como protagonistas. Implicarse no pasa por ser artista, el artista se implica porque su sensibilidad lo conmueve.

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«El arte más moderno es el más antiguo», dice…

Dice Calderón de la Barca que «la vida es sueño y los sueños, sueños son.» Hay quienes los terrenalizan, los convierten en posibilidad y hasta consiguen vivir de ellos. Así le ha sucedido a Matthew Weir, un inglés afincado en Níjar desde 1988, lugar que le ha permitido aprender el oficio de alfarero con las técnicas subyacentes en varias generaciones anteriores; como le ha ocurrido a su mujer Isabel Soler, tejedora con una raíz familiar de cuatro generaciones. Él siempre ha sido un alma libre, después entenderán, por lo que ha sabido adaptar la alfarería nijareña a diseños más actuales. Ambos son los dueños de ‘La tienda de los Milagros’.

El frío rascaba en Níjar la semana que fui a verle a su casa-taller en el antiguo barrio de los ceramistas. Con música clásica me recibió en su salón y ahí me concedió el privilegio de adentrarme en su mundo desde la infancia. «Nací en Londres pero tuvieron que inducir mi parto para poder coger el barco e irnos a vivir a Estados Unidos. Mis padres eran escoceses; él, diplomático, se formó como traductor de persa en las fuerzas aéreas británicas. Cuando comencé a tener memoria, a los cuatro años, nos enviaron a vivir a Egipto. No fue hasta los seis cuando pisé Inglaterra por primera vez. Eso sí, siempre íbamos de vacaciones a Escocia a ver a mi abuela.»

«Estuvimos en Inglaterra durante un tiempo y luego destinaron a mi padre a Bahrein, ahí estudié en un internado inglés. No creas que era una máquina de privilegios como los que la gente tiene en mente sino más bien un herramienta necesaria para darles estudios a los hijos de los funcionarios.»

Pero estabas en un país árabe y al mismo tiempo ibas empapando cultura de muchos sitios…

Inconscientemente, sí. El arte siempre ha estado presente en mi casa: cerámicas, alfombras… Viví unos cuatro años en Bahrein y son los que más recuerdos tengo de mi infancia. Aún así, fíjate, no hablo árabe.

Tras cursar estudios de filología española y filosofía en la Universidad de Oxford entre el 74 y el 77, Weir sentía la necesidad de estudiar arte, sabía que era la pasión que más le removía en la juventud aunque fuera en contra de las expectativas familiares. Después de la etapa universitaria, la City Lit de Londres le esperaría con las puertas abiertas para formarse como artista hasta el año 82. «Aunque no me hubiera importado ser arqueólogo», sonríe el alfarero.

¿Cómo conseguiste coger el rumbo de tu vida?

No me pilló la época ‘hippie’ como tal, es decir, no fui participe pero sí un niño aspirante. Y aquí rompemos a reir. Matthew abre su sillón relax y la magia continúa. Ahora sí, nos metemos en lo bueno.

«Yo siempre he estado en contra del arte oficial y técnico. Siempre me llamó la atención el arte mural. Antes, no estaba tan visto e hice con unos amigos una cooperativa de muralistas. Hoy hay muchas técnicas pero creo que si quieres decorar un muro es mejor hacerlo con azulejos, como el trabajo que hice en la plaza de Agua Amarga. Para mi gusto, hay que olvidarse de los murales y centrarnos en decorar con paneles de azulejos.»

Hay una descripción suya en su tienda donde se refleja que de jóven se sintió atraído por Dada y el surrealismo, dice sentir un rechazo hacia el mundo del arte elitista:

«El arte oficial es frívolo y no le encuentro sentido. Siempre he estado en contra del mundo del arte de galería y de cuál es el último grito porque, además, parece que todo vale si hay un millonario detrás que lo pague. Pienso que el arte más moderno es el más antiguo porque la búsqueda de la novedad es algo vacío. Todo se vuelve así cuando el arte imita al antiarte, es decir, cuando se hace oficial.»

El artesano me confiesa entre idas y venidas algunas cosas de su vida más personal. «Piensa que antes de venirme a vivir a Almería viví una vida muy bohemia en Londres, donde daba clases por libre en diferentes escuelas, iba en bicicleta y fuí lo que se denomina ahora un ‘okupa’. Después de la Huelga de los Mineros, en Inglaterra hubo un bajón de la izquierda y entramos de pleno en la época Tatcher donde surgió mucho neoliberal. Yo era bastante pobre, había abujeros en la carretera y hasta era complicado montar en bicicleta.»

¿Fue ahí donde usted dijo hasta aquí, voy a mejorar?

Sí. Andalucía no era desconocida para mí porque había estado visitando a varios amigos, por lo que pude conocer la Transición española en mis distintos viajes. En ese contexto político, un amigo me comentó que se había comprado una casa en La Calahorra (Granada) por 2000 libras, lo que venían siendo 200.000 pesetas a finales de los 80.

Me planté en el Campo de Níjar, sabía que tenía que llegar y comprarme una casa. Aprendí todo lo que se hoy de alfarería de los artesanos de aquí, de los que la mayoría ya no están. Iba por la Calle de las Eras y tocaba puerta por puerta para que me dieron trabajo. ¡Hasta cinco artesanos me rechazaron! Luego me enteré que era por miedo a que no tuviera papeles pero me había dado de alta como autónomo. Fue Valdomero García, padre, quien me abrió las puertas de su taller y me ofreció la posibilidad de trabajar. Cuando se jubiló, su hijo quiso modernizar el negocio pero yo quería tener el control de mi propio trabajo. También aprendí muchísimo de los Hermanos Góngora junto con los que grabé una pelicula, ‘Alfarería de Níjar’. Las técnicas cambian, las formas cambian, los productos cambian. Todo evoluciona pero no tiene por qué dejarse de hacer.

Es una pena que un pueblo como este haya dejado un poco de lado el trabajo artesanal pero es que todo en esta vida cambia, querido lector. Níjar era cuna de alfareros que con la llegada del plástico desbancó toda la economía de una comarca. «Mira si era importante y ha sido importante durante épocas que este barrio se sitúa entre dos ramblas porque a los alfareros solo les dejaban hornear dos noches a la semana y según la influencia de los vientos», comenta con sabiduría Isabel Soler. Con el devenir de los años, los talleres tradicionales han buscado el atractivo del público sin más, un ritmo de consumo que decayó a partir de los años 90.

Matthew, ¿tiene algún sueño por cumplir?

A mí me encantaría que en una provincia como Almería se fomentaran los ‘hamman’ y los baños públicos. Es una inversión pequeña, lejos de lo que puede llegar a pensar la gente. Así habría oportunidad de hacer muralismo y de utilizar azulejos artísticos y bonitos. ¿Por qué piensas que la Alhambra tiene tanta fama? Pues por los azulejos, tienen gran poder atractivo.

Isabel Soler tejiendo en uno de los telares que ha restaurado

«Vivir de tejer es casi imposible porque es algo muy manual. Los materiales son muy caros. Cojo el algodón o la lana cruda y hago hasta la madeja, tiño… Es un proceso muy largo porque me fabrico mis propios colores. En España ya casi no hay quien suministre lana.» Y sin dejar de tejer entre sus telares, uno árabe y otro de enebrado alpujarreño, así explica Isabel en qué consiste su trabajo como artesana. ¡Hasta tiene uno que ha restaurado réplica de los que utilizaban los musulmanes en  La Alpujarra! Cuando se llevaron a Latinoamérica estos telares los llamaban ‘Los telares españoles’.

Cúrcuma, olivalda, cáscara de nuez, cáscara de granada, índigo, cochinilla, eucalipto… Un sin fin de colores que va extrayendo de forma manual y haciendo tintes desde hace 30 años. «Me encanta sacar los colores de las plantas». Todo esto lo aprendió de su abuela y su abuela de su abuela. «En el Museo de Níjar hay un telar tan antiguo que solo lo entiendo yo», explica entre risas Soler. «Es que vengo de la familia de las Aguirricas (de apellido Aguirre), de mi abuela. Eran todas mujeres tejedoras y tenían telares antiguos y tejían para todo el campo y los cortijos.»

¿Hacían también las conocidas ‘jarapas’ nijareñas?

Lo que llaman ‘jarapas’ se hacía con la ropa usada de la gente de los cortijos que la recortaban en tiras muy pequeñitas y traían las bolsas con el nombre de la persona. Te pedían que les tejieras una jarapa. Mi abuela las unía y se las hacía. Se utilizaban para cubrir los colchones y que no se oxidaran, se hacian mandiles, trapos de cocina, mantas para el caballo de las bodas nijaerñas con el nombre de las que se casaban (como comprenderás, solo gente rica)…»

Historias infinitas que me dejan la puerta abierta para mi próxima visita porque sí, volveré.

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Ensalada shopska, un sublime sabor búlgaro

Ensalada típica búlgara

A caballo entre dos continentes, bañada por el mar negro y con las influencias de culturas tan diversas como los griegos, eslavos, otomanos y persas. Bulgaria es la tierra con la bandera de los tres colores: blanco, verde y rojo pigmentos que comparten los ingredientes que componen uno de sus platos más típicos y sabrosos, la ensalada shopska. 

Tomate, pepino y queso sirene búlgaro que aunque puede ser un poco difícil de encontrar lo podemos sustituir por un buen queso feta. Sin duda la gracia es seleccionar los mejores ingredientes, basta con pasar por la plaza o la frutería de tu barrio para hacerte con las mejores hortalizas de esta tierra, de nuestra huerta de Europa. 

Tuve la suerte de probar la ensalada búlgara en la Taberna Milena, fue todo un descubrimiento, y cuando estoy caprichosa me gusta pasar por allí, porque se come y se bebe con apetito y sed de obrero. Su cocinero Stoiko tiene por costumbre preparar raciones generosas y llevar el plato de la cocina a la mesa de sus comensales para asegurarse de que los paladares queden satisfechos. 

Los Pashov en su Taberna Milena

Sin duda lo que más me sedujo de este sencillo plato fue la mezcla entre los ingredientes locales y el saber hacer búlgaro, los tomates, la cebolleta, el pimiento y el pepino de Almería cortados en el plato y regados de aceite de oliva virgen extra. Mi consejo es no poner sal porque el queso búlgaro es muy sabroso, parecido al feta griego. Esta ensalada está emparentada con su vecina helénica y con los sabores turcos desde mediados del sigo XIV hasta el XX ocuparon esta tierra hoy miembro de la Comunidad europea.

Si todavía quieres preparar esta delicia en casa toma nota

Ingredientes para 4 personas:

  • 2 tomates en rama 
  • 1 pepino español o 1/2 pepino de Almería 
  • 1 cebolleta
  • 100g queso feta o sirene búlgaro
  • 1 pimiento verde
  • sal
  • aceite de oliva
  • vinagre
  • pimienta

Preparar la ensalada te llevará 10 min y es el complemento perfecto de platos de carne a la parrilla y pescado. 

Primero lava bien la hortalizas. Corta los tomates en dados pequeños y coloca en una ensaladera o fuente. Después pela el pepino y cortarlo en porciones de tamaño similar al tomate. Agrega y mezcla.

Trocea el pimiento verde sin semillas ni filamentos. Pica la cebolleta en piezas más finas e incorpora ambos a la fuente, mezcla con delicadeza. Desmenuza el queso feta te recomiendo un tenedor, las manos o un rallador en caso de que sea un bloque.

Pica el perejil y añádelo a la ensalada. Salpimentar al gusto y aliñar con aceite y vinagre. Mezcla todo bien y da un golpe de nevera.

¡Buen provecho!

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El sombrero de copa de Pescadería

Los barrios almerienses guardan la esencia de quienes los habitan, la frutería donde se arregla la política del país, el barbero que conoce tus pesares, los bares donde se reúnen tus amigos, esos lugares que reciben al forastero con una buena tapa. Si bien, estos rincones están presentes en cada uno de nuestros vecindarios, la calle Pedro Jover ha cautivado toda la atención de esta preguntona profesional.

A las 10 de la mañana de un 10 de noviembre, un hombre viste traje negro, sombrero de media copa, pajarita y camisa blanca; de etiqueta. La vendedora de cupones pronto me informa: “Ese hombre es Luis, es muy buena persona, se dedica a hacer recados a todo el barrio”. El hombre de los grandes lentes redondos custodia la mesa alta de la puerta de un bar, a la distancia prudente para entablar una conversación y antes de comprometer mi identidad puedo fijarme en unas cuantas insignias que lleva en la solapa, son pines de la Guardia Civil. 

“Buenos días Luis me han dicho que es usted muy buena persona, que hace recados a todo el barrio”, el hombre contesta sonriente: “Así es, de esa manera me entretengo”. La rutina para este hombre que ha vivido durante sus 58 años de vida en Pescadería consiste en levantarse muy temprano a las 06.00h de la mañana, ponerse su traje porque a él le gusta vestir bien -“A la antigua”, en sus propias palabras- y también perfumarse bien. Al romper, acude a prestar su ayuda para abrir el bar, la barbería y repartir la prensa. 

Luis Pérez Sánchez lleva cada mañana los ejemplares de La Voz de Almería hasta la Subdelegación de Defensa en Almería. Allí, el guardia civil cuyo nombre empieza por A, habla de cómo entablaron su amistad hace un año cuando fue destinado a la subdelegación, insiste en que es buena persona, que le lleva tabaco y a cambio se queda con la vuelta para sus cosillas.  “Es muy buen chaval, es mi amigo”, el repunte de la voz del señor A y la palabra me dan un pellizco, porque no a cualquier llamamos así. Etimológicamente, un amigo es el lugar donde guardamos parte de nuestra alma y Luis tiene un trocito en cada vecino que lo llama “buena persona”.

Uno de los vecinos de Luis fuma en la puerta, su nombre es Manolo, este hombre cuenta detalles que tiene registrados de la vida del entrañable personaje. Luis escucha sin gesto alguno, es difícil adivinar qué piensa cuando oye sus hazañas, solo dice de vez en cuando “Manolo, esas son historias personales” a la vez que alza la mano, pero no la voz, a la altura del sombrero y continúa con su sonrisa pintada. 

Desde la puerta de su cochera transformada en un museo particular y punto de encuentro para sus amigos, las vírgenes, santos, cristos, relojes y recuerdos de su familia se asoman a la imponente luz de nuestra tierra, con un cielo azul despejado y La Alcazaba de telón la historia de Luis se desgrana, porque todos tenemos un gran historia que espera ser contada. 

El señor del traje negro pintaba muy bien cuando era joven, fue a la Escuela de Artes y Oficios de Almería, pero su padre era relojero y precisaba de la ayuda del chaval. Todavía guarda dibujos y su vecino apunta que es un muy bueno con la madera, incluso ha construido su propia cocina, pero a su manera, comenta entre risas que sigue a la escuela de Bauhaus, Luis sale al paso: “al estilo moderno”.

En los balcones de su casa ondean banderas los Estados Unidos pertenecientes al hermano de Luis, conocido como el Travolta almeriense. “Mira este era mi hermano, salió en La Voz de Almería y todo”, entonces me enseña un recorte de periódico que cuelga detrás de la puerta de su museo. Es una contraportada donde se habla de este personaje de Almería con ese romanticismo que tiene el papel y aquello de guardar los recortes, qué decir si son nuestros seres queridos y ya no están.  

El hombre del sombrero de copa dice que lo mejor del barrio es que no está solo y además no le falta de nada, un vecino le trae pescado, la otra le da un tupper de habichuelas… “A mí me gusta ayudar, siempre con todo el mundo me llevo bien. Me gusta la buena gente, los vecinos y la tranquilidad. Siempre vienen a hacerme una visita, echamos el rato, uno juega a las cartas…”

Y en esa esquina entre la barbería árabe, el bar y la frutería se da la vida de Luis Pérez Sánchez por toda la calle que recibe el nombre del reputado diplomático almeriense, Pedro Jover. 



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100 años viviendo del esparto en Almería, Antonio Casado

Antonio Casado Aún puedo recordar con claridad la última Semana Santa que viví en Almería antes de toda esta anormalidad. Era martes santo y Ana Mar de Quero cantaba al Santo Cristo del Amor una saeta con “la miel en la garganta, porque cantando también se reza”, como dijera el cofrade. La calle Granada estaba paralizada: de fe, de amor, de un algo que solo se puede comprender a través de la experimentación propia. Para mí es la gracia humana de unirnos y realizar acciones que trascienden al individuo.

Y en esas andaba, medio ebria de olores, de la luz de la primavera que invade la ciudad por esas fechas y despierta la vida, cuando salió a mi paso una tienda de canastos. Canastos, mimbres y esparto; la imagen del comercio se convirtió en un recuerdo que recupero 3 años después.

Con la esperanza de no perderme nada, seguí el itinerario trazado aquel Martes Santo, desde la Puerta Purchena abordé la calle Granada y en cada recodo metía la cabeza con la esperanza de volver a aquella imagen iluminada en mi lóbulo frontal.

Desde la calle Carmelo apareció el escaparate de Artesanía Casado tal y como lo recordaba con los mimbres, el esparto, la madera; objetos que han sobrevivido a la revolución industrial y a la tecnológica. Capazos de esparto que el propio Antonio Casado saca de sus propias manos, tras un duro proceso de elaboración con unas enormes agujas de hierro de unos 20 cm. El padre de Antonio fue quien abrió el establecimiento en 1925. “Mi padre aprendió el oficio con 20 años el oficio, porque antes se ganaba bien, ganaba más que trabajando en una tienda de comestibles. Había mucha demanda de esparto que mandaban a Marruecos, a las minas, a todos lados”.

¿Antonio cuándo nació usted?

Yo en 1936. Me pilló la guerra, pero era chiquitillo.

¿Cuándo aprendió el oficio?

Empecé a trabajar a los 14 años con mi padre en la espartería, hacíamos espuertas para el campo, ceazos, aguaderas, en fin, una pila cosas. En Baza hacían la pleta, (Antonio hace un alto y señala un canasto que cuelga del techo para ejemplificar de lo que habla), ahí echaban los tomates y los pepinos cuando empezó la agricultura.

Antonio, a sus 85 años, está jubilado; sus manos deformadas atestiguan el duro trabajo que han desarrollado. Sentado en una silla de bambú se abanica con un paipái, hace un calor bochornoso y descansa sus pies descalzos sobre una estera de esparto, un gesto que denota como el negocio es su hogar.

¿Qué es lo que más le gusta trabajar?

La espartería es lo que más he hecho, en la tienda reparamos muchas cosas que se hacen fuera, como las sillas de rejillas…

¿Esas alpargatas son ornamentales?

En el año 50 se gastaban esas alpargatas en el campo… Todo el mundo llevaba esparteñas y albarcas, con suela de goma y la cara de esparto. Casi todos los campesinos sabían hacerlas, el conocimiento se lo pasaban los viejos a los jóvenes, era una cadena.  

También recuerdo las esteras para los camiones. En aquellos años iban hasta Madrid cargados de pescado y ponían la estera de esparto arriba de la carga para que aguantara.

La artesanía Casado es el único establecimiento de estas características en el centro de Almería. Casi un siglo de historia, una guerra, el milagro almeriense, el cine… Suministraron la cordelería en Exodus de Ridley Scott.

Carmen Casado

Quien está al frente del mostrador a día de hoy en Carmen, la tercera generación quien atiende primorosa a los clientes habituales vienen a por cuerda y ya sabe cuál tiene que buscar. Solo lamenta la bajada de calidad, calidad y valor del trabajo del artesano con algunas exportaciones a bajos precios. Y recuerda la vida sin tanto sobresalto

“Antes te las tenías que ingeniar con muchas cosas, no te podías aburrir. Tenías que matar el tiempo en algo útil. Como no entretengas las neuronas, se gastan. Yo no trabajo el esparto hay que tener cierta habilidad y cualidades, unas manos fuertes”.

Y regreso al bullicio de un viernes tarde en el centro con la algarabía de la calle en contraste con un manso lugar.  

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El último fragüero de la Pescadería

Ramón Santiago Moreno

No conozco el calor de una fragua, ni el amor de 50 años de profesión, no sé que significa apellidarse Santiago, ni me acompañan las herramientas que mi abuelo hizo con sus propias manos. Pero sé de alguien que reposa su cabeza en el legado de una vida y hunde sus raíces en los manantiales más profundos de su pueblo. Ramón Santiago Moreno, es el último fragüero de la Pescadería de Almería.

“En el Camino Viejo, no tiene pérdida”, con estas señas y desde unas anchas escaleras, donde antes se situaba la Foca, se llega hasta la casa-taller del almeriense. A media tarde, el cobijo de la montaña proporciona sombra, sopla una suave brisa de primero de septiembre, el aire suena hondo a Flamenco, Ramón anda afanado en pintar unas sillas con forma de guitarra.

¿Es usted Ramón?

Sí, pasad.

El artesano abre una puerta blanca con exquisitos adornos dorados, una habitación de apenas 6 metros cuadrados hace su particular museo de cobre, hierro, acero, bastones, botas, un retrato de familia numerosa donde él es solo un chiquillo y otra de licenciado, de esas fotos que hacían a los muchachos cuando se convertían en hombres a su paso por el servicio militar. “Vendo lo que hago yo, lo que no hago, no lo vendo, porque no sé ni qué vale. Hace poco vino una mujer y le parecía caro 20€ por una guitarrita de cobre”, dice jacoso.

¿De dónde le viene el oficio?

Me viene de mi bisabuelo, dentro guardo la fragua con la que él trabajaba, pero hoy en día no la puedo utilizar porque necesita unas pastillas de carbón especiales. Tuve la suerte de conocerlo, yo tenía como 7 u 8 añillos y me acuerdo de él. Mi abuelo hacía los aperos del campo, las herraduras de los animales, en fin… No se ganaba mucho.

Nació en 1955 y pasó sus primeros años en una de aquellas casas cuevas que Pérez Siquier inmortalizara para los restos, porque ya solo quedan ruinas. En su adolescencia se trasladó a la calle que ha visto nacer a sus 5 hijos, nietos y biznietos. “En Navidad nos juntamos 23 a comer y porque mis hijos no han tenido mucha descendencia, el que más tres”.

La familia es la razón de ser de este hombre que continúa: “Yo sueño con ver a los hijos de mis biznietos, el mayor tiene 5 años, pues 15 años más que dure y llego a verlos”, sonríe, recapacita y dice: “Claro que uno tiene lo suyo”.

Ramón muestra una faca de atrezo hecha por él y yo entusiasmada

Su mujer, María, sale de casa con un vaso de agua y una pastilla, le mete a Ramón el medicamento en la boca y dice: “En el nombre del Señor”; y con esa comitiva solemnidad el marido toma su medicación y ella vuelve a lo suyo. “Llevamos toda la vida juntos, nos conocimos y ella tenía 16, yo 18 años”, de nuevo sus ojos se hacen chinitos al recordar tiempos pasados… “Ya ves tú”.

¿Se ha dedicado toda su vida a la fragua?

Que va, yo empecé con esto tarde, ya estaba casado, tenía mis dos primeros hijos. He trabajado 40 años como albañil en la empresa y haciendo carreteras. 

Con los brazos apoyados en el muro que sustenta el balcón donde se ubica su casa y la vista perdida en el horizonte del puerto pesquero se adentra en su relato, en sus recuerdos. “A mi padre le daba hasta coraje cuando le preguntaba por algo de la fragua. Me decía: ‘Toda la vida lo has visto hacer y no sabes cómo se hace’. Siempre lo he tratado con mucho respeto, le hablaba de usted y no me vio fumar hasta que vine de la mili. Ahora la cosa es diferente mis hijos me respetan, pero a veces me hablan como si fuera su amigo y eso tampoco es”, pronuncia estas últimas palabras con la mano derecha en el corazón y un esbozo de sonrisa.  

Y de todo un poco de lo que fue y lo que es la vida, de cómo el dinero y los orígenes vertebran las clases sociales Ramón pone la cara B de la realidad de un barrio históricamente castigado por la pobreza. “Mi hija trabaja en los almacenes, tiene dos hijos y no tiene para pagarse un alquiler. Además, la vida ya no está como antes que con 10 barras de pan se apañaba la familia, tú dales a mis nietos pan na más”.

“Si no fuera por la marihuana, la gente pasaba hambre como en el tercer mundo. Que no estoy de acuerdo porque a veces hay cortes de luz y la gente se pasa, pero lo puedo comprender”.

Olla donde comía la familia de Ramón cuando era niño y retrato familiar arriba

¿Ustedes han pasado fatigas?

Sí.

Pero fatigas que Ramón ha transformado en cada pieza, cada detalle y cada historia que los objetos pueden contar a través de su testimonio vivo. “En esa olla que ves ahí, comíamos toda mi familia”, ahora en un reloj con guitarras. “Esas botas que ves ahí colgadas, me las ponía antes para vestir porque quedan muy bonitas con un vaquero. Me las regaló mi hijo mayor con su primer sueldo”.

“Muchas gracias, volved cuando queráis y traed más amigos”, se despide Ramón.

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“Si no puedes tener un perro, compra un pez”…

Nuno Mateus en su consulta de Vet&Pet’s. Foto por Melanie Lupiáñez

En su consulta una bandera de Portugal y otra de España, casi por superstición las lleva consigo desde que tuvo el accidente de moto que cambió el rumbo de su vida y lo plantó en Roquetas de Mar, esa bandera de su tierra es su estandarte. Nuno Mateus es un tío peculiar, habla pausado y firme, consciente del dardo que lanza a cada palabra.

¿Qué consejo le darías a la gente que quiere tener una mascota?

Que no regale un perro, porque los juguetes se olvidan.

El centro se encuentra en la Urbanización de Roquetas de Mar y fue abierto el pasado octubre en plena pandemia. Este veterinario siempre ha tenido espíritu empresarial y mente inquieta. “Siempre he sido emprendedor, la única vez que he trabajado para otro fue cuando me vine a Almería”, dice Nuno.

¿Cómo os conocisteis?  

Su pareja, Encarna Martínez, se ríe y dice que le engañó. Un cruce de miradas cómplices y la sonrisa de oreja a oreja, “¿Se lo cuento?”, dice ella, él asiente y se ríe. “Como Nuno se apellida Mateus cuando fuimos a su pueblo en Portugal donde están las bodegas Mateus Rosé me dijo que todo era de su familia” … Él sigue vapeando, me mira, se encoje de hombros y se ríe. Se conocieron cuando Nuno fue a Murcia a hacer el máster de anestesia.

“Si no fuera por ella, todo esto no existiría”. Encarna interrumpe y dice: “peloteo” en un intento de hacerse la dura y no dejar que la emoción la invada. Entonces sigue Nuno: “no es peloteo porque no podría desarrollarme más, me da mucha seguridad en mi trabajo”.

Encarna es puro nervio, ella lleva la clínica y marca las directrices, pero esto que quede entre nosotros. “Nosotros trabajamos en equipo desde hace muchos años, nos entendemos perfectamente. Casi al mismo tiempo nos hicimos pareja y trabajamos juntos. Al final no hace falta hablarnos porque sabemos lo que necesitamos, a nivel personal y profesional. Eso es una ventaja cuando, por ejemplo, hay cirugías de accidentes que tienes que intervenir de forma rápida. El tiempo apremia”, finaliza la alicantina.

Encarna Martínez y Nuno Mateus en la puerta de su centro veterinario

 

¿Cómo fue que aterrizáteis en Roquetas?

Tuve un accidente grave con la moto en Orihuela, donde nos conocimos Encarna y yo. Decidimos que lo mejor era volver a Portugal, Vila Real, preferí recuperarme en casa cerca de los míos. Después de muchas cirugías, ahí hace mucho frío y busqué un clima más caluroso para mi recuperación.

Cogí un mapa, hice un redondel y mandé currículum en esta zona. Me llamaron de 2 sitios, me presenté a uno y decidimos venirnos a Almería con el coche lleno de cosas y dos niñas (una de 3 años y otra recién nacida).

La cosa al principio fue regular porque la dueña quería solo un cirujano, me limitaba mi progresión como profesional; así que a los tres años fue cuando di el paso y me animé a abrir nuestro propio centro. Hago cirugía de mínima invasión, videocirugía, desarrollos ortopédicos y todo lo que tiene que ver con traumatología. 

El centro Vet&Pet´s es puntero en cirugías e imagen. «Ahora estamos en la parte de desarrollar laparoscopia quirúrgica. Operar o castrar con solo un mini agujero es ya una realidad para los animales» a Nuno le brillan los ojos cuando lo cuenta. “Imagina, yo soy cirujano y hago extracciones toda la vida de la misma manera, es tan aburrido… Dejé el anterior trabajo porque necesitaba progresar y encontrar nuevas maneras que me motiven. Gracias a Dios tengo la suerte de hacer una cosa que haría gratis. Adoro mi trabajo». Ese amor por su profesión se destila en su centro de trabajo y en detalles como que recuerda el nombre del perro cuando le dices la afección. 

¿La profesión la llevas desde pequeño, te has criado con animales?

Sí, me he criado con animales. De pequeño hice unas tarjetas con mi nombre y profesión y se las daba a la gente y todo el mundo se reía de mí. En Portugal no se estudia veterinaria. Se estudia medicina veterinaria, los 3 primeros años son iguales a medicina, después haces la residencia y libro que defiendes ante un tribunal compuesto por 3 profesores.

¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?

Mis clientes viene con sus mascotas y dicen, tiene una mirada triste, algo le pasa y tienes que adivinar, es un trabajo de detective y por eso me fascina el reto.

¿Cómo fue dar el salto? ¿Al principio es duro encontrar financiación?

El primer hospital que yo abrí, que fue el primero en toda la región norte de Portugal, en el 99, la conseguí porque mi familia me ayudó con un préstamo y me avalaron. ¡Solo tenía 27 años y la mantuvo abierta por unos tres! El veterinario prosigue con habla pausada. Con el tema del divorcio de mi primera mujer tuve que vender y fue cuando me lie la manta a la cabeza y vine para España para hacer el máster de anestesia en Murcia. Anteriormente, ya conocía el país porque hice una residencia en la facultad de veterinaria de la UAB de Barcelona.

Siempre has tenido la parte empresarial muy presente… 

Tuve la “suerte” de montar un hospital enorme porque, después de la universidad, me reuní con unos grandes profesionales y formamos un equipo perfecto.

Nuno es de esos profesionales que saben de lo que hablan: «ya en el 99 poníamos prótesis de caderas a animales, cosa que ahora ya no se hace porque nadie lo paga. Siempre que trabajaba era para ser productivo con mi tiempo.»

Material y ropa específica para la realización de radiología veterinaria

 

La vocación siempre rondando en todo lo que te has propuesto, ¿verdad?

Yo estudié veterinaria para ser cirujano, no para ser un vendedor de tienda o vendedor de piensos”. Nos gusta ser muy puristas en el tema de enfocar nuestra profesión de manera pura y al mismo tiempo puntera.

Aunque hay que remarcar que nuestro protagonista es de espíritu inquieto y ha querido mostrar su saber hacer más allá del trato veterinario-cliente. Además del programa que tiene en la tv, el cual pronto volverá a las pantallas tras el parón sufrido por la pandemia; el portugués es colaborador de radio y se maneja con soltura dentro de las redes sociales. Un ejemplo es su canal de Youtube donde sube muestras de su saber en las cirugías que habitualmente realiza.

¿Creen que ahora hay mucha más conciencia con los animales de la que había antes?

Encarna toma el timón de la conversación. Sí, ahora ya todo ha cambiado. Ahora hay más conciencia pero más economía, la gente está concienciada y tratan a los animales mejor, intentan siempre que accedan a un mejor tratamiento. Además, nosotros tenemos muchos equipos aquí muy punteros en Almería, hacemos cirugías que nadie hace. Mantenemos red de contacto con otras clínicas que nos derivan casos y es lo que nos ayuda a ser nuestro objetivo y ser un centro de referencia en la provincia y alrededores. 

¿Cómo se logra manejar el tema de la competencia?

Lo bueno nuestro es que teníamos la cosa muy clara, sabía lo que quería, cómo estaba el sector y, de verdad, es que de momento nos está yendo muy bien. Hay que tener en cuenta que yo ya llevaba tres años aquí y conocía todo.

Intentamos separar nuestros servicios con los que ofrecen las otras clínicas, es una manera de tener una competencia más leal y que todos se necesiten. Esto aquí no ha sido fácil porque aquí no hay una unidad, los veterinarios van a lo suyo y no se fía nadie de nadie. En Portugal, cada uno tiene una especialidad y entre ellos se ayudan mucho. Trabajan entre compañeros de forma muy normal y mandar a los animales entre especialistas porque ellos se ayudan.

Es algo que sería mucho más lógico, evidentemente…

Exactamente, pero aquí en veterinaria todos tienen la sensación de que se van a quitar el trabajo unos a otros. Nosotros estamos especializados en cirugía e imagen.

Cuando los padres irradian esa vocación por su profesión, muchos hijos son capaces de empaparse de ese amor y convertirse en todo aquello que mamaron desde pequeños en el hogar. ¿Quién sabe? En la mayoría de ocasiones, es el alumno quien termina superando al maestro.

¿A vuestras niñas les gusta el negocio?

Muchísimo, les hemos tenido que hacer hasta disfraces de ‘supervet’ (superveterinarias). Un guiño que promete…

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“No pueden cerrar un país entero” de cómo Brasserrie…

Plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro; los mandamientos del poeta cubano José Martí en la vida del hombre. ¿Pero qué hay que considerar para creer que una vida merece la pena?

Esta es la historia de una joven pareja holandesa que viajaba por el Mediterráneo en barco, habían dejado atrás su negocio en los Países Bajos para tomarse unos años como marineros y en la isla de Ibiza se plateó la siguiente encrucijada: ¿Córcega o Roquetas de Mar? Se decantaron por la segunda opción y así es como Carolina Rozendaal y Jaco Mudde, los dueños de la Brasserie Panini, se instalaron hace 20 años en el municipio almeriense.

Todo empezó en la avenida del Mediterráneo, allí abrieron un cibercafé a principios de los 2000. La filosofía era sencilla, café e Internet a bajo precio, todavía ni había llegado el euro. Tenían 3 líneas de teléfono que conectaban y desconectaban cuando los clientes necesitaban acceso a la red. Carolina transmite con su español de fuerte acento las vivencias de esos primeros años. “Nos fue muy bien, todo el mundo necesitaba Internet, estaba lleno de extranjeros” y señala la esquina contigua a su brasserie para indicar el lugar exacto donde se ubicaba el cibercafé.

En aquella primera ubicación, tomaron contacto con los clientes locales y empezaron a ofrecer costillas, sate de pollo y algunas delicias flamencas que enganchaban a los paladares de quienes se acercaban. El precedente para lo que hoy sería el restaurante con 437 referencias en TripAdvisor en 3 lenguas distintas y una puntuación casi perfecta.

“La hostelería es mi sangre”, dice Carolina que desde los 24 años es responsable de sus propios negocios. “Cuando empecé a los 24 años en mi país no podía tener un negocio, mis padres firmaron por mí”. Seis años después, harta de aguantar la rutina del bar, decidió emprender el viaje que la traería a este rincón del mundo.

¿Carolina cómo conoció a Jaco?

En el bar, él era mi cliente y empezamos una relación. Lo veía que venía cada noche y no hacía nada, entonces le dije ven a trabajar en el bar. Él dejó su trabajo y empezó a trabajar conmigo y así.

Carolina y Jaco al frente de Brasserie Panini

Recuerda cómo el principio del milenio los trató bien y cuando el ADSL se instaló en la mayoría de los hogares no les quedó otra opción que reinventarse. Así nació Panini´s, frente al hotel Playa Luna, una zona que era un auténtico hervidero de gente en los meses estivales. Y el empujón del fútbol era siempre un plus. Como la terraza del local era grande y estaba bien situada la hostelera pensó rápido.

Carolina fue al banco a pedir 1000€ para comprar 3 pantallas enormes e instalarlas entre la terraza y el bar durante el mundial de 2010, cuando España ganó a Holanda, asiente con la cabeza la protagonista en el gesto de disgusto, pero continúa con el negocio. El banco no estaba por la labor, pero la suerte estaba de su lado. Un cliente que había detrás la escuchó fue al cajero y prestó el dinero a Carolina que tardo dos semanas en saldar su deuda. Después del mundial de fútbol, sorteó las televisiones en un bingo entre los clientes, una de las pantallas llegó hasta el restaurante actual. Hoy reposa en la zona destinada a los niños antes del COVID.

“Eran los niños quienes elegían venir a comer a la Brasserie porque tenían juguetes para ellos, sus mesas, pero ahora como está todo…”

Sate de pollo la salsa es de cacahuete

¿Cómo habéis sobrellevado la pandemia?

“Del COVID no quiero ni hablar”, dice Carolina, y aguanta el gesto donde la mueca de la boca delata un mal trago.

Recuerdo el sábado 14 de marzo del año pasado perfectamente, cuando me dijeron: tienes que cerrar. Yo repetí 1000 veces no pueden cerrar un país entero. Me parecía raro que mis colegas pusieron el mobiliario dentro.

Durante la cuarentena la gestoría nos preparó un pase para que viniéramos al restaurante a limpiar, a ponerlo bien. Estoy acostumbrada a trabajar, no podía sentarme en el sofá 24h, nunca lo he hecho en mi vida.

Cuando reabrieron en junio estaba bien, pero en julio se fueron los extranjeros y…

Nunca hemos tenido problemas con los bancos en estos 20 años, pero hemos tenido que pedir un préstamo y ahora estaremos 10 años más aquí y yo ya tengo 56 años.

Es una realidad a la que se están enfrentando muchos hosteleros y a Carolina le pesa tanto como a otros, sus raíces se han extendido por nuestro pueblo donde ha criado a su hijo, ahora adolescente. Porque la mujer considera que los niños necesitan tener un lugar estable, la pareja no tiene pensando mudarse o volver a su país, han hecho de Roquetas su hogar.

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El apoyo de la familia es determinante para montar…

Las peluqueras, los camareros y esteticistas son los psicólogos de muchos de sus clientes, soporte emocional y afectivo. Hoy, Mónica López Jacobson, nacida en Suecia de padre español y madre sueca, relata su historia de cómo fue llegar a Almería en 1992, montar un negocio y mantenerlo durante todos estos años.

¿Has tenido que reducir personal con el COVID?

Sí, la otra peluquera no la estoy manteniendo. La esteticista está de vacaciones esta semana y mi hijo, que es barbero, ahora está conmigo. Creo que para el verano voy a buscar a alguien porque ya empieza a ir mejor.

Hasta ahora era una incertidumbre, no sabía si meter a alguien más a trabajar o no con la reducción de horarios y todo.

Estás abierta desde 1993, durante estos años habrás tenido que hacer frente a muchos altibajos:

Este año ha sido duro para todos, pero por lo menos he podido seguir manteniéndola, abriendo y cubriendo gastos. Al principio después de unos meses cerrados tuve que poner dinero de mis ahorros, he aplazado la hipoteca, porque no podía con todos los gastos. Bajó el volumen de trabajo, la gente ni viene tan a menudo, no hay fiestas grandes, bodas, muy pocas comuniones, en vez de cada mes el tinte pues aguanto 6 semanas… Esas cosas se notan.

Otras crisis que hemos tenido que afrontar como la del ladrillo en 2008, se quedó todo estancado y, también ha costado mucho que Almerímar se levante como pueblo.

 Durante esos momentos más duros ¿Cómo haces para que los nervios no te coman?

Tengo un apoyo fantástico de mi familia, sé que si llegase el momento que necesitase ayuda de cualquier tipo económica, moral o práctica, están ahí. Mi hermano es un ‘crack’ como empresario y cuando me ha hecho falta una ayuda económica él siempre me ha dicho: ‘no pidas al banco, yo te lo presto y me lo devuelves cuando puedas’.

Simplemente saber que mi familia estaba ahí ya… Si no hubiera tenido a nadie no sé si hubiera sido capaz. La ayuda práctica de mis padres ha sido fundamental, si ellos no hubieran cuidado de los niños, no habría podido.

Detalle de la lámpara hecha por Mónica con sus tijeras viejas

¿Cuándo llegaste a España tuviste choque cultural?

Sí, me costó al principio, no hablaba el idioma y tardé como un año en hacerme con la lengua. Aun así, son formas muy distintas de ver las cosas. Dentro del choque cultural he sentido que mi generación ha sido educada en otra manera en Suecia que aquí, los jóvenes almerienses de hoy no tendrán ese problema. Cuando llegué aquí las mujeres de mi edad no trabajaban, o se iban de casa cuando se casaban… Yo me fui de casa de mis padres, alquilé mi piso, compré mi coche, viajé por el mundo. 

“Me mudé aquí con 23 años, al año siguiente abrí la peluquería. Este es mi mundo, mi vida ha sido la peluquería y Almerimar. A veces me da un poco de rabia no haber viajado más. Cuando montas tu propio negocio con su hipoteca y tus niños chicos ya no tienes esas libertades. Viajo a través de mis clientes”, dice la peluquera que puede presumir de uno de los negocios más antiguos del puerto deportivo, desde 1993.

Mónica López Jacobson aprende de todos los lugares que visitan sus clientes, viaja a través de sus ojos, muchas de esas escapadas suelen estar en su lista de viajes. “¿Has visitado Vietnam? Es precioso, la bahía de Hang Hoi y todavía no está tan explotado turísticamente”. Los domingos sale a hacer senderismo con su pareja por las montañas de la zona, se mueve con mucha agilidad y cuida que los clientes se sientan confortables.

¿Qué es lo que se te hizo más difícil al montar tu propio negocio?

Lo más difícil es la conciliación, pero gracias a que tengo una familia maravillosa que me apoya en todo, sin ellos no habría salido adelante el negocio, siempre me han apoyado.

Mis padres han criado a mis dos hijos y a los dos hijos de mi hermano, no son como abuelos, como como otros padres para ellos. De hecho, cuando mi hijo necesita consejo siempre llama a mi padre para que le eche una mano.

Como empresaria he tenido mucha suerte, porque la clientela es muy pareja. Está la gente de los barcos que viene en octubre y se va en abril-mayo, pasan aquí el invierno. Las caravanas también tienen la misma temporada. Muchos de estos clientes vuelven cada año, es una clientela fija-discontinua.

¿Por qué se crea ese vínculo afectivo tan estrecho entre peluqueras y clientes?

A veces la gente me tiene mucha confianza porque cuando llevas muchos años tienes una clientela fija. Me cuentan cosas muy íntimas, pero no conozco a su marido, ni a su suegra, entonces es más seguro contármelo a mi que a alguien que está dentro de su círculo. La peluquera es muy expresiva, cercana, pone énfasis y gestos a casa acento de forma que se hace una persona muy confiable.

“Mucha gente viene aquí porque no tiene nadie que le mime, a veces pienso en lo dura que se está volviendo la sociedad”.

Mario el relevo de Bonnie y Clyde

¿De dónde viene el nombre de Bonnie y Clyde?

Quería que hiciera referencia a que es de hombre y mujeres y puse ese nombre. Que hace referencia a los atracadores de los 50 que se ganaron la admiración de los estadounidenses además de una extensa filmografía.

Hoy su hijo Mario toma el relevo como barbero y comparte local con su madre. El cilindro de rayas blancas, azules y rojas incida su lugar en la peluquería, que siempre estuvo enfocada en los dos géneros.

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“Con el COVID hemos tenido que poner dinero de…

Hay quien se toma la vida como una carrera de obstáculos, los salta o se cae, pero siempre continúa incluso cuando la meta se atisba difusa en el horizonte. El protagonista de la historia de hoy es hostelero y ha sobrevivido a dos crisis económicas, la del ladrillo y la del coronavirus.

Hace 12 años que abrió un pub inglés en el puerto de Almerimar con el concepto almeriense de tapa. ¿Habrá algo más español que montar un bar? A día de hoy, hasta su madre lo llama Mario; aunque en su identificación sus orígenes lo sitúan en Iasi, Rumanía.

“La primera vez que vine en 2002 fue a casa de unos conocidos, pensaba que iba a trabajar con los pepinos, aunque nunca lo hubiera hecho, pero estuve un mes en la habitación que me habían alquilado mirando por la venta. No sabía muy bien a qué se dedicaba aquella gente, pero no trabajaba, ni me podían poner en contacto con nadie para mantenerme ocupado. Tenía 22 años, ¡imagínate! Decidí volver a Rumanía y en el autobús de vuelta conocí a una mujer que me dio trabajo. Eran 3 días de camino, pero los billetes de avión eran carísimos”.

El protagonista volvía a su tierra con la sensación de fracaso, su compañera de butaca intuyó que Mario no se encontraba bien, ella era madre de un joven de su edad y encargada en un invernadero de El Ejido: “este es mi teléfono cuando empiece la campaña en agosto me llamas”.

“Y volví a pesar de la mala experiencia, ella me advirtió que las condiciones no eran espectaculares, pero que para empezar estaría bien”, recuerda el hostelero sus comienzos. Entonces levanta la cabeza un momento atento a lo que pasa alrededor a pesar de que el bar está cerrado por la capa de pintura que dos veces al año tiene que dar a la fachada. Mario no se permite ni un minuto de desatención al negocio: “Mixo, Mixo, papá no pongas eso así”.

Su madre trabaja en la cocina, responsable de unas deliciosas costillas a la miel. Y su padre, ya jubilado, pasea por el negocio y se sienta al sol del Mediterráneo.   

¿Cómo fue tu primer trabajo?

Fue otra pesadilla, no tenía permiso de residencia, trabajaba por poco dinero, muchas horas, sin contrato. Era novato y joven así que me pagaban tres veces menos. Un trabajo muy duro, pero para coger el idioma….

¿Cómo encontraste Almerimar?

Descubrí Almerimar porque era el lugar a donde venía cuando libraba, los domingos. No sabía hablar español, pero si inglés y ruso. Como en mi infancia era un buen estudiante se me dio la opción de estudiar ruso, porque era una cultura muy influyente entonces.

Me gustaba esta zona porque podía comunicarme, así me hice amigo de la comunidad inglesa, me empecé a enamorar de esto. Un día vine a buscar trabajo y tuve la suerte de que Oscar me contratara para llevar las mesas de los británicos, después de hacerme unas cuantas preguntas en inglés. Aunque mi nivel de español en un año era súper básico, como yo marchar, comer, llamar… me llegaba lo justo para atender las mesas de españoles también.

La reforma de la Ley de Extranjería llevada a cabo por Zapatero, en 2005, fue la oportunidad para Mario y un millón de personas de regularizar su situación. “Fui a la extranjería de Almería hice colas inmensas y desde entonces, estoy legalmente”, dice el empresario.

¿Cuándo abriste tu propio negocio?

Abrí el bar para el Día de Andalucía, el 27 de febrero de 2009. Hasta entonces trabajaba por cuenta ajena, era encargado en otros bares. Cuando sentí que podía trabajar por mi cuenta busqué un local, que es este.

Trabajaba en un local escocés que era de mucho éxito, se llamaba Lago Ness, conocía a toda la comunidad inglesa, era uno más. Hasta que un año y medio después el dueño enfermó y volvió a su tierra, traté de llegar a un acuerdo con el dueño del local, pero el alquiler era muy alto… Así busqué otro local con orientación sur porque el invierno es largo, pero el sol calienta y pensé que tendría más éxito. Tuve que hacer reformas, esto era un almacén del puerto y había que habilitarlo. He hecho tres reformas desde que estoy aquí, la última hace dos años.

El dato: «tres reformas en 12 años y pintar dos veces al año» deja claro el grado de exigencia del hotelero, solo quería remarcarlo por si alguien se despistaba.

¿Desde que empezaste te fue bien?

No, empecé justo con la crisis inmobiliaria, después del primer verano estuve a punto de cerrar, no calculé el alcance de la crisis. Como el año pasado que escuchábamos mucho COVID en China, pero no pensamos que fuera tan grave hasta que nos tocó.

¿Qué te hizo aguantar el tirón?

Confié en mí.

Su respuesta es rotunda y seca.

Me adapté, amplié la carta, hice ofertas… Todo para poder sobrevivir. Por supuesto, el apoyo de los clientes, venían a mi bar a gastar dinero y me decían “de esta vamos a salir” porque nos conocíamos de antes. Habíamos salido a cenar, a pasear, en bicicleta por Balerma.

Después remontamos, pero otro momento crítico fue en 2010, después del verano porque Almerimar era una ciudad fantasma, una ciudad dormitorio, gracias a que hace tres años empezó a cambiar la situación. Dejaron este aparcamiento de enfrente del bar para las caravanas, son clientes estacionales, pero se van y vuelven otros, los torneos de golf, vienen muchos suecos que viven en los barcos durante el invierno…

¿Cuál es el éxito de ser buen empresario?

Adaptarse, mezclar. Un domingo a medio día en mi bar puede haber 15 nacionalidades distintas.  Tengo el fish and chips de los ingleses, el chile, el curry, la salchicha inglesa, boquerones, un poco de todo y de bebidas igual… Hay jamón de Fondón a los ingleses les digo que es de las Alpujarras y ellos encantados de probarlo.

Su acento se inclina británico en la pronunciación del curry, pero ante todo las formas y la atención viven empapadas en la cultura sajona.

Conozco a la gente, trato bien a todo el mundo, si no estoy muy liado hablo con unos, con otros. Que no se sienta nadie como que este bar trata mejor a un tipo de gente y a mi que soy más pobretico o más mayor, pues me atienden peor. No, aquí tratamos a todo el mundo bien para que vuelvan.

¿La conciliación familiar?

He llegado a trabajar 13 y 14 horas en negocio ajeno y propio. El pasado domingo con Jesús, el camarero que lleva trabajando conmigo 4 años y yo estuvimos de 10 a 22h en el bar, él descanso 3 horas, yo sin descanso. Porque no quiero que a mi empleado le pase como a mí que tenía media hora para comer y había que seguir para preparar las cenas.

Siempre he trabajado muchas horas en la hostelería con 25 años trabajaba como encargado en un bar donde venían todos los funcionarios de El Ejido. Tenía a mi cargo a 6 personas que eran más mayores que yo y claro no me tragaban entre que era rumanillo y más joven.

Estoy contento siempre intento dar el máximo servicio posible, no soy Burguer King…

¿Cómo has afrontado la crisis del Coronavirus?

Ha sido malo, el alquiler había que seguir pagándolo y la potencia de luz que tengo contratada es alta, también tenía que seguir pagando un mínimo. He perdido dinero.

En mayo del año pasado abrimos con muchas ganas, la gente ha respondido. Todos los bares lo hemos pasado mal, sin una solución, abrimos con muchas restricciones. En principio la policía local nos dejó una hora más para compensar las pérdidas durante la cuarentena. Pero un mes después teníamos que cerrar antes de la 01.00am de esa fecha en adelante, todo eran restricciones hasta llegar a cerrar a las 18.00h. Un periodo de muchos cambios y confusión.

Antes del coronavirus hacía karaoke con un cantante profesional retirado como un típico pub inglés, pero en este momento estoy más centrado en la clientela de comida que es la base de mi negocio.

¿Con tantas turbulencias tuviste que poner dinero de tus ahorros?

Sí, hemos puesto dinero de los ahorros de los años anteriores. Sobrevivimos con los ahorros, no con las ayudas. Ahora tenemos mucha esperanza de que el verano de 2021 sea mejor que el anterior por la vacunación y la reactivación del turismo.

Llevo tres meses esperando la ayuda, está aprobada, pero no ha llegado. Son 2000€ que es poco para un negocio grande, pero es bienvenido.

He pedido un préstamo ICO que tiene un año para empezar a pagarlo, así tengo más tranquilidad.

Iba a ser policía de fronteras en Rumanía, pero el tema iba por quien pagaba más para obtener el trabajo, no por la nota de la prueba de acceso.

El tema empresarial lo he llevado con la familia a los 18 me sacaba el carnet y era el chófer, iba donde mi madre necesitaba para llevar la ropa.

¿Volverías a Rumanía o cambiarías de país?

No para nada, ya estoy establecido a aquí. He viajado mucho por Inglaterra y Escocia con los clientes que ya son como amigos, pero me gusta esto. Cuando vienen por el bar se toman una foto conmigo como si fuera un icono de la zona y se la envían a sus familiares: ‘mira estoy aquí, estoy con Mario’.

Pasa una clienta, la saluda, y dice: “es británica, después del deporte vendrá a tomar una copa de vino blanco seco, es el tipo de vino que más les gusta a las mujeres británicas”. Sabe con precisión lo que toma cada uno de sus clientes, de forma que el trato es agradable, más la sensación de ir al bar de un amigo con unas vistas privilegiadas, que tomar una cerveza en la soledad de la barra.

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