África

El carpintero senegalés parte de la historia viva de…

El carpintero senegalés de Roquetas de Mar
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Tradición, perfeccionismo, esfuerzo y un espíritu inconformista. Sería la breve descripción de la familia Sarr, el carpintero senegalés que hace 28 años se instaló en Roquetas de Mar.

Ibrahima Sarr llegó a Roquetas municipio a principios de los 90 cuando apenas había inmigración por aquí, eran sus vacaciones durante la campaña agrícola en la que se ganaba la vida en Mataró, cuando el destino quiso que echara raíces en esta parte del levante español.

Durante aquella primera toma de contacto se quedó en la casa de unos amigos. La vivienda era pequeña, dos habitaciones para cuatro hombres y ni siquiera tenía mesa. Uno de los inquilinos desafió a Sarr, había una carpintería cerca y allí se plantó con la clara intención de hacer una mesa.

Era el taller de Eloy, este reconocido personaje roquetero le dijo que podía hacer la mesa, pero que no utilizara las máquinas. Cuando Eloy regresó de la tienda después de una mañana de trabajo Sarr había hecho su mesa, así que lo animó a volver al día siguiente.

Sarr acudió a la llamada de Eloy, sin saber lo que iba a hacer, lo que iba a ganar o si realmente la propuesta era seria. Durante aquella prueba el carpintero africano se quedó al cargo de montar una cocina con el hijo de Eloy, el padre había tenido que volver a por la encimera. Tenían el plano de la cocina, los muebles y las herramientas, estaban en San Agustín montando y la tienda de cocinas estaba en Roquetas, no transcurrió mucho tiempo, pero cuando regresó Eloy la cocina estaba montada. El dueño de la casa, agradecido, dio una propina al senegalés que todavía recuerda a día de hoy, 5000 pesetas (30 euros). Así es como Sarr empezó a ser roquetero.

Desde el despacho de su taller al cargo de tres muchachos y con el nuevo proyecto de abrir una tienda de muebles en el Cortijo de Marín, rememora sus andanzas con el orgullo y seguridad que aporta haber obrado bien en esta vida. Una pequeña pregunta basta para que desate el relato, son 32 años de recuerdos vívidos que ahora tienen la oportunidad de volver a la luz.

Detalle de una mesa de trabajo

“A Paco Amat, el hermano del alcalde le estoy muy agradecido fue muy bueno conmigo y me daba muy buenas ideas”, dice el carpintero. Empezó a trabajar con él montando cocinas en una obra en Buena Vista. “Tienes que montar tu propia carpintería, porque tú eres muy bueno y muy inteligente”, decía Amat, a lo que Sarr contestaba: “es difícil y cuesta mucho dinero”. Amat entonces puso a su padre como ejemplo de vida: “mi padre venía con un burro y un carro desde la Rábita a vender vino a Roquetas, son muchos kilómetros, ¿crees que hay algo fácil en la vida?”.

Comenzó la amistad y el mecenazgo. El primer trabajo que Sarr hizo para Amat le reportó la mitad del dinero que necesitaba para comprar una máquina para cortar, Amat le dio la mitad que faltaba y le dijo a Sarr que se lo devolviera poco a poco. Es emocionante escuchar el relato del africano que despide el recuerdo deseando la paz para su amigo difunto.  

El taller de estos artesanos, está próximo a los institutos del pueblo y desde allí trabajan 3 hombres y el “jefe que no cuenta”, bromea Lamine Sarr, el relevo generacional. Dentro de la nave todos son familia, hablan en español entre ellos, excepto cuando la cosa se pone seria entonces recurren a sus raíces y el wolouf hace su entrada. Pero ¿Qué los diferencia?, ¿cómo han conseguido emprender un negocio en un país extranjero?

Lamine Sarr corta madera en el taller

Cualquier cosa que haga lo hago como si fuera para mí, mi padre desde pequeño me decía: ‘si lo vas a hacer hazlo bien, si no, no lo hagas’, la mejor publicidad aquí es el boca a boca. Mi padre es muy exigente y perfeccionista. Ahora me han encargado del hotel H0 de Puerta Purchena 18 zapateros, y esos van perfectos hechos, llevan embellecedores para que las ruedas no se vean, un muelle para cuando abras y cierres la tapa no golpee”.

“Todo el mundo me conoce como el inmortal porque no duermo”, dice el roquetero senegalés desde el despacho de la carpintería a la vez que se frota los ojos en un inconfundible gesto de cansancio. Hace un par de años que dejó la noche y desde entonces está centrado en el negocio familiar. Sus zapateros auténticas réplicas de cajas de zapatillas, sneakersbox, empiezan a hacerse su propio hueco en el mercado y los encargos requieren de un esfuerzo mayor.

¿Cómo se le ocurrió hacer estas cajas para las zapatillas?

Los vi en Barcelona y pensé que aquí no los tendría nadie entonces empecé a hacerlos. Al principio vendía pocos y le echaba cara, cuando trabajaba en la noche le decía a la gente “cómprame un zapatero que estoy esmallao”, pero luego ya no colaba.

sneakerbox de Lamine Sarr

Las cajas están hechas de DM y cubiertas con un vinilo que preparan en la propia carpintería, tienen todo tipo de maquinaria para realizar los trabajos más elaborados, desde patas isabelinas a molduras. El padre, Ibrahima Sarr, es de los pocos ebanistas que hay en Almería. Próximamente abrirán una tienda con exposición permanente de muebles camino cerca del Covirán que hay en la Rocalla. La finalidad de esta tienda es facilitar a los clientes la experiencia “que lleguen vean el mueble y lo puedan comprar, que no lo tengan que encargar”, dice Lamine.

¿Cuál es su sueño Lamine?

Montar una tienda de muebles como Ikea a lo grande, pero de calidad, aunque no es nada fácil.

África

«Te fío hasta que te paguen el ERTE»

Makelele, el mantero que con humor ha conquistado a los roqueteros
Makelele, el vendedor ambulante que con humor ha llegado a los roqueteros. Fotografía: Carmen Blanco Ureña
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Makele es el sobrenombre por el que los roqueteros conocen al vendedor ambulante que va por el pueblo cargado con una mochila enorme y una bolsa de compra en una de sus manos. Su itinerario está marcado; por las mañanas suele recorrer las terrazas de los bares de desayuno, restaurantes y chiringuitos. Tiene un truco infalible, solo vende a quien conoce y solo se acerca si lo llaman.

 “Makelele me lo han puesto aquí, yo me llamo Mamadou Diouf de Senegal”, dice el vendedor.

 La extendida costumbre de renombrar a los extranjeros, dada la incapacidad de muchos para nuevos idiomas, hizo que lo conociéramos por el nombre del exfutbolista congoleño. Hoy en día forma parte del pueblo como ese senegalés con despigmentación en los manos y en la boca que recorre el litoral desde Las Salinas hasta La Urbanización vendiendo género en horario intensivo de 12 y 13 horas. 

 “Makelele si no tengo nada”, apela una señora que está tomando el sol en la arena, “no te preocupes, yo te fío hasta que te paguen el ERTE”, responde el africano y todos rompen a reír. 

Sabe cómo hacerse con el público, que el humor es una puerta de entrada, es escurridizo, no le gusta demasiado hablar de sí mismo, educado, correcto, positivo y amable. Detesta perder el tiempo y prefiere seguir en su faena. Si la venta se pone mala recoge hortalizas en los invernaderos, lo que sea por cumplir su meta: montar una tienda pequeña de alimentación en su país de origen. “Ya lo he intentado otras veces, pero no funciona allí”, “¿y por qué no te mudas a otro pueblo que sea más grande donde puedas montar un negocio?”, la pregunta le contraría, puedo verlo en el gesto de su cara, se toca el mentón y responde cortés: “no sé, lo pensaré”.

 Llegó a nuestro municipio hace 15 años, recuerda que fue en agosto, después de cruzar en cayuco hasta Tenerife, posterior traslado a Alicante y destino final la tierra donde ahora reside.

 “Lo que decían mis colegas no era verdad, decían: “en España cobras mucho dinero al día cogiendo fruta”. Cuando llegué el primer problema que encontré es que era muy difícil conseguir los papeles, tuve que estar 3 años esperando consiguiendo pruebas, muy duro, muy duro, pero ya ha pasado.”

 ¿Cómo llegó hasta aquí?

En cayuco, patera, (choca el envés de la mano contra la palma de la otra, ríe y continúa) como todos los que han venido aquí, la mayoría. Tenía una tienda con mi hermano y le dije que iba a comprar, reponer y así me fui. Cogí la patera desde Senegal en 2006, pasamos 6 días hasta llegar a Canarias, sin parar una patera con dos motores, muy difícil. Comíamos cous-cous, las poquitas cosas que llevábamos, una cosa muy dura. Llegamos a Tenerife, desde allí hasta Alicante, estuvimos en un Centro de Acogida, Cruz Roja, La Policía y todo eso.

 ¿Y desde Alicante a Roquetas?

Cruz Roja llamó a un amigo, alguien que yo conocía en Roquetas antes de soltarme, si no conoces a alguien no te dejan ir solo.

 ¿Le gustó Roquetas porque encontró una comunidad grande de africanos?

“Sí estaba bien, trabajaba en el campo, en los invernaderos y aquí estoy agustico”, precede una risotada, porque es cómico su acento junto a las derivaciones de las palabras almerienses, él lo sabe y emplea muchas expresiones de la zona.

 Llevo muchos años aquí y vendo por la playa, conozco mucha gente, aunque pienso volver a Senegal, pero aquello es muy difícil. Allí viven mi mujer y mis tres hijos.

 ¿Le gustaría traer su familia?

Bueno… (suelta una risa nerviosa) y continúa, me gustaría más volver, pero es muy difícil. Porque he intentado varias veces abrir una tienda, pero no va, no funciona, entonces tengo que volver aquí e intentar de nuevo, pensar nuevas cosas.

 Su hijo mayor tiene 8 años, le sigue una niña de 4 y un tercero de año y medio. “A Senegal voy mucho volví 2 días antes del confinamiento. Si mi mujer y mis hijos vienen aquí, se adaptan y después no quieren volver, yo pienso en volver, me gusta muchos España, pero siempre mi país de origen… Lo que pasa es que no hay posibilidades de vivir allí todavía. Yo quiero ser senegalés siempre”.

Es musulmán y suele ir a rezar a la mezquita de las 200 viviendas, respecto al racismo y la discriminación dice que siempre hay, pero “la mayoría de la gente de Roquetas son buenos, no son racistas, te lo digo yo. Si veo que el tipo es racista no paro, paso de largo, yo solo con mi gente. Conozco mucho; paro, si no conozco, no.”

 ¿Ha viajado a otros países?

Solo he salido a Lisboa. Cuando estuve en Portugal vi que eran muy diferentes a los españoles. En España la mayoría no son gente muy cerrada y eso me gusta. La forma de ser de los españoles es muy parecida a la de los senegaleses.

 Diouf es profundamente sensato como destilan estas palabras que hablan sobre su trabajo.

“La venta ambulante está prohibida, y si me pilla la policía me quita la mercancía y a veces me multan, pero es lo que hay a aguantar”, Diouf se lleva la mano a la cabeza, suelta una carcajada franca y se reclina en el sofá, así como quien asume su sino sin más dramas. “Si no hay muchos vendiendo, pues pasan un poco, pero ahora en verano hay muchos vendedores entonces quitan mucha mercancía y es normal. Las tiendas se quejan, yo lo veo lógico”.