Ese loco que viste de blanco, el modisto Fabián…

Andaba por la vida preso de la casualidad, paseaba por la ciudad y sus pasos guiaron el camino. Hace 20 años que el modisto y costurero, Fabián Ozán, llegó a Almería; «yo soy más almeriense que tú porque yo lo elegí y tú quizás no», dice desde el sillón de su despacho vestido de blanco impoluto y con la cinta colgada al cuello, como la profesión llevaba Lázaro. 

Fabián había venido de vacaciones a ver a su hermano, era el quinto día de estancia al otro lado del charco cuando se dejó caer por el centro y vio un cartel donde necesitaban costurera y por casualidad encontró la oportunidad. Era la sastrería Hita quien fuera presidente del gremio de sastres de Almería cuando los hombres que se vestían por los pies llevaban la ropa a medida. 

¿Por qué siempre viste de blanco?

Me preguntan más por qué visto de blanco que por mi oficio. Empecé por una cuestión de meditación y al final opté por comodidad. La película ‘9 semanas y media’ fue mi inspiración, la escena cuando ella abre el armario y todos los trajes son iguales me pareció genial.

La ropa me satura y no necesito que me preocupe, todo el día estoy pensando como vestir a los demás. Tengo una boda me visto de blanco, voy al café con mis amigos me visto de blanco, tengo que ir a la escuela… Eso me aligeró la vida.

Fabián se instaló hace casi una década en un edificio modernista de principios del siglo pasado en el centro de la Almería, comparte la estancia con su padre y un galgo blanco que protagoniza todas las campañas de moda del modisto. Desde la calle, las puertas abiertas del portal invitan a pasar y unas estrechas escaleras de caracol con la baranda de madera, que harían las delicias de un romántico, llevan hasta el primer piso donde se sitúa el taller. En la carpintería, en el suelo -incluso en los vidrios de las ventanas que tienen 100 años- se entraman la elegancia con la añoranza por el buen hacer de un oficio que rezuma detallismo. 

¿Cómo se dio el oficio?

Mi padre hacía sastrería, uniformes militares para el estado. Él es mi referente de trabajo, me he criado en un taller. 

Aunque el argentino dice que ser costurero nunca estuvo en sus planes, pero se le dio tan bien que lo convirtió en su medio de vida. Ahora a sus 57 años sueña jubilarse pronto y antes de que lo coja un achaque estudiar historia en Italia. Dentro del show room donde se muestra la colección conviven el mate, los bocetos de los diseños y un pequeño lugar donde Ozán medita. La estancia lo refleja metafórica y literalmente en grandes espejos de marcos barrocos dorados, en los grandes ventanales blancos, en los juegos de luces que convierten a la habitación en un lugar cálido. 

Después de conocer sus orígenes familiares comprendo el gusto por los botones.

Claro, ahí hacíamos las pulseritas de botones era la forma de entretenernos de niños. Había cajas llenas de botones, ahí te ponían con una aguja y un hilo largo y te tenía entretenido dos horas.

¿Cómo llegó a tener su propio taller?

Me costó mucho tener mi propio taller. Primero, trabajé tres años con María Barragán pero tenía que volver a Argentina y cerrar puertas mentales. Cuando cerré todo lo que tenía que cerrar volví y ya no tenía mi trabajo porque Barragán no me quiso coger de vuelta porque había sido un impertinente, el único que se había tomado 1 mes de vacaciones en su empresa. A María la quiero mucho porque fue la primera que me dio trabajo cuando solo llevaba 5 días en Almería y siempre recordamos esta anécdota entre bromas.

¿En qué se las arregló entonces?

Trabajé durante 3 temporadas cargando camiones en un almacén de El Ejido. Ni yo lo creo (dice entre risas), pero la pasé estupendamente, fue un trabajo maravilloso. Era muy divertido, en el lugar dando trabajé había 400 personas de todas las religiones y de todos lo países del mundo, eso era Babilonia. Allí te cotizaban todas las horas como horas fijas, entonces cuando te ibas era con un buen paro. Trabajábamos una burrada de horas, yo siempre me quedaba cuando acababa la jornada y trabajaba de 08.00h a 22.00h. Fue muy importante para mi, porque me relajé, me puse tremendo parecía que iba al gimnasio.

Mi hermano me preguntaba: ‘¿Cómo aguantas ese trabajo?’ Porque nosotros siempre hemos tenido una vida fácil, pero me lo tomé como algo transitorio para un objetivo particular que era montar mi propio taller. Aprendí mucho de cocina internacional porque siempre te intercambias los platos de comida con la gente. Viví con un rumano y su mujer cocinaba muy bien, como no tenía tiempo para cocinar ella se encargaba de esta tarea. La verdad que la cocina rumana y argentina son muy parecidas.

Después de estos tres años en el almacén abrí mi taller, empecé con los arreglos, es como todos los talleres empiezan y llegué a tener 40 tiendas. Éramos 8 personas trabajando, hasta que me hartó también eso y eché a todo el mundo y nos quedamos nada más que tres personas. Ahora trabajo para muy pocas tiendas y hemos cambiado el trabajo.

¿Antes tenía más la visión de costurero y ahora de modisto?

Sí y en esto influyó mucho Susana Lirola. Ella me decía estás loco te vas a morir llevando 40 tiendas, mi teléfono no lo quería nadie, era todo el día sonando. Cuando abrieron el centro comercial de Torrecárdenas, llevaba los dos centros comerciales y de Almería. Fue poner un freo y me siento muy feliz. Dos chicos que se fueron de aquí montaron su propio taller, cogieron las tiendas que dejé.

Me quedé con el trabajo a medida, unas pocas tiendas y algunos arreglos a clientes con quienes llevo 20 años trabajando.

¿Cuándo empezó Fabian Ozán como modista con su propia colección?

Hace 4 años, no hace tanto. Retomé lo que hacía en la Argentina, la colección que hacemos no es una prenda como en una tienda en varias tallas. Es la parte que me entretiene crear una colección, no me genera dinero, pero me genera gratitud. Cuando vienen aquí las clientas ven la colección, pero hay que sumar su idea, hago varias propuestas y entre los dos sacamos un producto. Con la garantía de que la prenda que lleva es única.    

¿Cómo surge la colección actual?

Hay un tema de Madonna y un look en el videoclip que me inspira, ‘Material Girl’. Pero después lleva su ritmo, también me inspira la naturaleza, un hecho en particular. Mi referente como costura es mi familia, vengo de una familia donde se ha cosido toda la vida.

Busco mucho lo que me transmite Velazquez me encanta, recuerdo en la escuela haber visto Las Meninas. En aquella época era otro concepto, Europa estaba muy lejos, pensaba que nunca en mi vida iba a ver un cuadro de ese autor porque estaba al otro lado del mundo, 40 años atrás no había esa facilidad de subirte a un avión. Cuando vi por primera vez Las Meninas en El Prado no podía parar de llorar. Fue too much, la puerta a Europa, lo inalcanzable, lo que nunca iba a poder ver.

¿Y qué pasa con Chema Madoz?

Mi tarjeta del taller es un Chema Madoz a mi manera, el ojo fotográfico me inspira mucho. Este fotógrafo me parece super creativo, para mí es un geniecito. Por supuesto que en la moda también hay referentes, la última colección de invierno de Dior me pareció una cosa de locos, exorbitante, todas las referencias a Venecia.

Y lo que un punto de inflexión en su vida, un alejarse de malas pasadas y buscar una escapada van para 20 años. La construcción de una filosofía y un estilo de vida personal, propio y coherente. Toda su ropa puede considerarse ecológica porque tiene 0 huella de carbono. Además, tiene una bonita costumbre de revisar los roperos de sus clientas y dar una nueva vida a una prenda, Fabián acusa al estilo de vida argentino aquello de buscar una segunda vuelta. Pero me quedo con sus palabras: «no soy tacaño, soy austero», como resumen y reflexión de cómo puede ser un atelier cuando el dueño se considera un trabajador más con inquietudes y sueños. 

Fabian Ozán y yo en el reflejo

Gracias por leer nuestros post, déjanos un comentario que lo leeremos encantadas y recuerda seguirnos en redes para crear comunidad. Todavía creemos en un mundo mejor, gracias soñadores. 

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Sobrevivió a un secuestro exprés y ahora vende scooters…

Giuseppe Natoli  vende scooters para personas con discapacidad en Roquetas de Mar. Proveniente de Venezuela de ascendencia siciliana y afincado en Garrucha. ¿Cómo llegó hasta Almería y por qué hizo de esta tierra su hogar?

La tienda se llama Litona Indalo que es su apellido al revés. De su padre heredó la superstición y aquello de abrir los negocios los días clave, como cumpleaños o aniversarios. «No sé si mi padre tenía esa costumbre para no olvidarse de las fechas importantes, pero no creo porque él tenía muy buena memoria», hace la chanza para continuar su relato. Toda la vida se dedicaron al mar, tenían una empresa que vendía barcos hasta que con la dictadura las concesiones a los pescadores se congelaron y hubo que seguir buscándose la vida abriendo un cyber café enclavado en una zona turística donde había caudal. 

Nunca había conocido a alguien que hubiera sido secuestrado, pero esta es la magia de hablar con extraños de lugares remotos, además de viajar sin dinero te llevas sorpresas que jamás hubieras imaginado. 

Si das al play puedes escuchar al propio Giuseppe narrando cómo vivió aquellas horas de angustia durante su cautiverio. 

Era principios del nuevo siglo y Venezuela estaba en una situación económica crítica, el padre de Giuseppe ya retirado, pero todavía manejaba el negocio. Tanto el padre como el empresario fueron secuestrados el mismo día, eran bandas perfectamente organizadas que sabían quién podía tener algo de dinero. Irrumpieron de madrugada en la casa de Giuseppe, lo maniataron, «como un cerdito, solo me faltaba la manzana en la boca», en sus propias palabras. Cuando los secuestradores se marcharon, partieron la llave de la cerradura para que no pudiera salir, pero no se llevaron el coche. Una llamada por teléfono para pedir ayuda logró sacarlo de su casa y corroboró que su padre había sufrido la misma situación. 

Todavía huelen a miedo sus palabras y su mirada grave. A pesar de contar entre risas que su padre se lo tomó a broma todo. 

Creo que de sus raíces italianas preserva la familia como pilar y apoyo, la amistad como estandarte y un cariño grande por el pueblo gitano, porque su forma de vida le recuerda a la de sus paisanos en Cumana, provincia de Sucré. 

Los clientes llegan y toca resolver las papeletas, como buscar una silla de un ancho especial para una señora francesa, la gracia es entenderse, aunque la comunicación se produce sin muchas dificultades, a pesar de las diferencias idiomáticas.

Toda la vida se ha dedicado al comercio, a los negocios y a buscarse las habichuelas como decimos aquí. Viajaba desde Italia a Barcelona para buscar una scooter a su padre porque en nuestro país eran más baratas. Se tomó un año sabático e hizo turismo por nuestro país, hasta que encontró Almería y el Indalo lo guio. «El Indalo es muy parecido al tótem cartaginés y es algo que siempre he llevado conmigo», además del horizonte, supe que era mi lugar. 

También puede arreglar cualquier mecanismo con cables, «mi familia me llama el come cables, ¿tú ves alguno por aquí en medio?» Y el hombre esboza una carcajada. Asegura que no morirá de infarto porque se la pasa riendo y en una tarde fui testigo de que es cierto.

Ahora me gusta detenerme a observar su retrato y analizo la simbología que refleja literal y metafóricamente. Nunca lo hubiera conocido de no ser por la recomendación de un amigo que no equivocó sus palabras al decir: «me gusta porque es una persona que tiene valores».

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La mujer que viste a los pequeños sultanes de…

Khadija Bassir. Foto Melanie Lupiáñez

“Mujer jatera, hombre cualquier”, son palabras de mi abuela que hoy hago mías, gracias mami por estas perlas de sabiduría. Para mi antecesora jatera quiere decir: mujer trabajadora, polifacética y valiente. La “j” se pronuncia con énfasis para imprimir más fuerza al adjetivo. Es la palabra que define a la protagonista de hoy, Khadija. 

Andaba manejando y me llamó la atención el escaparate de una tienda donde se mostraban trajes de ceremonia de puntillosos adornos. Mis ojos repararon en el traje de sultán que vestía un maniquí infantil de niño, aunque el maniquí no tenga género o sexo. La semejanza entre aquella prenda y las vestimentas de Aladín eran más que palpables para alguien que ha crecido con Disney.

Traje de sultán traído de Túnez

La tienda estaba cerrada, hacía viento, tenía pereza, pero llamé a un número que había pegado en el cristal de la puerta de entrada. Al otro lado de la línea la dueña de la del bazar infantil. La tienda lleva un mes cerrada porque Khadija tiene dos hernias en la parte baja de la espalda con el gesto algo condolido nos encontramos y comienza a desvelarse la trama.

Hace 22 años que aterrizó en Almería y siempre ha querido estar aquí. Proviene de Marruecos, su padre era notario. «Un trabajo es un trabajo, me daba igual limpiar el baño que estar en una oficina. Mi padre era notario y se pasó toda su vida con un boli». La mujer toma este ejemplo como referencia para enumerar los empleos que ha desempeñado y el empeño que siempre ha puesto en cada gota de sudor que le caía por la frente.

Tenía 26 años cuando dejó su tierra, llegó a su segunda patria con un contrato de trabajo en un semillero. Khadija era esteticista y el campo solo era un trabajo puente para este mujer inquieta y con sed de aprendizaje y progreso en la vida. 

Todavía recuerda su primer trabajo en la hostelería. «Siempre he tenido mucha suerte, iba a las entrevistas de trabajo y aunque no quisiera el trabajo me lo daban. Llevaba poco tiempo en España, todavía no sabía hablar muy bien, pero me defendía. Fui a una entrevista para trabajar en el hotel Playa Dulce, yo prefería trabajar como limpiadora porque si me equivocaba no tenía tanta responsabilidad como en el bar que podía liar las cuentas de las mesas o algo. Pero nada, confiaron en mí, terminé por llevar 4 habitaciones sin liarme y me renovaron el contrato. Los estudios me dan igual, uno que no ha estudiado puede trabajar igual que otro que ha estudiado mucho».

Máquina bordadora

Hoy, se pasea por su tienda aunque convaleciente; dentro en la trastienda está su otra empleada, una máquina bordadora. Khadija considera que esta herramienta es como una trabajadora por el dinamismo que le da. «No me importa gastar en lo que voy a aprender». Hace arreglos y borda todo tipo de encargos y los cobra en consecuencia al barrio en el que vive porque considera que es gente trabajadora. «Son muy buenas personas, no te tratan como extranjera, jamás he vivido racismo y eso es lo importante para un país».

«Me sacas de Almería y me llevas a otro país y no puedo vivir. Me dices que gano el doble en Inglaterra y no voy. Salgo de Almería para ir de vacaciones y ya», Khadija habla totalmente convencida. 

El bazar es su lugar de trabajo entre el colegio del niño y su casa, apenas hace una año que abrió por la conciliación. La empresaria determinó que era mejor para su familia abrir una tienda de trajes infantiles y algo de mujer en Vícar, así podría llevar al niño al colegio y atender a su madre. 

La familia va primero y el trabajo es una obligación y deber moral. A sus 48 años, Khadija es una vecina de Almería enamorada de esta tierra desde el primer día. Aunque viaja a Marruecos y ha vivido en Málaga, para ella este es su sitio. 

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100 años viviendo del esparto en Almería, Antonio Casado

Antonio Casado Aún puedo recordar con claridad la última Semana Santa que viví en Almería antes de toda esta anormalidad. Era martes santo y Ana Mar de Quero cantaba al Santo Cristo del Amor una saeta con “la miel en la garganta, porque cantando también se reza”, como dijera el cofrade. La calle Granada estaba paralizada: de fe, de amor, de un algo que solo se puede comprender a través de la experimentación propia. Para mí es la gracia humana de unirnos y realizar acciones que trascienden al individuo.

Y en esas andaba, medio ebria de olores, de la luz de la primavera que invade la ciudad por esas fechas y despierta la vida, cuando salió a mi paso una tienda de canastos. Canastos, mimbres y esparto; la imagen del comercio se convirtió en un recuerdo que recupero 3 años después.

Con la esperanza de no perderme nada, seguí el itinerario trazado aquel Martes Santo, desde la Puerta Purchena abordé la calle Granada y en cada recodo metía la cabeza con la esperanza de volver a aquella imagen iluminada en mi lóbulo frontal.

Desde la calle Carmelo apareció el escaparate de Artesanía Casado tal y como lo recordaba con los mimbres, el esparto, la madera; objetos que han sobrevivido a la revolución industrial y a la tecnológica. Capazos de esparto que el propio Antonio Casado saca de sus propias manos, tras un duro proceso de elaboración con unas enormes agujas de hierro de unos 20 cm. El padre de Antonio fue quien abrió el establecimiento en 1925. “Mi padre aprendió el oficio con 20 años el oficio, porque antes se ganaba bien, ganaba más que trabajando en una tienda de comestibles. Había mucha demanda de esparto que mandaban a Marruecos, a las minas, a todos lados”.

¿Antonio cuándo nació usted?

Yo en 1936. Me pilló la guerra, pero era chiquitillo.

¿Cuándo aprendió el oficio?

Empecé a trabajar a los 14 años con mi padre en la espartería, hacíamos espuertas para el campo, ceazos, aguaderas, en fin, una pila cosas. En Baza hacían la pleta, (Antonio hace un alto y señala un canasto que cuelga del techo para ejemplificar de lo que habla), ahí echaban los tomates y los pepinos cuando empezó la agricultura.

Antonio, a sus 85 años, está jubilado; sus manos deformadas atestiguan el duro trabajo que han desarrollado. Sentado en una silla de bambú se abanica con un paipái, hace un calor bochornoso y descansa sus pies descalzos sobre una estera de esparto, un gesto que denota como el negocio es su hogar.

¿Qué es lo que más le gusta trabajar?

La espartería es lo que más he hecho, en la tienda reparamos muchas cosas que se hacen fuera, como las sillas de rejillas…

¿Esas alpargatas son ornamentales?

En el año 50 se gastaban esas alpargatas en el campo… Todo el mundo llevaba esparteñas y albarcas, con suela de goma y la cara de esparto. Casi todos los campesinos sabían hacerlas, el conocimiento se lo pasaban los viejos a los jóvenes, era una cadena.  

También recuerdo las esteras para los camiones. En aquellos años iban hasta Madrid cargados de pescado y ponían la estera de esparto arriba de la carga para que aguantara.

La artesanía Casado es el único establecimiento de estas características en el centro de Almería. Casi un siglo de historia, una guerra, el milagro almeriense, el cine… Suministraron la cordelería en Exodus de Ridley Scott.

Carmen Casado

Quien está al frente del mostrador a día de hoy en Carmen, la tercera generación quien atiende primorosa a los clientes habituales vienen a por cuerda y ya sabe cuál tiene que buscar. Solo lamenta la bajada de calidad, calidad y valor del trabajo del artesano con algunas exportaciones a bajos precios. Y recuerda la vida sin tanto sobresalto

“Antes te las tenías que ingeniar con muchas cosas, no te podías aburrir. Tenías que matar el tiempo en algo útil. Como no entretengas las neuronas, se gastan. Yo no trabajo el esparto hay que tener cierta habilidad y cualidades, unas manos fuertes”.

Y regreso al bullicio de un viernes tarde en el centro con la algarabía de la calle en contraste con un manso lugar.  

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El último fragüero de la Pescadería

Ramón Santiago Moreno

No conozco el calor de una fragua, ni el amor de 50 años de profesión, no sé que significa apellidarse Santiago, ni me acompañan las herramientas que mi abuelo hizo con sus propias manos. Pero sé de alguien que reposa su cabeza en el legado de una vida y hunde sus raíces en los manantiales más profundos de su pueblo. Ramón Santiago Moreno, es el último fragüero de la Pescadería de Almería.

“En el Camino Viejo, no tiene pérdida”, con estas señas y desde unas anchas escaleras, donde antes se situaba la Foca, se llega hasta la casa-taller del almeriense. A media tarde, el cobijo de la montaña proporciona sombra, sopla una suave brisa de primero de septiembre, el aire suena hondo a Flamenco, Ramón anda afanado en pintar unas sillas con forma de guitarra.

¿Es usted Ramón?

Sí, pasad.

El artesano abre una puerta blanca con exquisitos adornos dorados, una habitación de apenas 6 metros cuadrados hace su particular museo de cobre, hierro, acero, bastones, botas, un retrato de familia numerosa donde él es solo un chiquillo y otra de licenciado, de esas fotos que hacían a los muchachos cuando se convertían en hombres a su paso por el servicio militar. “Vendo lo que hago yo, lo que no hago, no lo vendo, porque no sé ni qué vale. Hace poco vino una mujer y le parecía caro 20€ por una guitarrita de cobre”, dice jacoso.

¿De dónde le viene el oficio?

Me viene de mi bisabuelo, dentro guardo la fragua con la que él trabajaba, pero hoy en día no la puedo utilizar porque necesita unas pastillas de carbón especiales. Tuve la suerte de conocerlo, yo tenía como 7 u 8 añillos y me acuerdo de él. Mi abuelo hacía los aperos del campo, las herraduras de los animales, en fin… No se ganaba mucho.

Nació en 1955 y pasó sus primeros años en una de aquellas casas cuevas que Pérez Siquier inmortalizara para los restos, porque ya solo quedan ruinas. En su adolescencia se trasladó a la calle que ha visto nacer a sus 5 hijos, nietos y biznietos. “En Navidad nos juntamos 23 a comer y porque mis hijos no han tenido mucha descendencia, el que más tres”.

La familia es la razón de ser de este hombre que continúa: “Yo sueño con ver a los hijos de mis biznietos, el mayor tiene 5 años, pues 15 años más que dure y llego a verlos”, sonríe, recapacita y dice: “Claro que uno tiene lo suyo”.

Ramón muestra una faca de atrezo hecha por él y yo entusiasmada

Su mujer, María, sale de casa con un vaso de agua y una pastilla, le mete a Ramón el medicamento en la boca y dice: “En el nombre del Señor”; y con esa comitiva solemnidad el marido toma su medicación y ella vuelve a lo suyo. “Llevamos toda la vida juntos, nos conocimos y ella tenía 16, yo 18 años”, de nuevo sus ojos se hacen chinitos al recordar tiempos pasados… “Ya ves tú”.

¿Se ha dedicado toda su vida a la fragua?

Que va, yo empecé con esto tarde, ya estaba casado, tenía mis dos primeros hijos. He trabajado 40 años como albañil en la empresa y haciendo carreteras. 

Con los brazos apoyados en el muro que sustenta el balcón donde se ubica su casa y la vista perdida en el horizonte del puerto pesquero se adentra en su relato, en sus recuerdos. “A mi padre le daba hasta coraje cuando le preguntaba por algo de la fragua. Me decía: ‘Toda la vida lo has visto hacer y no sabes cómo se hace’. Siempre lo he tratado con mucho respeto, le hablaba de usted y no me vio fumar hasta que vine de la mili. Ahora la cosa es diferente mis hijos me respetan, pero a veces me hablan como si fuera su amigo y eso tampoco es”, pronuncia estas últimas palabras con la mano derecha en el corazón y un esbozo de sonrisa.  

Y de todo un poco de lo que fue y lo que es la vida, de cómo el dinero y los orígenes vertebran las clases sociales Ramón pone la cara B de la realidad de un barrio históricamente castigado por la pobreza. “Mi hija trabaja en los almacenes, tiene dos hijos y no tiene para pagarse un alquiler. Además, la vida ya no está como antes que con 10 barras de pan se apañaba la familia, tú dales a mis nietos pan na más”.

“Si no fuera por la marihuana, la gente pasaba hambre como en el tercer mundo. Que no estoy de acuerdo porque a veces hay cortes de luz y la gente se pasa, pero lo puedo comprender”.

Olla donde comía la familia de Ramón cuando era niño y retrato familiar arriba

¿Ustedes han pasado fatigas?

Sí.

Pero fatigas que Ramón ha transformado en cada pieza, cada detalle y cada historia que los objetos pueden contar a través de su testimonio vivo. “En esa olla que ves ahí, comíamos toda mi familia”, ahora en un reloj con guitarras. “Esas botas que ves ahí colgadas, me las ponía antes para vestir porque quedan muy bonitas con un vaquero. Me las regaló mi hijo mayor con su primer sueldo”.

“Muchas gracias, volved cuando queráis y traed más amigos”, se despide Ramón.

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«Era vivir o morir, no podía rechazar ningún trabajo»,…

Mery Sandoval lleva tantos años en España como los que tenía cuando partió de Quito (Ecuador) a conocer el viejo mundo. Era la primogénita de 3 hermanos y quería viajar más allá de las montañas donde había crecido. Su falta de experiencia le jugó una mala pasada, pero su actitud ante la vida y el apoyo incondicional de su marido la llevaron de la supervivencia al empoderamiento profesional y personal.  

Es agosto en la ciudad y los almerienses han cambiado el asfalto por una pequeña parcela en la playa, no para todos es este privilegio. Los pequeños comerciantes, los bares y restaurantes ofrecen sus servicios a los valientes que se atreven a salir a la calle. La protagonista recuerda como tras la pandemia las vecinas del centro apoyaron a los comercios de barrio y así se hizo una brecha de luz en tiempos de tinieblas.

Ahora con la perspectiva del tiempo Mery puede sentarse en la mesa de un café y narrar su historia no sin que los ojos se le llenen de agua con algunos recuerdos. “Mi madre había hipotecado su casa para pagar mi pasaje a España, costaba unos 1500 dólares y en 2003 aquello era mucho dinero. Pasé los primeros meses en casa de una amiga de mi madre en Cataluña pero me costó mucho encontrar trabajo, no tenía papeles, ni sabía que era eso.”

Al principio ¿Cómo se ganaba la vida?

Una tía mía supo que lo estaba pasando mal en Cataluña y fui a vivir con ella a Murcia. Allí trabajaba en el campo. Era vivir o morir, no podía rechazar ningún trabajo.

“En Murcia conocí a una familia de Berja que me dio trabajo como interna”. Sin entrar en más detalles, la mujer toma aire y se lleva un mechón de pelo hacia atrás para concluir: “no tenía gastos, pero era muy duro”.

Para comunicarse con su familia gastaba 5€ en 15 minutos de llamada, el equivalente a una hora de trabajo como cuidadora. Aunque a los pocos meses de estar en España, Cristian, su pareja, vino a la Península hasta un año después no pudieron vivir juntos.

Mery regresó a Ecuador en la Navidad de 2009 para acompañar a su padre en su último viaje. «Fue muy triste. Tuve que endurecer mi corazón y ser más fuerte que nunca».

¿Y la crisis de 2008?

Un palo muy grande, porque habíamos conseguido comprar un piso y en 2010 tuvimos que dejar todo y regresar a Ecuador. Mi marido pidió una excedencia en el trabajo de 3 meses y yo estuve allí dos años con mi madre pusimos un pequeño negocio de comida típica ecuatoriana, pero sentía que ya no era mi sitio. Mi madre me decía que ya había hecho mi vida en España y que tenía que seguir adelante.

Además, cuando me preguntaban qué había estudiado en España, yo pensaba no he tenido tiempo de estudiar, he tenido que trabajar para salir adelante. En Ecuador, para cualquier trabajo te exigen mucha formación, no es como aquí que puedes trabajar en una cocina, en el campo… Reflexioné mucho durante aquellos dos años.

Pensé que nunca había viajado a Francia, por ejemplo, que estaba tan cerca; que solo había trabajado y ahorrado para enviar dinero a la familia, para los imprevistos que surgían…

¿Cómo fue volver a empezar en España?

Cuando regresé apenas tenía contacto en la agenda, ni nada pero fui a hacer una entrevista como ayudante de cocina, no pensaba que me fueran a coger, pero sucedió, no iba a decir que no.

Mery volvió a España y metió la cabeza en los libros, así finalizó los dos primeros años de magisterio infantil. Durante un tiempo compaginaba los estudios y el trabajo hasta que el cansancio físico y la falta de conciliación hicieron que la ecuatoriana se planteara una nueva meta. Así se aventuró en un nuevo sector, la moda.

“Hace tres años que empecé con una franquicia, al principio ves el lado amable, pero veía que la ropa que me mandaban no encajaba en la zona y poco a poco empecé a poner algo de mi ropa. La verdad que me ayudó mucho una amiga, que tenía una franquicia con la misma empresa en Berja. Me di cuenta que la ropa que yo traía se vendía primero y que no era tan importante que tuviera un precio bajo, si no que la prenda gustara. El viernes antes de que nos confinaran casi voy a comprar más ropa, pero mi marido y Sole me frenaron y gracias a Dios, emprender significa meterte en gastos.”

A los 9 meses de que el negocio empezara a ir bien en la calle Castelar, llegó el confinamiento, un tiempo que le sirvió a la comerciante para trabajar en sí misma, abrirse a relacionarse con las vecinas, crear comunidad. La gente se volvió al pequeño comercio, en ese momento empecé a traer poco a poco tallas grandes, pero tengo para todos los cuerpos”.

La tienda tiene una fachada rosa y una bicicleta de forja en la entrada, Cris y Mery se encargan de todo. “Te presento a mi electricista, mi fontanero, mi pintor, mi albañil…”, la mujer suelta una carcajada y su marido responde con otra sonrisa.

A pesar de lo logrado, siempre hay nuevos horizontes y viejos caminos por descubrir. “Quiero tener mi carrera, aunque tenga 45 años”, dice la autónoma. A día de hoy su autoempleo le permite hacer una escapada a los pueblos de la sierra los fines de semana, trabajar sin horarios, pero trabajar para ella.  

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La perla negra de Almería: Pura

Una mujer mayor camina bajo el sol en una calurosa tarde de julio, lleva mochila y muleta por lo que deduzco que sale del trabajo. Tras pensarlo unos segundos doy la vuelta en la rotonda y me ofrezco a llevarla a su destino. Por el camino entablamos conversación, Pura tiene 65 años y después de 8 horas de trabajo de pie en el lineal de la envasadora ‘Murgiverde’ camina 2,6km hasta la parada de autobús que la llevará a su casa en la barriada almeriense de Los Molinos.

Pura y Juan se conocieron en Guinea Ecuatorial en los años 70, él era un albañil almeriense que había ido a trabajar al país africano. 10 años después la pareja decidió retornar a Almería. El escenario que se presentaba en la tierra ya colonizada por los plásticos y en la prosperidad que sus frutos dieron, era el de una incipiente democracia. Aires de renovación y viejas costumbres convivían en un mismo territorio. La mujer en la casa y un negro que te abanique, a Pura casi le cuesta la salud, pero salió a buscar trabajo porque tenía que sacar adelante a sus 4 mulatos.

Los caminos del humor tienen poderosos designios, a través de la risa la protagonista de hoy superó el racismo y se hizo una querida vecina en su barrio. Camino al café más cercano de su casa, en apenas cien metros, 6 voces diferentes la saludan con el cariño y amabilidad que aporta vivir en comunidad.

Ella pide un descafeinado de sobre, la camarera le pregunta casi en afirmación porque conoce de sobra los gustos de su clienta. Mientras paladea la taza de café comienza su relato.

“Cuando vine a Almería veía a tanta gente entrar en la casa y pensaba: ¿tanta familia tiene mi marido?  Pero no era familia es que venían a ver a una negra, hasta que me enteré y cuando sentía gente no salía de la cocina. Porque me daba vergüenza y no conocía a nadie. Ahí fue donde mi familia política cometió el error de tratarme como si fuera un animal, como que su hijo había traído un perro o un mono; me sentía muy avergonzada, me sentía muy mal”.

¿Cómo lo superó?

Me puse muy mala una vez, pero mal con una depresión malísima. Fui a un médico, creo que se llamaba José Arcos, el hombre me dijo: ‘no estás loca, ni tienes nada, tú tienes que salir y trabajar’. Me quedé que no quería ver a nadie, ni salir, mi marido también se alejó de mí en lugar de tomarme con el cariño que nos teníamos. Veía que él tenía vergüenza hacia su gente porque había traído una negra. Me iba dando cuenta de esas cosas, si no llega a ser por mis cuatro hijos regreso a mi país pero ellos me ataban. Pensaba dónde voy a ir con ellos.

Pensé que tenía que buscar la felicidad de mis hijos, lo que hice fue adaptarme, que cuesta mucho trabajo. Porque yo no sabía hacer comida de Almería, tuve una vecina maravillosa, que fue más que mi madre, ella me acogió con mis hijos, me enseñó a hacer de comer. Esta mujer me apoyaba en que tenía que trabajar porque mi marido era obrero, la construcción es temporal, incluso me buscó el primer trabajo que tuve en Almería. Cuidaba a una mujer, que me aceptó muy bien, era un poco rígida pero buena mujer.

Hace 30 años que esta entrañable mujer se incorporó al mercado laboral. Desde entonces es envasadora de pimientos y, prácticamente, ha consagrado su carrera a Murgiverde. Recuerda sus inicios, como narra toda su historia en un tono neutro y con cierta chanza.

“Cuando quise comprar mi primer piso, el director del banco me dijo que mi nómina no valía para nada, que cotizaba poco. Ni sabía lo que eran cotizaciones, no sabía lo que era el dinero en negro, ni nada. Entonces empecé a buscar almacenes.”

“En el primer almacén que busqué trabajo la secretaria de la oficina me dijo que allí no trabajaban ni negros, ni moros, ni gitanos. Le respondí que había ido a pedir trabajo, no razas y me fui. Al día siguiente fui a otro almacén muy pequeño donde una gente maravillosa me dio trabajo, estuve con ellos 3 campañas”.

Poco después empecé a trabajar en la empresa que estoy ahora, entonces se llamaba EjidoVerde, estrené con mis compañeras el almacén de Almerimar. La empresa es como si fuera mi casa, mis jefes son como mi familia. A día de hoy veo que Murgiverde es como si fuera algo mío porque me ha dado trabajo cuando más lo necesitaba.

Cuando mi marido enfermó me cambiaron al almacén del Parador para estar más cerca de Almería, pensaba que me echarían y, sin embargo, siempre me decían que lo primero era mi marido.

Soy la única negra del almacén. Hay mujeres que entran y me preguntan si no me da nada trabajar ahí y respondo: ‘A mí no, así mi jefe me ve desde el momento que entro por la puerta’. Entonces no me encuentro acomplejada ni en Almería, ni en mi trabajo, ni nada. Imagínate, todos los conductores de autobús me llaman rubia.

En la época que empecé a trabajar a la mayoría de extranjeros no los metían en almacenes. Hace 30 años no me aceptaba nadie, así que cuando me abrieron las puertas con lo bien que se han portado conmigo, se me cae la cara de vergüenza de coger una baja y saber que aún puedo trabajar.

La guineana está operada de una rodilla, la tibia y el peroné a causa de una mala caída en casa. Pasó 5 meses de baja para que los huesos soldaran. Es una mujer coqueta, echa de menos no poder llevar tacones por las lesiones y recuerda algunas anécdotas que la hacen sentir incómoda, como cruzar el aeropuerto para ver a su madre y que los guardas guineanos le tiren la broma de si no había compatriotas con los que casarse que tuvo que ir con un español.

De todos mis hijos, uno de ellos vive en Guinea, otro en Bélgica, otro en Pechina y, el que ahora está en casa, vivía en China. Justo la pandemia le cogió pasando vacaciones aquí y cerraron los aeropuertos, era entrenador de fútbol de niños. Lo ha pasado mal porque llevaba en Asia 5 años, tenía su estabilidad, ya está haciendo cosas de deporte. Hay que mirar la vida de otra manera, saber que esto ha sido mundial.

Es abuela de 7 nietos y bisabuela de dos. Toma su móvil y muestra orgullosa una foto con una de sus nietas, la chica es una adolescente de piel nívea. “Cuando llevaba a la niña al parque me decían si estaba cuidando a una niña y yo respondía: no, es mi nieta, es que la he metido en la lavadora.”

Cuando yo compré este piso allá por los 90, la gente no quería que yo viviera allí, ya había dado dinero, y me llamaron los constructores. Les dije de broma que firmamos los papeles yo pierdo el dinero y si tú te echas atrás yo puedo pedir lo que o quiera pues entonces me das 20 millones y ya está… La vecina que iba a tener al lado vendió el piso porque no quería tener familia negra al lado, aunque mi marido era blanco.

Siempre he comprendido que, aunque me casé con un español, vivo en un país que no es el mío, aunque ya si lo sea porque tengo nietos hasta biznietos. Entonces lo que hago es que me hago amiga, me adapto a lo bueno de mis amistades, no a lo malo; mis paisanos me dicen que siempre voy con blancas. ¿Con quién voy a ir si estoy en España? Me pasa con mis nueras que todas son blancas y no quise cometer el error que cometió mi suegra, sean de donde sean son mis nueras.

Purificación Eyang Ela Obono, es una abuela africana de andares españoles que ansía su jubilación, aunque el Ministerio le pide una prórroga de dos años ella se lo toma con humor. «Me llego una carta que la jubilación para 2023 y me puse más negra de lo que estoy». La vida es demasiado efímera para tomársela en serio. 

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«Una parte de mí se siente discapacitada, por eso…

Mariela, duela de La Ramona, a las puertas de su negocio

Mariela es grande en el sentido amplio de la palabra, sus 20 años en España no se han llevado la cadencia del acento de Mar de Plata. Bajo su gorro blanco de chef escapan algunos mechones cortos rubios y canos, de mente inquieta con alma bondadosa, un ojo en el negocio y una mano tendida a quien la necesite. La toalla de playa que su padre le llevaba cuando visitaba a la familia en La Huelga (Sorbas), llevaron a esta española nacida en Argentina a tenerlo claro desde el parvulario. Su destino era Almería.

Cuando terminé de estudiar en la escuela de cocina de Mar de Plata vivía en Tierra del Fuego, donde acaba el mundo, 20 grados bajo cero se los aguantan ellos. Me vine para Almería de visita porque aquí vivía mi familia. En 5 días tenía trabajo, todo fue fácil porque tenía la nacionalidad española por parte de mi papá. Él ya no está pero venía a ver a la familia. Fue uno de esos españoles que se fue en barco en la primera mitad del siglo pasado. A día de hoy, tengo a 3 hermanos de mi padre que llevan 30 años aquí.

El desembarco en tierras almerienses no fue complicado, los retos vinieron después, cuando ya te sientes de aquí y el destino se encapricha con tener una conversación obligada. Fruto de ello es La Ramona, su buque insignia en el centro de Almería; un negocio y taller gastronómico que sitúa a la empanada argentina en la cumbre de su ser. “En pandemia estuve cerrada 180 días. En ese tiempo solo hice 900€, no llegaba para nada. Si la Ramona no hubiera nacido nos hubiéramos tenido que marchar.”

La Ramona nació hace 9 meses, hay dos empleadas trabajando, una es Micka y la otra María. El negocio marcha al ritmo de 30 kilos de cebollas picadas en 2 días para hacer el relleno de las empanadas. Un riguroso Glovo y Just Eat son los ejes centrales sobre los que se sostiene el negocio. Un impulso que, en estos tiempos, solo lo permiten este tipo de plataformas.

“María es una chica con discapacidad intelectual que viene unas horas por la mañana. En ‘Tu Chef talleres’ hemos estado volcados a dar clases de cocina con las personas con discapacidad intelectual; hemos trabajado con muchas asociaciones almerienses, como Salsido, A toda Vela, Dárata…”

¿Conocía a alguien con discapacidad?

Mariela contesta con sus ojos claro helados en una sincera emoción, “es porque en una parte de mi vida me siento discapacitada también”, una pausa leve introduce unas palabras que tiemblan entre sus labios: “porque a veces me faltan algunas capacidades. Entonces creo que es incluirlos, hay gente muy valiosa y que puede hacer más de lo que nosotros pensamos”.

A María la conocía porque durante 3 años estuve haciendo talleres en la ‘Asociación a Toda Vela’. Ella es una chica muy tímida, habla poco o nada, tiene grandes capacidades y hay que saber afinárselas también. Peló entre ayer y hoy casi 30 kilos de cebolla, medio llorando. A ella le sirve, pero a nosotros nos sirve más, ella necesite incluirse en el mundo laboral, ahora está de prácticas, pero si todo va bien… Todo es práctica, necesita coger rapidez, esto no lo va a hacer en su casa.

¿Cómo llegó Micka?

En Navidad estaba a tope y necesitaba a una argentina que me ayudara con las empandas. Tenía que ser gaucha, que al menos hubiera hecho empanadas en casa, porque no tenía tiempo de pararme a enseñar a nadie cómo se hacían los repulgues. Así que la busqué por grupos de compatriotas en las redes sociales. Hacía solo un mes y medio que había llegado a España, después de la cuarentena, vinieron con una mochila de 8 kilos porque si no salía bien volvían. El azar les brindó una oportunidad y se quedó en Almería, una ciudad la cual no sabía ni situar en un mapa.

Micka, empleada de Ramona, dando forma a las empanadas
Micka, empleada de La Ramona, dando forma a las empanadas

Desde el otro lado de la barra de silestone Cosentino, su empleada Micka prepara empanadas a una velocidad pasmosa. Los pequeños bocados son en apariencia argentinos pero algunos llevan el corazón almeriense, como la chef que originó los rellenos. Aunque el local ha cambiado, “usurpado por La Ramona” guarda el encanto de lo que antaño fue escuela de cocina para niños. La cocina es amplia y se dispone a la vista desde el mostrador. Para el ojo observador, una fotos de Mar de Plata y el pueblo donde los progenitores de Mariela se conocieron, la unión hispano-italiana de la que nacieron dos hijos trasatlánticos, la reminiscencia, las raíces, los orígenes que se encuentran bajo el amor de un fogón.

«Como me dice un hermano que me queda en mi patria, soy más española que Colón. Amo Almería desde que era chiquita.» Nuestra protagonista esboza una amplia sonrisa, una de esas que al ser fotografiadas inundan no solo un primer plano. Y es que tras el devenir del tiempo, surge el sentimiento irreparable para tantos migrantes… 

El corazón se te convierte en trasatlántico, ¿cierto?

Sí, porque mi mamá está del otro lado y mi hermano. Si el año que viene se puede, en enero después de las fiestas, voy a ir. Mi abuela tiene 92 años y la quiero ver.

Había que salir por algún lado, la idea de las empanadas venía dando vueltas desde hace tiempo. En 2019 desde la cocina del Mercado Central trabajó junto a las actividades gastronómicas impulsadas por el Ayuntamiento de Almería, quien gestiona ese espacio. Aunque la chef recuerda que fue en el 2018, momento en el que Almería era candidata a capital gastronómica, cuando se encargó de su gestión. «Con ‘Tu Chef’ talleres de empanada, hemos estado en Fitur, Salón Gourmet, Andalucía Sabor…», explica la argentina con entusiasmo. 

¿Por qué ‘Ramona’?

Este lugar es tu Chef talleres, pero Ramona le ha usurpado el sitio. Se llama así porque el nombre me parece muy español y porque cuando era pequeña en mi ciudad había una señora que se llamaba así y hacía empanadas. En cuanto al marketing es un nombre muy español, fácil de recordar, leyendo, consultando con amigos que se dedican al sector publicitario, mirando por redes sociales, así surgió este nombre con fuerza.

Durante estos 6 años de ‘Tu Chef talleres’, ¿cuáles han sido tus mayores logros?

Ha sido duros, sobre todo al principio porque el almeriense le ha costado el concepto. Para los niños no, para ellos ha sido brutal, hemos hecho muchos cumpleaños en el taller y en casas, talleres en colegios, nos hemos desplazado mucho. El boom aterrizó cuando la ciudad consiguió el galardón de Capital Gastronómica. «He estado en todos lo jaleos. Mi empresa hacía actividades en la sede de Almería gastronómica que se puso en el Paseo de Almería, íbamos a Madrid, vino Máster Chef…»

Desde el 2015 hago la feria de gastronomía de Almería, Concurso de Gastronomía almeriense, ahí hablé con el Ayuntamiento para hacer un concurso para niños. Al año siguiente organicé el concurso de adultos y niños, ahí cambiamos el lugar donde se celebraba el concurso. Todos los días a parte del concurso se hacía un show cooking para que la gente viera cómo trabajaban los cocineros de aquí. Revolucionamos esa parte de un concurso gastronómico de tres días en el ferial a un concurso y feria gastronómica durante toda la feria de Almería con más vista en el paseo, más glamour. Aunque sea un estrés a tope es lo mejor que he podido hacer, es mucha responsabilidad, pero es para la ciudad.

¿Y en todo este tiempo cuál es el chef que se ha convertido en admirado?

Sus ojos azules se prenden y en la diminuta mesa que nos separa sus brazos se extienden en un intento de agarrarme con fuerza para que le preste la máxima atención. “Ángel León, soy fan, tuve la oportunidad de conocerlo en una feria De Gusto de Huercal-Overa. Por allí pasaron Paco Torreblanca, Samantha Villar, la ‘creme de la creme.”

Esto es un no parar. Mariela, ¿hay límite?

No, no sé si hay tope, hace dos años y esto lo digo con orgullo porque me salió por contactos y poner la cara, que participo en el evento solidario de Marbella Chef for Children. Se celebra en el hotel Montero 5 estrellas, donde invitan a 30 estrellas Michelín, van todos y yo. Me toca hacer la parte de los niños, los chefs son el anzuelo, para esa cena de gala benéfica. 150 niños participan en los talleres de cocina de los laureados chef, son elegidos a través de un concurso de dibujo que se celebra meses antes en los colegios de Marbella. Mariela coordina las actividades de los maestros cocineros con los infantes.

Bandejas con empanadas en el mostrador del taller culinario

Es el tema del momento, siempre recurrente y socorrido para los que hacemos este trabajo de plumillas pero, verdaderamente, quiero ir más allá. No quiero despedirme de esta fuerte mujer sin ver cómo reacciona a su corazón. ¿Sacaste algo positivo de estos tiempos de pandemia?

Durante la cuarentena, la argentina junto a un grupo de 11 cocineros más estuvo cocinando para Cruz Roja Almería, «cuando llevaba la vianda de medio día me di cuenta de la falta que había. Eran familias normales que se habían quedado sin trabajo y no tenían ni para gel en la ducha. Vino mucha ayuda y pedimos que reforzaran porque un adulto aguanta con un café, pero a ver cómo le explicas a un niño que no hay para cenar». La sensibilidad de Mariela se dispara, se le entrecorta la voz porque, tal vez, son esos momentos los que te hacen sentir afortunado, o por lo menos, como dice el dicho: ‘jodido pero contento’.

«Fue una sensación muy dura, no la olvidaré jamás. Venía al local en bicicleta a regar las macetas y era una sensación de que la ciudad estaba muerta. El COVID me ha parado mucho profesional y personalmente, ha sido la primera vez en 20 años que he tenido que pedir un crédito y gracias porque estamos vivos.» 

Es justo mencionar que los comienzos vinieron rodados aunque sí fáciles de asimilar. Al final todo es organizar una receta sencilla, práctica y dinámica para que los niños puedan manipular y prepararles un kit, cada uno debe tener su espacio con su plato, su cuchillo… En la calle hay que hacer recetas muy sencillas, porque no hay medios. En la Plaza Vieja era armar una brocheta con chocolate, pero los niños se los pasaban de muerte.

¿Tienes algún otro proyecto entre manos?

En realidad, ahora podríamos hacer esta parte de talleres con mínimos, pero estamos parados, solo hemos reanudado la actividad de talleres de Roquetas en el Mercado Central. Desde hace tres semanas todos los martes trabajamos en Roquetas con personas mayores en talleres.

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«En este mundo todo se ve quien quiere tratar…

El atleta Lundo Mendes desde Vícar

La tierra, la mujer, la crianza, la felicidad, la abundancia… No es casualidad que el determinante artículo sea de género femenino. “Mi mujer es fundamental, siempre que haces algo cuando te apoyan, te da un empujón, pones más de tu parte”, son las palabras de Lundo Mendes. Porque correr la maratón es un día, pero el amor de la familia es incondicional.

Mendes es de Guinea-Bissau, llegó a Las Norias (El Ejido) siendo adolescente, a través de la reagrupación familiar. Su padre había conseguido con mucho esfuerzo traer a su familia a España, los tres hermanos y la madre, llegaron al poniente almeriense, pero pronto volvieron a su país porque preferían su tierra. Solo el deportista se quedó. 

¿Visita a su familia en Bissau a menudo?

Cada vez que tengo vacaciones me escapo, aunque sean un par de semanas. Allí vive mi madre y mi padre. Mi familia ha conocido a mis hijos, mi mujer también va.

Lundo Mendes habla de Ramona Nicoleta Rosiu, se conocieron hace unos años en Almería y han formado una familia intercontinental con una riqueza cultural española, guineana y rumana. Para el protagonista es muy sencillo, no hay choque de culturas si hay amor.

Si tú estás con una persona, donde vayas no lo puedes ver raro porque realmente lo quieres. Ella viaja a Bissau pero, por supuesto, también vamos a Rumanía a ver a su familia.

El guineano trabaja en la alhóndiga La Unión, como especialista de almacén, además la empresa también patrocina su carrera deportiva. La maratón de Madrid o Lisboa son algunas de sus carreras más destacadas con el presente en el recorrido de Nueva York y la muy reciente media maratón de Calar Alto, conocida por ser la más alta de la Península Ibérica.

Media maratón de Calar Alto

“Empecé a trabajar con 18 años. Puedo decir gracias a Dios que en España solo he tenido dos empleos, llevo muchos años trabajando en la alhóndiga La Unión. Me llevo bien con todo el mundo, tengo buenos jefes, eso es con lo que se queda uno.”

Incluso te patrocinan…

Si y sabemos que es una empresa muy importante en la zona. Como trabajo allí y me gusta el tema del deporte, la empresa me ha patrocinado. No solo por la publicidad, sino porque llevo la empresa donde trabajo escrita en la camiseta y para mí es una cosa grande, me da mucha alegría, es un punto a favor para mí.

¿Por qué el ‘running’?

Siempre he practicado muchos deportes como fútbol, kárate… Llevo bastantes años corriendo con el ‘running’ estoy más enganchado por el tema del trabajo, porque es un deporte que puedes salir sin horarios tan estrictos, solo depende de ti mismo. Salgo a la hora que me viene bien, además tengo que cuadrarlo con la familia. 

A veces salgo a correr con clubes de aquí, a pesar de que con mi trabajo tengo limitaciones como nos conocemos todos pues solo avisarnos y ya.

La buena gente que te llevas, eso es lo que se queda uno. Te llevas gente espectacular. Algunos son muy profesionales tienen muchos conocimientos y te ayudan.

Mesdes pronuncia las palabras con cierto peso y un tono suave, sin embargo, se traduce emoción en esa “gente que te llevas”, con las manos entrelazadas desde el valle de Vícar y el Mediterráneo de telón parece que la mirada se le pierda en la profundidad de la tempestad que cada cual guardamos. Entonces, antes de que se mastique un espeso silencio toca lanzar la siguiente pregunta.  

¿Cómo fueron los inicios?

Primero estuve en un par de años en un colegio en Las Norias y ya empecé a trabajar. Siempre me he llevado bien con todos. Porque en este mundo todo se ve, cuando llegas a un sitio y te encuentras con la gente ves quien quiere tratar bien y quien quiere mal. Soy una persona que coge lo bueno, siempre me llevo bien con todo el mundo, no quiero faltar el respeto, ni que me lo falten.

Es difícil adaptarse e integrarse aquí, respetar lo que hay porque es diferente de un país a otro. Cuando llevas 20 años viviendo en España ya se cogen las dos culturas, el tiempo pasa muy rápido pero bueno.

Mendes es presidente de la Asociación hijos de Carungal Canhobel Guinea Bissau y tiene su propia marca de ropa L.Mendes Clothing. Aunque nunca ha vivido en su piel la discriminación lucha por la igualdad y la justicia social. 

“Emigración siempre hay, pero la zona donde estamos, culpa de unos y de otros. Todavía nos tachan, hay una barrera, a mí gracias a Dios no me ha llegado a pasar pero sé que pasa. Hay que tratar a los demás como si fueran una persona igual que tú, en lugar de preguntar: ‘¿oye tú qué haces aquí?’. Esa persona ha venido a tratar de mejorar, hay gente que lo pasa mal en su país, pero hay quien viene para probar otra cosa no porque realmente le haga falta salir de su país. Como los españoles salen a Alemania, Inglaterra… Hay quien viene con formación, pero hay mucho papeleo para convalidar los estudios, a veces ni lo permite depende del país que venga.”

¿Estos valores los trabajan en casa?

Sí, a los niños les hablamos en todos los idiomas que sabemos. A mis niños pequeños los estoy enseñando para que sepan cómo es su padre, de donde viene, es una cosa que no me gusta que se pierda.

Y aunque todos guardamos un as en la manga, digamos que Lundo ha hecho de Almería su tierra: “Ahora mismo estoy bien aquí y no quiero ni moverme de Almería, aquí tengo mi hogar, mis amigos…” Y sin muchas más florituras termina la conversación.

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“No pueden cerrar un país entero” de cómo Brasserrie…

Plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro; los mandamientos del poeta cubano José Martí en la vida del hombre. ¿Pero qué hay que considerar para creer que una vida merece la pena?

Esta es la historia de una joven pareja holandesa que viajaba por el Mediterráneo en barco, habían dejado atrás su negocio en los Países Bajos para tomarse unos años como marineros y en la isla de Ibiza se plateó la siguiente encrucijada: ¿Córcega o Roquetas de Mar? Se decantaron por la segunda opción y así es como Carolina Rozendaal y Jaco Mudde, los dueños de la Brasserie Panini, se instalaron hace 20 años en el municipio almeriense.

Todo empezó en la avenida del Mediterráneo, allí abrieron un cibercafé a principios de los 2000. La filosofía era sencilla, café e Internet a bajo precio, todavía ni había llegado el euro. Tenían 3 líneas de teléfono que conectaban y desconectaban cuando los clientes necesitaban acceso a la red. Carolina transmite con su español de fuerte acento las vivencias de esos primeros años. “Nos fue muy bien, todo el mundo necesitaba Internet, estaba lleno de extranjeros” y señala la esquina contigua a su brasserie para indicar el lugar exacto donde se ubicaba el cibercafé.

En aquella primera ubicación, tomaron contacto con los clientes locales y empezaron a ofrecer costillas, sate de pollo y algunas delicias flamencas que enganchaban a los paladares de quienes se acercaban. El precedente para lo que hoy sería el restaurante con 437 referencias en TripAdvisor en 3 lenguas distintas y una puntuación casi perfecta.

“La hostelería es mi sangre”, dice Carolina que desde los 24 años es responsable de sus propios negocios. “Cuando empecé a los 24 años en mi país no podía tener un negocio, mis padres firmaron por mí”. Seis años después, harta de aguantar la rutina del bar, decidió emprender el viaje que la traería a este rincón del mundo.

¿Carolina cómo conoció a Jaco?

En el bar, él era mi cliente y empezamos una relación. Lo veía que venía cada noche y no hacía nada, entonces le dije ven a trabajar en el bar. Él dejó su trabajo y empezó a trabajar conmigo y así.

Carolina y Jaco al frente de Brasserie Panini

Recuerda cómo el principio del milenio los trató bien y cuando el ADSL se instaló en la mayoría de los hogares no les quedó otra opción que reinventarse. Así nació Panini´s, frente al hotel Playa Luna, una zona que era un auténtico hervidero de gente en los meses estivales. Y el empujón del fútbol era siempre un plus. Como la terraza del local era grande y estaba bien situada la hostelera pensó rápido.

Carolina fue al banco a pedir 1000€ para comprar 3 pantallas enormes e instalarlas entre la terraza y el bar durante el mundial de 2010, cuando España ganó a Holanda, asiente con la cabeza la protagonista en el gesto de disgusto, pero continúa con el negocio. El banco no estaba por la labor, pero la suerte estaba de su lado. Un cliente que había detrás la escuchó fue al cajero y prestó el dinero a Carolina que tardo dos semanas en saldar su deuda. Después del mundial de fútbol, sorteó las televisiones en un bingo entre los clientes, una de las pantallas llegó hasta el restaurante actual. Hoy reposa en la zona destinada a los niños antes del COVID.

“Eran los niños quienes elegían venir a comer a la Brasserie porque tenían juguetes para ellos, sus mesas, pero ahora como está todo…”

Sate de pollo la salsa es de cacahuete

¿Cómo habéis sobrellevado la pandemia?

“Del COVID no quiero ni hablar”, dice Carolina, y aguanta el gesto donde la mueca de la boca delata un mal trago.

Recuerdo el sábado 14 de marzo del año pasado perfectamente, cuando me dijeron: tienes que cerrar. Yo repetí 1000 veces no pueden cerrar un país entero. Me parecía raro que mis colegas pusieron el mobiliario dentro.

Durante la cuarentena la gestoría nos preparó un pase para que viniéramos al restaurante a limpiar, a ponerlo bien. Estoy acostumbrada a trabajar, no podía sentarme en el sofá 24h, nunca lo he hecho en mi vida.

Cuando reabrieron en junio estaba bien, pero en julio se fueron los extranjeros y…

Nunca hemos tenido problemas con los bancos en estos 20 años, pero hemos tenido que pedir un préstamo y ahora estaremos 10 años más aquí y yo ya tengo 56 años.

Es una realidad a la que se están enfrentando muchos hosteleros y a Carolina le pesa tanto como a otros, sus raíces se han extendido por nuestro pueblo donde ha criado a su hijo, ahora adolescente. Porque la mujer considera que los niños necesitan tener un lugar estable, la pareja no tiene pensando mudarse o volver a su país, han hecho de Roquetas su hogar.

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