«El arte más moderno es el más antiguo», dice…
- 23 de enero de 202229 de junio de 2022
- por Isabel Gómez
Dice Calderón de la Barca que «la vida es sueño y los sueños, sueños son.» Hay quienes los terrenalizan, los convierten en posibilidad y hasta consiguen vivir de ellos. Así le ha sucedido a Matthew Weir, un inglés afincado en Níjar desde 1988, lugar que le ha permitido aprender el oficio de alfarero con las técnicas subyacentes en varias generaciones anteriores; como le ha ocurrido a su mujer Isabel Soler, tejedora con una raíz familiar de cuatro generaciones. Él siempre ha sido un alma libre, después entenderán, por lo que ha sabido adaptar la alfarería nijareña a diseños más actuales. Ambos son los dueños de ‘La tienda de los Milagros’.
El frío rascaba en Níjar la semana que fui a verle a su casa-taller en el antiguo barrio de los ceramistas. Con música clásica me recibió en su salón y ahí me concedió el privilegio de adentrarme en su mundo desde la infancia. «Nací en Londres pero tuvieron que inducir mi parto para poder coger el barco e irnos a vivir a Estados Unidos. Mis padres eran escoceses; él, diplomático, se formó como traductor de persa en las fuerzas aéreas británicas. Cuando comencé a tener memoria, a los cuatro años, nos enviaron a vivir a Egipto. No fue hasta los seis cuando pisé Inglaterra por primera vez. Eso sí, siempre íbamos de vacaciones a Escocia a ver a mi abuela.»
«Estuvimos en Inglaterra durante un tiempo y luego destinaron a mi padre a Bahrein, ahí estudié en un internado inglés. No creas que era una máquina de privilegios como los que la gente tiene en mente sino más bien un herramienta necesaria para darles estudios a los hijos de los funcionarios.»
Pero estabas en un país árabe y al mismo tiempo ibas empapando cultura de muchos sitios…
Inconscientemente, sí. El arte siempre ha estado presente en mi casa: cerámicas, alfombras… Viví unos cuatro años en Bahrein y son los que más recuerdos tengo de mi infancia. Aún así, fíjate, no hablo árabe.
Tras cursar estudios de filología española y filosofía en la Universidad de Oxford entre el 74 y el 77, Weir sentía la necesidad de estudiar arte, sabía que era la pasión que más le removía en la juventud aunque fuera en contra de las expectativas familiares. Después de la etapa universitaria, la City Lit de Londres le esperaría con las puertas abiertas para formarse como artista hasta el año 82. «Aunque no me hubiera importado ser arqueólogo», sonríe el alfarero.
¿Cómo conseguiste coger el rumbo de tu vida?
No me pilló la época ‘hippie’ como tal, es decir, no fui participe pero sí un niño aspirante. Y aquí rompemos a reir. Matthew abre su sillón relax y la magia continúa. Ahora sí, nos metemos en lo bueno.
«Yo siempre he estado en contra del arte oficial y técnico. Siempre me llamó la atención el arte mural. Antes, no estaba tan visto e hice con unos amigos una cooperativa de muralistas. Hoy hay muchas técnicas pero creo que si quieres decorar un muro es mejor hacerlo con azulejos, como el trabajo que hice en la plaza de Agua Amarga. Para mi gusto, hay que olvidarse de los murales y centrarnos en decorar con paneles de azulejos.»
Hay una descripción suya en su tienda donde se refleja que de jóven se sintió atraído por Dada y el surrealismo, dice sentir un rechazo hacia el mundo del arte elitista:
«El arte oficial es frívolo y no le encuentro sentido. Siempre he estado en contra del mundo del arte de galería y de cuál es el último grito porque, además, parece que todo vale si hay un millonario detrás que lo pague. Pienso que el arte más moderno es el más antiguo porque la búsqueda de la novedad es algo vacío. Todo se vuelve así cuando el arte imita al antiarte, es decir, cuando se hace oficial.»
El artesano me confiesa entre idas y venidas algunas cosas de su vida más personal. «Piensa que antes de venirme a vivir a Almería viví una vida muy bohemia en Londres, donde daba clases por libre en diferentes escuelas, iba en bicicleta y fuí lo que se denomina ahora un ‘okupa’. Después de la Huelga de los Mineros, en Inglaterra hubo un bajón de la izquierda y entramos de pleno en la época Tatcher donde surgió mucho neoliberal. Yo era bastante pobre, había abujeros en la carretera y hasta era complicado montar en bicicleta.»
¿Fue ahí donde usted dijo hasta aquí, voy a mejorar?
Sí. Andalucía no era desconocida para mí porque había estado visitando a varios amigos, por lo que pude conocer la Transición española en mis distintos viajes. En ese contexto político, un amigo me comentó que se había comprado una casa en La Calahorra (Granada) por 2000 libras, lo que venían siendo 200.000 pesetas a finales de los 80.
Me planté en el Campo de Níjar, sabía que tenía que llegar y comprarme una casa. Aprendí todo lo que se hoy de alfarería de los artesanos de aquí, de los que la mayoría ya no están. Iba por la Calle de las Eras y tocaba puerta por puerta para que me dieron trabajo. ¡Hasta cinco artesanos me rechazaron! Luego me enteré que era por miedo a que no tuviera papeles pero me había dado de alta como autónomo. Fue Valdomero García, padre, quien me abrió las puertas de su taller y me ofreció la posibilidad de trabajar. Cuando se jubiló, su hijo quiso modernizar el negocio pero yo quería tener el control de mi propio trabajo. También aprendí muchísimo de los Hermanos Góngora junto con los que grabé una pelicula, ‘Alfarería de Níjar’. Las técnicas cambian, las formas cambian, los productos cambian. Todo evoluciona pero no tiene por qué dejarse de hacer.
Es una pena que un pueblo como este haya dejado un poco de lado el trabajo artesanal pero es que todo en esta vida cambia, querido lector. Níjar era cuna de alfareros que con la llegada del plástico desbancó toda la economía de una comarca. «Mira si era importante y ha sido importante durante épocas que este barrio se sitúa entre dos ramblas porque a los alfareros solo les dejaban hornear dos noches a la semana y según la influencia de los vientos», comenta con sabiduría Isabel Soler. Con el devenir de los años, los talleres tradicionales han buscado el atractivo del público sin más, un ritmo de consumo que decayó a partir de los años 90.
Matthew, ¿tiene algún sueño por cumplir?
A mí me encantaría que en una provincia como Almería se fomentaran los ‘hamman’ y los baños públicos. Es una inversión pequeña, lejos de lo que puede llegar a pensar la gente. Así habría oportunidad de hacer muralismo y de utilizar azulejos artísticos y bonitos. ¿Por qué piensas que la Alhambra tiene tanta fama? Pues por los azulejos, tienen gran poder atractivo.
«Vivir de tejer es casi imposible porque es algo muy manual. Los materiales son muy caros. Cojo el algodón o la lana cruda y hago hasta la madeja, tiño… Es un proceso muy largo porque me fabrico mis propios colores. En España ya casi no hay quien suministre lana.» Y sin dejar de tejer entre sus telares, uno árabe y otro de enebrado alpujarreño, así explica Isabel en qué consiste su trabajo como artesana. ¡Hasta tiene uno que ha restaurado réplica de los que utilizaban los musulmanes en La Alpujarra! Cuando se llevaron a Latinoamérica estos telares los llamaban ‘Los telares españoles’.
Cúrcuma, olivalda, cáscara de nuez, cáscara de granada, índigo, cochinilla, eucalipto… Un sin fin de colores que va extrayendo de forma manual y haciendo tintes desde hace 30 años. «Me encanta sacar los colores de las plantas». Todo esto lo aprendió de su abuela y su abuela de su abuela. «En el Museo de Níjar hay un telar tan antiguo que solo lo entiendo yo», explica entre risas Soler. «Es que vengo de la familia de las Aguirricas (de apellido Aguirre), de mi abuela. Eran todas mujeres tejedoras y tenían telares antiguos y tejían para todo el campo y los cortijos.»
¿Hacían también las conocidas ‘jarapas’ nijareñas?
Lo que llaman ‘jarapas’ se hacía con la ropa usada de la gente de los cortijos que la recortaban en tiras muy pequeñitas y traían las bolsas con el nombre de la persona. Te pedían que les tejieras una jarapa. Mi abuela las unía y se las hacía. Se utilizaban para cubrir los colchones y que no se oxidaran, se hacian mandiles, trapos de cocina, mantas para el caballo de las bodas nijaerñas con el nombre de las que se casaban (como comprenderás, solo gente rica)…»
Historias infinitas que me dejan la puerta abierta para mi próxima visita porque sí, volveré.