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La musa suiza de Cantón Checa y su hija,…

La familia Sophie Cuendet y su hija Chloé en el ‘Atelier’ de Níjar

Vinimos por oro y hemos encontrado tanzanita… La musa de Cantón Checa y Jesús de Perceval se llama Sophie Cuendet, es alfarera y junto a su hija, Chloé, llevan el ‘Atelier’ de Níjar, un espacio dedicado al arte multidisciplinar con gran peso en el barro.

En los años 70 la pareja formada por Sophié y Juan llegó a Almería, se instaló en La Chanca donde compartieron como los gitanos, con los gitanos, en aquel barrio humilde que les ensanchó el alma. La suiza no dudó en echarse al torno de la Escuela de Artes de Almería cuando flaqueaba el oficio y pareciera que aquello fuera a desaparcar, desde entonces guarda un estrecho vínculo con la institución.

¿Sophie cómo encontrasteis esta parte del mundo?

Por casualidad, (contesta con una amplia sonrisa), compramos un dos caballos, dimos la vuelta a toda la península pasando por Portugal.

Buscaba un lugar donde se hiciera la cerámica de una forma más tradicional con horno de leña, torno de pie… Y me hablaron de Níjar, nunca me dejaron trabajar en un taller porque la mujer al torno no. Así que Juan me construyó un torno de pie y todo lo hacíamos manual.

Cuando llegamos en 1972, un holandés y una suiza todo era muy diferente, los cortijos a nuestro alrededor cultivaban, tenían sus animales, había parra, donde había parra ahora hay invernadero. Si hubiera visto en que se iba a convertir en el futuro no sé si me hubiera quedado aquí. Pero nosotros tenemos la suerte de tener el cortijo en el Parque Natural, en un paraíso. Menos mal.

Así conocí a una de las musas del movimiento indaliano que hizo de Almería su casa, por el acogimiento de sus gentes, el cariño, el respeto. Sophié encontró su lugar en el círculo intelectual de la época y a día de hoy se emociona al ver la exposición de ‘La Chanca’ de Pérez Siquier en la Diputación de Almería, su primera casa.

Sophie se crió en Suiza en el taller de su padre, era un artista multidisciplinar. Más tarde estudió en la escuela de artes y oficios por la especialidad de cerámica. Cuando llegaron a Níjar propusieron un tipo de cerámica artística y de alta temperatura, empleaban esmaltes y materiales diferentes a la alfarería utilitaria típica de esta zona. Juan y Sophie compraron un cortijo en ruinas, cuatro piedras que levantaron con sus propias manos del dinero que obtenían de trabajar en Suiza por temporadas.

Sophie pintada por el almeriense Cantón Checa

En los 80 tu trabajo era muy diferente a la cerámica utilitaria de la zona:

A día de hoy sigue pareciendo algo raro, nuestra cerámica es para exposiciones y la vendemos fuera. La pregunta es ¿esto para qué? Si no tiene utilidad. Vendemos en los mercadillos de San José porque por allí pasa mucha gente.

Cuando pongo un pie en el Ateilier me abruma:

“Cuando los niños entran en el Atelier se quedan siempre callados”, dice Sophie con una sonrisa amplia, su trenza plateada y su ligero acento circunflejo la sitúan en un lugar lejano a Almería aparentemente, pero ya sabemos qué dicen de las apariencias.

La galería ‘L’Atelier de Níjar’ es de fachada blanca encalada, tradicional, pero a través de su puerta se accede al universo propio de las artesanas. El “Bolón”, como lo llama Chloé, su creadora, es una gran urna de barro tamaño júpiter, un primer punto de fuga que se disipa con los móviles del techo. Los elementos revolotean colgados de las altas vigas de madera y enredan mi atención como en una tela de araña que me mece mimosa.

¿Qué representa esta escultura Sophié?

Pues son dos mujeres que se cuentan cosas, dos confidentes.

La obra es una silla deconstruida, un objeto utilitario reconvertido en representativo, donde dos figuras pequeñas se presentan en la actitud que explica la artesana. Es la primera sala después del hall, un espacio entre espacios, cuadrado con una tenue iluminación. Da paso a una amplia sala de exposición donde las obras de diferentes artistas ocupan su lugar y toman su protagonismo.

El primer espacio funciona como distribuidor, desde aquí se accede al taller y a dos salas de exposiciones, una pequeña que alumbra a otra más grande, una sala que hace de museo contemporáneo multidisciplinar y colectivo. Tres veces al año cambian las piezas en torno a una temática en esta ocasión los Haikus ilustrados. Y por el taller andaba Chloé absorta en la música y las cajas cuando la sorprendí. “¡Ay que susto, perdona con la música no te había escuchado!”, dice la artesana.

El taller es un espacio pequeño perfectamente ordenado, de esta forma facilita el trabajo cuando madre e hija están mano a mano y contaminándose la una a la otra, muchas de sus obras son conjuntas. En una de las paredes hay piezas coquetas que presumen de pertenecer a la familia, por amor no pueden desprenderse de ellas. Sobre la mesa el caballo de Chloé una pieza de exquisitez renacentista, todavía está en crudo, su piel es gris marmórea y brilla después de un mes de bruñido, pulir y pulir hasta dejarse las muñecas, para conseguir ese efecto luz sobre el barro.

Chloé te conocí hace unos años en el espacio Camping Gas y hacías abejas y universos diminutos:

Sí, estuve seis meses en cama, solo podía hacer cosas muy pequeñas, manejaba el barro con lo que me daba los dedos porque sentía mucho dolor, me dolía el roce de la piel incluso, así que cuando pasó todo dije ahora voy a hacer algo enorme. Empecé con las cajas, me llaman mucho la atención porque tenemos un instinto de abrir para ver qué hay, era aportar la parte utilitaria a la escultura.

Chloé Van der Mije con su caballo en el Atelier

La escultura está encima de la mesa y es como un caballo jerezano al paso, lleva la cabeza recogida, tiene los ojos almendrados y vivos. ¿Cómo hiciste esta pieza?

Todo está hecho completamente a mano, cogí 4 pellas de barro las puse en la mesa, le dí de ostias… Su cabeza está en esta posición en perfecto equilibrio porque de otra forma no cabía en el horno. Hay una mula por donde saco los perros y la tenía frita, porque es un poco brava. Cada tarde me acercaba y con los ojos cerrados acariciaba al animal para sacar las formas. Cuando llego al taller cierro los ojos y hago lo mismo. De esa forma me concentro en ahora entra, ahora sale, un bulto que hay aquí…

He llegado en el día oportuno hoy trasladan la obra al horno, es una parte delicada, una burbuja de una micra puede hacer estallar la pieza que se cocerá durante horas a una temperatura max de 1200ºC. Después lo envolverán en mayas de lana, hilos de cobre, hierro… y lo enterrarán a palazos en un agujero sudando la gota gorda, mano a mano. Necesitan una combustión lenta, unas ascuas.

Exposición sobre el impacto de los plásticos en el mar en el Claustro de la EAA

¿Tu madre y tú sois las artistas de la familia?

Uff, esa pregunta es difícil, mi hermano es arquitecto de interiores, todos tenemos algo de artistas, per digamos que quien empezó es mi abuelo, el padre de mi madre. Tenía un taller en suiza, era escultor, ceramista, pintor, grabador. Mi madre se crió en su taller, empezó a hacer cerámica con él, tenemos las herramientas de mi abuelo. Ahora es mi tía quien está en el taller de mi abuelo.

Son artistas multidisciplinares, comprometidas con el medio que las rodea, con el mar que las baña y las especies que lo moran. Un gallo Pedro y una lubina fueron protagonistas de algunas de sus estampaciones. En el claustro de la Escuela de Artes puedes visitar una de sus exposiciones con la problemática del plástico en los mares como protagonistas. Implicarse no pasa por ser artista, el artista se implica porque su sensibilidad lo conmueve.

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‘Sal de Coco’, la artesanía del Cabo en la…

Rafa y Pepa, dueños de ‘Mangata’ y ‘Sal de Coco’

«He visto crecer en otro cielo cada amanecer cada mañana, diferente sol en cada puerto, cada uno tiene su color… Pero el sol que sale en esta tierra brilla como el faro que me guía, que cuando su luz refleja el agua son como señales que me inspiran. Sé que estoy llegando a mi Almería.» Y allá voy, cantando carnaval aterrizo en el puerto deportivo de la ciudad desde Cabo de Gata un martes por la mañana. ¿A qué? A descubir, a conocer y a saborear las buenas energías de la gente emprendedora. ¡Me levanté con buen pie! ¿Se nota?

El ‘Mangata’, un imponente velero de 12,5 metros de eslora y capacidad para 12 personas, me espera con el sol de los primeros rayos iluminando uno de los muelles. Rafa, su dueño, al timonel. Pero antes tengo que hacer una parada porque es todavía en tierra donde tengo una cita con Pepa, el alma de la reciente tienda de artesanía abierta en el Club de Mar, ‘Sal de Coco’. Me espera, literalmente, con las manos en el barro. El día no pudo comenzar mejor.

La pareja tiene tanta solera como maestría en sus respectivos negocios. Un amor adolescente -desde los 14 años, señores- que ha ido madurando siempre cogidos de la mano y cumpliendo propósitos. Y esa ha sido la fórmula del éxito, aunque familia y amigos siempre están a la vera ayudando en lo que pueden. La palabra miedo no se deja entrever por ningún rincón del relato.

Pepa lo tenía claro: «trabajar como encargada de una tienda ha sido mi vida y estoy orgullosa pero necesitaba otro aliciente. Las manualidades siempre han llamado mi atención y quise probar con la cerámica. ¡Fui tan pesada desde que empecé con esto que el profesor ni por poco me mata de la tralla que le daba a preguntas!» La artesana suelta una carcajada pero sus ojos brillan, «es que siento emoción por lo que he convertido en mi vida laboral. He descubierto que tenía este talento y me ha dado las ganas y las fuerzas de recrearme en mi trabajo. En el anterior pedí una excedencia», y vuelve a reir.

¿Cómo es que elegiste esta localización para tu primer negocio?

La gente se sorprende porque se piensan que el Club de Mar es privado. La propuesta que le hace el área portuaria al club es que abran este espacio un poco más al ciudadano que no es socio y van por el buen camino. Nosotros lo somos desde hace un año, desde que tenemos el barco y es verdad que esto es muy familiar pero aquí puede entrar todo el mundo y se está notando, cada vez hay más gente joven.

¿Y cuál fue el pistoletazo de salida para interesarte por la cerámica?

Es cierto que después del confinamiento, realizar las cosas con las manos a la gente es algo que les ha seducido bastante y, verdaderamente, en Almería capital hay poca oferta de este tipo de talleres. La gente lo ha hecho por hobbie y como algo autodidacta. Yo comencé a interesarme por la cerámica un poco antes del confinamiento. Un año. Realizar las piezas me encanta pero, verdaderamente, lo que me provoca más emoción es tener mi rincón propio y permitir que quien venga pueda “meter las manos en el barro”.

Llevaba 22 años trabajando de encargada en una tienda del grupo Inditex. Cuando tuve a mi tercer hijo, el tema de la conciliación fue algo complicado. Nosotros vivimos en La Almadraba de Monteleva. Me pedí una excedencia y, a los pocos meses empecé a recibir clases del taller de cerámica. A mí eso me enamoró. Entraba al taller y se paralizaba el universo; no había móvil ni responsabilidades. Quise ir más días pero el profesor no me dejaba porque tenía una lista de espera bastante extensa.

¿Cuáles fueron tus primeras creaciones?

Comencé haciendo pendientes y a la gente comenzó a alabar mi talento. Somos los propietarios de la Peña Flamenca El Palmito en el mismo barrio de la Almadraba y en una esquina, sobre el pollo de una ventana, puse un pequeño expositor con mis primeros pendientes y a la gente le encantó. Eso me motivó más. Cuando volví a la escuela de cerámica, después del verano me dio por ir más allá e hice mi primer plato. Tiene unos pescados como los que cuelgan para secarse en las ventanas. Y encantó.

¿De dónde te viene la inspiración?

Pues del Cabo de Gata, indiscutiblemente. El proceso de la cerámica es muy lento porque mientras modelas tiene que tener un estado concreto para que tú puedas lijarla, cocer, secar, pintar, secar… Yo trabajo la cerámica de alta temperatura que es el refractario o el gres. Empezaron a salirme encargos con toda la temática del parque natural  y los vendía. Me animé y quise sacar una producción para ponerla en mi esquina de El Palmito. En mis dos horas de taller no me daba tiempo, necesitaba más, así que me compré un horno animada por mi marido. Fue el momento que di rienda suelta a mi talento y comencé a experimentar cosas yo sola.

«El mundo de la cerámica es amplio porque es pura química y ahí me fui yo con mi horno a darle rienda suelta a mis ideas desde casa en pleno confinamiento. Ahora las técnicas con las que trabajo son: la plancha, el churro y el pellizco;» cosas básicas para ella pero que a mí me dejan fascinada. Sobre todo por ver con qué buen gusto está hecho y decorado, tanto su cerámica como el local. Vuelve la Almería tradicional, vuelve el esparto reinventado en lámparas y decoraciones, vuelve la cerámica inspirada en Níjar pero con toque de salitre y pureza blanca y azul. En ‘Sal de Coco’, vuelve la tradición con sabor a actual y, sobre todo, con sabor a hogar.

La conversación y las anécdotas siguen pero el que más cara de preocupación pone es el pobre Rafa al recordar cuántos microondas se han llenado de barro por los inventos de Pepa y la técnica del Raku, aunque deja entrever una sonrisa: «Me tenía los enchufes del almacén quedamos, cada vez cogía más espacio en la peña y tuve que buscarle un lugar», comenta entre risas el empresario. Pero ella no se achanta, sabe que tiene una asignatura pendiente, el torno, y después de montar su propio negocio y cuando llegue a tomarle el pulso, sabe que no va a ser algo que se quede en saco roto. Los retos están para superarlos y la formación está pendiente. Por lo pronto, arranca con sus propios talleres en el mes de diciembre -bajo reserva, a través de sus redes sociales-.

Rafa, dueño y patrón del velero ‘Mangata’

‘Mangata’, hilos de la luna lunera; el reflejo, a modo de camino, que pinta la luna sobre el agua del mar. Rafa ama el Cabo de Gata, su infancia y toda su vida la ha desarrollado en la esquinita marina donde el sol pasa el invierno y, por ello, sabe de todos sus entresijos y lo que puede ofrecer a los visitantes.

Tanto es así que su vida profresional la ha sabido compajinar sin salir del parque natural. Y, aunque la hostelería siempre ha estado presente en su vida y en su familia, también con amigos ha llevado iniciativas empresariales como Parque Aventura, donde llevaban a cabo actividades acuáticas (windsuf, rutas en barco…) por Cabo de Gata y San José en 2001 y 2002. “Yo siempre he sido un desgraciao de la hostelería que siempre he estado trabajando mientras mis colegas salían. He trabajado en el bar de mi tío unos 7 años, en el pub El Zaguán. Ahí se puede decir que fue donde eché los dientes. Tras otra temporada de comercial, llegó el desembarco de la heladería ‘El Flamenco Rosa’, en 2008 cuando nació mi hijo mayor; y en 2011, abrimos nuestra peña flamenca”, explica el empresario con el entusiasmo del que emprende.

¿Qué te impulsó a comprarte un barco justo antes del confinamiento?

«Los barcos son caros, teníamos que buscar una manera de rentabilizarlo y decidí trabajar en él organizando eventos (excursiones, ceremonias de ceniza, excursiones en pareja…). Esto requiere formación para conseguir la titulación y que el barco esté lo suficientemente bonito y equipado pero, al estar confinados, he tenido tiempo de poner todo en orden. No fue fácil, no te voy a mentir, pero ahora ya estoy formado lo suficiente para llevar a 6 personas. Así que ofrecemos paseos de distintas modalidades por Almería y, concretamente, por el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar.»

«A mi mujer, para que me dejara comprarlo, se lo vendí como la oportunidad de tener un apartamento en Almería, solo que en vez de en tierra pues en el agua. Una caravana marina y me hizo caso», Rafa y Pepa se miran, los comienzos no son fáciles pero saben que juntos todo saldrá adelante.

Gracias por haber llegado hasta aquí, querido lector.

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«Enseñar a asimilar el fracaso», la artesana que empezó…

La vida te lleva por caminos que ni te imaginas. Y así, un día tomando fotos con una compañera, me choqué literalmente con una mujer con coleta y media cabeza rapada. Después, vi que había un hombre y que descargaban afanados una furgoneta de pintura. La mujer nos invitó a pasar, la respuesta fue afirmativa; hace rato practico que el agradecimiento y la aceptación son formas muy fáciles de ser feliz y hacer felices a los demás. Además, aquel acento, esa fuerza que desprendía en sus acciones. Hubo algo en ella que me cautivó hasta lo más profundo, pronto quise conocer su historia. 

La artesana, Laura, enseña una de sus exclusivas tejanas

«Vivíamos en el sur de Carolina, después en Texas donde estaba toda la familia de mi marido. En total, pasamos 6 años en Estados Unidos. Allí trabajábamos como granjeros en una isla que tenía tantos acres como el cuento de ‘Winnie de Phoo’. El concepto que se tiene de trabajo en el campo en EEUU es más sofisticado, los animales se alimentan con máquinas. Allí pasamos unos 4 o 3 años, entonces nos vinimos a España porque mi madre era catalana y me hizo la nacionalidad, así que decidimos venirnos acá. Encontramos la ciudad de Almería por Internet porque era similar a Mendoza de donde venimos en Argentina», explica Laura, la artesana.

El tema de los papeles… «estaba un poco tercermundista cuando vinimos en 2006, asentamos todos nuestros papeles en Miami, nuestro matrimonio, el libro de familia… Pero mi marido, Waldo, se demoró 6 meses sin papeles y yo 1mes y medio. Tuve que hacer un proceso de coger mi partida de nacimiento que estaba en Madrid y venía en burro para Almería, se demoró mucho. Después necesitaba un segundo papel, me pendían que el consulado de Miami enviara una certificación apostillada de que ellos me habían hecho el libro de familia». 

Laura explica con cierta zozobra aquel trámite que a los americanos les parecía una locura, ni siquiera tenían un formulario para lo que solicitaba. 

¿Será que lo ponen tan difícil porque tiene que tener trabas?

Pero trabas ¿a qué? El inmigrante ya está aquí, hay quien sale porque quiera conocer el mundo y quien lo hace por necesidad. Quien lo hace por necesidad no se va a ir porque pasa menos hambre aquí que en su país, es así en todo el mundo. Si no, ¿a qué te vas a ir lejos de tu familia, tu barrio, tus costumbres? Te vas cuando llegas a los 20 años y tienes un sueldo de mierda, no tienes un buen contrato…

¿Cuál fue tu primer trabajo?

Conocí a una chica que trabajaba limpiando casas y me puse con ella a trabajar durante 5 años. Me iba bien, trabajaba en el barrio cerca del centro Comercial Torrecárdenas, con lo que ahorré puse una tienda de comestibles y por las mañanas tenía una chica que trabajaba en la tienda; por las tardes, mi hija Kyara, salía del cole y venía conmigo al negocio.

Me merecía la pena trabajar limpiando casas porque ganaba bien y después te haces amiga. De hecho, la casa donde vivimos fue a través de una chica para la que trabajaba que era directora de un banco. 

La ventaja que tiene el inmigrante es que trabaja de lo que sea y trabaja, no falta, se queja mucho, pero trabaja. La gente que sale de su país por necesidad económica es gente que quiere trabajar si no se queda ahí.

Siempre te ha ido bien… Sí, si vos quieres trabajar. El problema de quien no logra concretar nada en la vida es gente que no está acostumbrada a que las cosas le vayan mal y siempre te van a ir mal. He empezado 15 veces de cero. 

Su marido Waldo acaba de entrar y lo mira como para decir la cifra que él le recuerda. Antes de la pandemia tuvieron un local cerca de la plaza del Ayuntamiento, pero fracasó. Lejos de abandonar el proyecto, Laura siguió vendiendo por los mercadillos. Desde un sótano de la calle Gerona la artesana prepara sus prendas, mientras su hija Kyara, sigue con las estampaciones. 

De izquierda a derecha: Kyara, Waldo y Laura

Los mercados los hacemos fuera en Almería, aquí cuesta un poco, la gente todavía no se acostumbra. Hay quién me pregunta: ¿Por qué sale tan cara si está usado?

Laura imprime su arte en las prendas de forma que cada chaqueta es única, a veces utiliza un jersey antiguo con una chaqueta vaquera para que la tejana luzca con nuevos aires. Los parches de animales también los usa mucho, es como un pedacito de Candem en el corazón de nuestra ciudad.

El padre de Laura es nativo americano y su madre española, ella dice que hay que ser honesto con lo que cada uno es cuando Kyara habla del mote con la que la conocen en el barrio: “la negra”. La chica fue al colegio Europa y se ha criado en Pescadería, sus padres escogieron ese centro de enseñanza para que no perdiera el inglés y sueñan con trasladarse a Estados Unidos, hay que cumplir una serie de requisitos, pero ya han presentado la documentación.

Pienso que hay que aprender a pasar un poco de eso, no estoy pendiente a que la gente me discrimine o no. si me hacen una mala mirada, no me lo tomo como algo personal porque yo soy persona también, un ser humano como cualquier otro, no me calienta. La discriminación existe si la quieres hacer realidad. Cuando viví en Estados Unidos mi marido es blanco, no sufre discriminación, yo paso más por mexicana, pero no sufrí este rechazo o no sé si no me di cuenta. Tenés que sentirte una mierda para sentir que te están discriminando, muchas veces pienso que amargada tiene que estar esta persona para que sin haberle hecho nada me trate mal. 

Cuando kyara tenía 8 años un niño del colegio le dijo que volviera a su país, la niña no lo procesó llegó a casa diciendo a su madre: “mamá, le dije que este es mi país, ¿qué pretende que venga desde Estados Unidos o Argentina todos los días al colegio? Está tarado”. La profesora trató de aclarar el suceso, pero Laura que tiene esa forma tan suya de ver la vida, y que pienso copiarle cada paso, contestó resuelta a la docente: “vos no tiene que disculparse quien tiene el problema es el niño y su familia”.  

Kyara y su madre Laura estampando jerseys

Laura ¿sabes qué me sorprende de los migrantes? La capacidad que tienen para empezar de 0, donde sea y sin miedo… Es que eso es lo que hay que enseñarle a los hijos, nena. Hay que enseñarlos a asimilar en fracaso, sea en relaciones, sea en negocios… El tema de que a unas nos vaya mejor y a otros peor pasa por una cuestión de constancia. Si a la primera de cambio las cosas salieran bien todo el mundo sería médico, abogado, tendría negocios. Te vas a caer, son cosas que pasan, en la pareja por ejemplos el primer novio no te va a durar para siempre y te va a hacer llorar, pero no te vas a aferrar tanto a una persona al punto de que cuando te deje te quieras matar. 

Vosotros que habéis empezado de 0 15 veces, ¿cuándo no te va bien que haces? Waldo contesta con un tono tranquilo algo que es una evidencia más que testada para ellos: “cerrás y volvés a empezar…” Laura sale al paso: “¿qué es lo peor que te puede pasar?, ¿que tengas que seguir trabajando? Si vas a trabajar igual”.

Además siempre intentáis ir por vuestra propia cuenta, vosotros sois autónomos… “si lo que pasa que cuando te va mal buscas lo que encuentres”, contesta Waldo. 

“Montamos la tienda con el dinero que trabajamos”, dice Laura Orgullosa. 

Son familia colaboradora con el centro de menores del Toyo. En la casa acogen a niñas cuya situación familiar o compartimiento las han llevado a tropezar con todas las piedras del camino. Laura, Waldo y Kyara se encargan de ofrecer no solo calor de hogar sino también educación. Cada una de las píldoras de sabiduría y lecciones de vida que la argentina lleva las transfiera a sus niñas. Me dice algo de una mochila de mierda que traen las niñas y hasta el rato no comprendo que participa de la salud emocional de sus pequeñas con los consejos que te podría dar alguien que vive con pocos prejuicios. 

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100 años viviendo del esparto en Almería, Antonio Casado

Antonio Casado Aún puedo recordar con claridad la última Semana Santa que viví en Almería antes de toda esta anormalidad. Era martes santo y Ana Mar de Quero cantaba al Santo Cristo del Amor una saeta con “la miel en la garganta, porque cantando también se reza”, como dijera el cofrade. La calle Granada estaba paralizada: de fe, de amor, de un algo que solo se puede comprender a través de la experimentación propia. Para mí es la gracia humana de unirnos y realizar acciones que trascienden al individuo.

Y en esas andaba, medio ebria de olores, de la luz de la primavera que invade la ciudad por esas fechas y despierta la vida, cuando salió a mi paso una tienda de canastos. Canastos, mimbres y esparto; la imagen del comercio se convirtió en un recuerdo que recupero 3 años después.

Con la esperanza de no perderme nada, seguí el itinerario trazado aquel Martes Santo, desde la Puerta Purchena abordé la calle Granada y en cada recodo metía la cabeza con la esperanza de volver a aquella imagen iluminada en mi lóbulo frontal.

Desde la calle Carmelo apareció el escaparate de Artesanía Casado tal y como lo recordaba con los mimbres, el esparto, la madera; objetos que han sobrevivido a la revolución industrial y a la tecnológica. Capazos de esparto que el propio Antonio Casado saca de sus propias manos, tras un duro proceso de elaboración con unas enormes agujas de hierro de unos 20 cm. El padre de Antonio fue quien abrió el establecimiento en 1925. “Mi padre aprendió el oficio con 20 años el oficio, porque antes se ganaba bien, ganaba más que trabajando en una tienda de comestibles. Había mucha demanda de esparto que mandaban a Marruecos, a las minas, a todos lados”.

¿Antonio cuándo nació usted?

Yo en 1936. Me pilló la guerra, pero era chiquitillo.

¿Cuándo aprendió el oficio?

Empecé a trabajar a los 14 años con mi padre en la espartería, hacíamos espuertas para el campo, ceazos, aguaderas, en fin, una pila cosas. En Baza hacían la pleta, (Antonio hace un alto y señala un canasto que cuelga del techo para ejemplificar de lo que habla), ahí echaban los tomates y los pepinos cuando empezó la agricultura.

Antonio, a sus 85 años, está jubilado; sus manos deformadas atestiguan el duro trabajo que han desarrollado. Sentado en una silla de bambú se abanica con un paipái, hace un calor bochornoso y descansa sus pies descalzos sobre una estera de esparto, un gesto que denota como el negocio es su hogar.

¿Qué es lo que más le gusta trabajar?

La espartería es lo que más he hecho, en la tienda reparamos muchas cosas que se hacen fuera, como las sillas de rejillas…

¿Esas alpargatas son ornamentales?

En el año 50 se gastaban esas alpargatas en el campo… Todo el mundo llevaba esparteñas y albarcas, con suela de goma y la cara de esparto. Casi todos los campesinos sabían hacerlas, el conocimiento se lo pasaban los viejos a los jóvenes, era una cadena.  

También recuerdo las esteras para los camiones. En aquellos años iban hasta Madrid cargados de pescado y ponían la estera de esparto arriba de la carga para que aguantara.

La artesanía Casado es el único establecimiento de estas características en el centro de Almería. Casi un siglo de historia, una guerra, el milagro almeriense, el cine… Suministraron la cordelería en Exodus de Ridley Scott.

Carmen Casado

Quien está al frente del mostrador a día de hoy en Carmen, la tercera generación quien atiende primorosa a los clientes habituales vienen a por cuerda y ya sabe cuál tiene que buscar. Solo lamenta la bajada de calidad, calidad y valor del trabajo del artesano con algunas exportaciones a bajos precios. Y recuerda la vida sin tanto sobresalto

“Antes te las tenías que ingeniar con muchas cosas, no te podías aburrir. Tenías que matar el tiempo en algo útil. Como no entretengas las neuronas, se gastan. Yo no trabajo el esparto hay que tener cierta habilidad y cualidades, unas manos fuertes”.

Y regreso al bullicio de un viernes tarde en el centro con la algarabía de la calle en contraste con un manso lugar.  

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