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“Hice vello púbico para una actriz” dicen desde A…

Adrián uno de los fundadores de AyJ posticería

Pelucas, postizos, moños y pelos desde la calle Reyes Católicos en pleno centro de Almería un escaparate que no pasa desapercibido, es A y J taller de posticería. Una tienda y taller de pelucas que en apenas 6 meses tiene colas para entrar. Porque nuestro aspecto importa, porque nuestra autoestima no debe verse minada por cuestiones genéticas o enfermedad, porque tienes la facilidad de elegir una identidad que se corresponda a tus emociones, pero lo más importante es que la peluca es parte de ti y en este taller te guardan el secreto. 

A mi encuentro sale Adrián un mallorquín que por amor encontró nuestra tierra. “Adrián, entonces el titular es: dos maricones muy modernos montan una tienda de pelucas en Almería”. El artesano rompe a reír y afirma. La ignorancia se hace un hueco y abre paso a las preguntas, aquí se hacen bigotes, pelucas para todas, pelucas para fiestas, se hacen axilas y bello en general, Adrián pica pelo a pelo y de esta forma tan artesana crea una nueva vida para muchos y muchas. 

¿Qué es lo más importante para ti en tu negocio?

El cliente, el orden, la limpieza, la comprensión y la variedad. Hay que empatizar con las clientas, saber que cuando viene una mujer con cáncer y pasa al camerino donde le voy a poner la peluca cómo lo pasa. Hay quien se toma la enfermedad con mucho humor, quien viene enfadada y hay que comprenderlo.

Las clientas entran a chorrillo durante el rato que transcurre nuestra charla. Un postizo, contratar a Adrián como maquillador para una boda… Los secretos que se guardan detrás de la cortina donde se lleva a cabo la magia de cambiar el estado de ánimo a tantas mujeres. “Claro que el pelo te cambia y te ayuda porque es importante vernos bien, hay muchas mujeres que entran hundidas y salen sonriendo”, comenta el artista.

Recuerdo en una ocasión que llegó una niña pequeña con enfermedad de Piel de mariposa y fue muy impactante, ella solo me decía: ‘¿me vas a poner guapa?’ Durante el tiempo que la atendí aguanté, pero cuando salió por la puerta me quedé muy afectado”.

Adrián has trabajado en Madrid muchos años en Talía, que es la empresa más antigua que se dedica a esto del pelo habrás tenido la oportunidad de conocer a mucha gente famosa. 

Por supuesto, mira le he hecho pelucas a Paca La Piraña, por ejemplo.

¿Alguna vez has tenido que hacer algo “raro”?

Lo más raro que he tenido que hacer es bello para las axilas y púbico, era para una actriz que interpretaba a una mujer francesa de los años 80 y en aquella época pues se llevaba más pelo, cuenta entre risas Adrián. Este mallorquín llegó a hasta nuestra tierra por amor, las redes sociales hicieron que durante la pandemia conociera a su pareja y socio, José Luís y hace 8 meses cambió Gran Vía por Reyes Católicos, adiós al ajetreo de la gran ciudad.

Una tienda de pelucas donde la privacidad del cliente es lo primero. Este espacio fue creado por la pareja en cuanto a la decoración, el papel de las paredes e incluso el mobiliario. Entre sus joyas de la corona un pelucón pelirrojo de espectáculo, postizos de todos los colores y pelucas naturales y sintéticas que hacen las maravillas de quienes las prueban.

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Ese loco que viste de blanco, el modisto Fabián…

Andaba por la vida preso de la casualidad, paseaba por la ciudad y sus pasos guiaron el camino. Hace 20 años que el modisto y costurero, Fabián Ozán, llegó a Almería; «yo soy más almeriense que tú porque yo lo elegí y tú quizás no», dice desde el sillón de su despacho vestido de blanco impoluto y con la cinta colgada al cuello, como la profesión llevaba Lázaro. 

Fabián había venido de vacaciones a ver a su hermano, era el quinto día de estancia al otro lado del charco cuando se dejó caer por el centro y vio un cartel donde necesitaban costurera y por casualidad encontró la oportunidad. Era la sastrería Hita quien fuera presidente del gremio de sastres de Almería cuando los hombres que se vestían por los pies llevaban la ropa a medida. 

¿Por qué siempre viste de blanco?

Me preguntan más por qué visto de blanco que por mi oficio. Empecé por una cuestión de meditación y al final opté por comodidad. La película ‘9 semanas y media’ fue mi inspiración, la escena cuando ella abre el armario y todos los trajes son iguales me pareció genial.

La ropa me satura y no necesito que me preocupe, todo el día estoy pensando como vestir a los demás. Tengo una boda me visto de blanco, voy al café con mis amigos me visto de blanco, tengo que ir a la escuela… Eso me aligeró la vida.

Fabián se instaló hace casi una década en un edificio modernista de principios del siglo pasado en el centro de la Almería, comparte la estancia con su padre y un galgo blanco que protagoniza todas las campañas de moda del modisto. Desde la calle, las puertas abiertas del portal invitan a pasar y unas estrechas escaleras de caracol con la baranda de madera, que harían las delicias de un romántico, llevan hasta el primer piso donde se sitúa el taller. En la carpintería, en el suelo -incluso en los vidrios de las ventanas que tienen 100 años- se entraman la elegancia con la añoranza por el buen hacer de un oficio que rezuma detallismo. 

¿Cómo se dio el oficio?

Mi padre hacía sastrería, uniformes militares para el estado. Él es mi referente de trabajo, me he criado en un taller. 

Aunque el argentino dice que ser costurero nunca estuvo en sus planes, pero se le dio tan bien que lo convirtió en su medio de vida. Ahora a sus 57 años sueña jubilarse pronto y antes de que lo coja un achaque estudiar historia en Italia. Dentro del show room donde se muestra la colección conviven el mate, los bocetos de los diseños y un pequeño lugar donde Ozán medita. La estancia lo refleja metafórica y literalmente en grandes espejos de marcos barrocos dorados, en los grandes ventanales blancos, en los juegos de luces que convierten a la habitación en un lugar cálido. 

Después de conocer sus orígenes familiares comprendo el gusto por los botones.

Claro, ahí hacíamos las pulseritas de botones era la forma de entretenernos de niños. Había cajas llenas de botones, ahí te ponían con una aguja y un hilo largo y te tenía entretenido dos horas.

¿Cómo llegó a tener su propio taller?

Me costó mucho tener mi propio taller. Primero, trabajé tres años con María Barragán pero tenía que volver a Argentina y cerrar puertas mentales. Cuando cerré todo lo que tenía que cerrar volví y ya no tenía mi trabajo porque Barragán no me quiso coger de vuelta porque había sido un impertinente, el único que se había tomado 1 mes de vacaciones en su empresa. A María la quiero mucho porque fue la primera que me dio trabajo cuando solo llevaba 5 días en Almería y siempre recordamos esta anécdota entre bromas.

¿En qué se las arregló entonces?

Trabajé durante 3 temporadas cargando camiones en un almacén de El Ejido. Ni yo lo creo (dice entre risas), pero la pasé estupendamente, fue un trabajo maravilloso. Era muy divertido, en el lugar dando trabajé había 400 personas de todas las religiones y de todos lo países del mundo, eso era Babilonia. Allí te cotizaban todas las horas como horas fijas, entonces cuando te ibas era con un buen paro. Trabajábamos una burrada de horas, yo siempre me quedaba cuando acababa la jornada y trabajaba de 08.00h a 22.00h. Fue muy importante para mi, porque me relajé, me puse tremendo parecía que iba al gimnasio.

Mi hermano me preguntaba: ‘¿Cómo aguantas ese trabajo?’ Porque nosotros siempre hemos tenido una vida fácil, pero me lo tomé como algo transitorio para un objetivo particular que era montar mi propio taller. Aprendí mucho de cocina internacional porque siempre te intercambias los platos de comida con la gente. Viví con un rumano y su mujer cocinaba muy bien, como no tenía tiempo para cocinar ella se encargaba de esta tarea. La verdad que la cocina rumana y argentina son muy parecidas.

Después de estos tres años en el almacén abrí mi taller, empecé con los arreglos, es como todos los talleres empiezan y llegué a tener 40 tiendas. Éramos 8 personas trabajando, hasta que me hartó también eso y eché a todo el mundo y nos quedamos nada más que tres personas. Ahora trabajo para muy pocas tiendas y hemos cambiado el trabajo.

¿Antes tenía más la visión de costurero y ahora de modisto?

Sí y en esto influyó mucho Susana Lirola. Ella me decía estás loco te vas a morir llevando 40 tiendas, mi teléfono no lo quería nadie, era todo el día sonando. Cuando abrieron el centro comercial de Torrecárdenas, llevaba los dos centros comerciales y de Almería. Fue poner un freo y me siento muy feliz. Dos chicos que se fueron de aquí montaron su propio taller, cogieron las tiendas que dejé.

Me quedé con el trabajo a medida, unas pocas tiendas y algunos arreglos a clientes con quienes llevo 20 años trabajando.

¿Cuándo empezó Fabian Ozán como modista con su propia colección?

Hace 4 años, no hace tanto. Retomé lo que hacía en la Argentina, la colección que hacemos no es una prenda como en una tienda en varias tallas. Es la parte que me entretiene crear una colección, no me genera dinero, pero me genera gratitud. Cuando vienen aquí las clientas ven la colección, pero hay que sumar su idea, hago varias propuestas y entre los dos sacamos un producto. Con la garantía de que la prenda que lleva es única.    

¿Cómo surge la colección actual?

Hay un tema de Madonna y un look en el videoclip que me inspira, ‘Material Girl’. Pero después lleva su ritmo, también me inspira la naturaleza, un hecho en particular. Mi referente como costura es mi familia, vengo de una familia donde se ha cosido toda la vida.

Busco mucho lo que me transmite Velazquez me encanta, recuerdo en la escuela haber visto Las Meninas. En aquella época era otro concepto, Europa estaba muy lejos, pensaba que nunca en mi vida iba a ver un cuadro de ese autor porque estaba al otro lado del mundo, 40 años atrás no había esa facilidad de subirte a un avión. Cuando vi por primera vez Las Meninas en El Prado no podía parar de llorar. Fue too much, la puerta a Europa, lo inalcanzable, lo que nunca iba a poder ver.

¿Y qué pasa con Chema Madoz?

Mi tarjeta del taller es un Chema Madoz a mi manera, el ojo fotográfico me inspira mucho. Este fotógrafo me parece super creativo, para mí es un geniecito. Por supuesto que en la moda también hay referentes, la última colección de invierno de Dior me pareció una cosa de locos, exorbitante, todas las referencias a Venecia.

Y lo que un punto de inflexión en su vida, un alejarse de malas pasadas y buscar una escapada van para 20 años. La construcción de una filosofía y un estilo de vida personal, propio y coherente. Toda su ropa puede considerarse ecológica porque tiene 0 huella de carbono. Además, tiene una bonita costumbre de revisar los roperos de sus clientas y dar una nueva vida a una prenda, Fabián acusa al estilo de vida argentino aquello de buscar una segunda vuelta. Pero me quedo con sus palabras: «no soy tacaño, soy austero», como resumen y reflexión de cómo puede ser un atelier cuando el dueño se considera un trabajador más con inquietudes y sueños. 

Fabian Ozán y yo en el reflejo

Gracias por leer nuestros post, déjanos un comentario que lo leeremos encantadas y recuerda seguirnos en redes para crear comunidad. Todavía creemos en un mundo mejor, gracias soñadores. 

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Originem

La mujer que viste a los pequeños sultanes de…

Khadija Bassir. Foto Melanie Lupiáñez

“Mujer jatera, hombre cualquier”, son palabras de mi abuela que hoy hago mías, gracias mami por estas perlas de sabiduría. Para mi antecesora jatera quiere decir: mujer trabajadora, polifacética y valiente. La “j” se pronuncia con énfasis para imprimir más fuerza al adjetivo. Es la palabra que define a la protagonista de hoy, Khadija. 

Andaba manejando y me llamó la atención el escaparate de una tienda donde se mostraban trajes de ceremonia de puntillosos adornos. Mis ojos repararon en el traje de sultán que vestía un maniquí infantil de niño, aunque el maniquí no tenga género o sexo. La semejanza entre aquella prenda y las vestimentas de Aladín eran más que palpables para alguien que ha crecido con Disney.

Traje de sultán traído de Túnez

La tienda estaba cerrada, hacía viento, tenía pereza, pero llamé a un número que había pegado en el cristal de la puerta de entrada. Al otro lado de la línea la dueña de la del bazar infantil. La tienda lleva un mes cerrada porque Khadija tiene dos hernias en la parte baja de la espalda con el gesto algo condolido nos encontramos y comienza a desvelarse la trama.

Hace 22 años que aterrizó en Almería y siempre ha querido estar aquí. Proviene de Marruecos, su padre era notario. «Un trabajo es un trabajo, me daba igual limpiar el baño que estar en una oficina. Mi padre era notario y se pasó toda su vida con un boli». La mujer toma este ejemplo como referencia para enumerar los empleos que ha desempeñado y el empeño que siempre ha puesto en cada gota de sudor que le caía por la frente.

Tenía 26 años cuando dejó su tierra, llegó a su segunda patria con un contrato de trabajo en un semillero. Khadija era esteticista y el campo solo era un trabajo puente para este mujer inquieta y con sed de aprendizaje y progreso en la vida. 

Todavía recuerda su primer trabajo en la hostelería. «Siempre he tenido mucha suerte, iba a las entrevistas de trabajo y aunque no quisiera el trabajo me lo daban. Llevaba poco tiempo en España, todavía no sabía hablar muy bien, pero me defendía. Fui a una entrevista para trabajar en el hotel Playa Dulce, yo prefería trabajar como limpiadora porque si me equivocaba no tenía tanta responsabilidad como en el bar que podía liar las cuentas de las mesas o algo. Pero nada, confiaron en mí, terminé por llevar 4 habitaciones sin liarme y me renovaron el contrato. Los estudios me dan igual, uno que no ha estudiado puede trabajar igual que otro que ha estudiado mucho».

Máquina bordadora

Hoy, se pasea por su tienda aunque convaleciente; dentro en la trastienda está su otra empleada, una máquina bordadora. Khadija considera que esta herramienta es como una trabajadora por el dinamismo que le da. «No me importa gastar en lo que voy a aprender». Hace arreglos y borda todo tipo de encargos y los cobra en consecuencia al barrio en el que vive porque considera que es gente trabajadora. «Son muy buenas personas, no te tratan como extranjera, jamás he vivido racismo y eso es lo importante para un país».

«Me sacas de Almería y me llevas a otro país y no puedo vivir. Me dices que gano el doble en Inglaterra y no voy. Salgo de Almería para ir de vacaciones y ya», Khadija habla totalmente convencida. 

El bazar es su lugar de trabajo entre el colegio del niño y su casa, apenas hace una año que abrió por la conciliación. La empresaria determinó que era mejor para su familia abrir una tienda de trajes infantiles y algo de mujer en Vícar, así podría llevar al niño al colegio y atender a su madre. 

La familia va primero y el trabajo es una obligación y deber moral. A sus 48 años, Khadija es una vecina de Almería enamorada de esta tierra desde el primer día. Aunque viaja a Marruecos y ha vivido en Málaga, para ella este es su sitio. 

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Latinoamérica

«Era vivir o morir, no podía rechazar ningún trabajo»,…

Mery Sandoval lleva tantos años en España como los que tenía cuando partió de Quito (Ecuador) a conocer el viejo mundo. Era la primogénita de 3 hermanos y quería viajar más allá de las montañas donde había crecido. Su falta de experiencia le jugó una mala pasada, pero su actitud ante la vida y el apoyo incondicional de su marido la llevaron de la supervivencia al empoderamiento profesional y personal.  

Es agosto en la ciudad y los almerienses han cambiado el asfalto por una pequeña parcela en la playa, no para todos es este privilegio. Los pequeños comerciantes, los bares y restaurantes ofrecen sus servicios a los valientes que se atreven a salir a la calle. La protagonista recuerda como tras la pandemia las vecinas del centro apoyaron a los comercios de barrio y así se hizo una brecha de luz en tiempos de tinieblas.

Ahora con la perspectiva del tiempo Mery puede sentarse en la mesa de un café y narrar su historia no sin que los ojos se le llenen de agua con algunos recuerdos. “Mi madre había hipotecado su casa para pagar mi pasaje a España, costaba unos 1500 dólares y en 2003 aquello era mucho dinero. Pasé los primeros meses en casa de una amiga de mi madre en Cataluña pero me costó mucho encontrar trabajo, no tenía papeles, ni sabía que era eso.”

Al principio ¿Cómo se ganaba la vida?

Una tía mía supo que lo estaba pasando mal en Cataluña y fui a vivir con ella a Murcia. Allí trabajaba en el campo. Era vivir o morir, no podía rechazar ningún trabajo.

“En Murcia conocí a una familia de Berja que me dio trabajo como interna”. Sin entrar en más detalles, la mujer toma aire y se lleva un mechón de pelo hacia atrás para concluir: “no tenía gastos, pero era muy duro”.

Para comunicarse con su familia gastaba 5€ en 15 minutos de llamada, el equivalente a una hora de trabajo como cuidadora. Aunque a los pocos meses de estar en España, Cristian, su pareja, vino a la Península hasta un año después no pudieron vivir juntos.

Mery regresó a Ecuador en la Navidad de 2009 para acompañar a su padre en su último viaje. «Fue muy triste. Tuve que endurecer mi corazón y ser más fuerte que nunca».

¿Y la crisis de 2008?

Un palo muy grande, porque habíamos conseguido comprar un piso y en 2010 tuvimos que dejar todo y regresar a Ecuador. Mi marido pidió una excedencia en el trabajo de 3 meses y yo estuve allí dos años con mi madre pusimos un pequeño negocio de comida típica ecuatoriana, pero sentía que ya no era mi sitio. Mi madre me decía que ya había hecho mi vida en España y que tenía que seguir adelante.

Además, cuando me preguntaban qué había estudiado en España, yo pensaba no he tenido tiempo de estudiar, he tenido que trabajar para salir adelante. En Ecuador, para cualquier trabajo te exigen mucha formación, no es como aquí que puedes trabajar en una cocina, en el campo… Reflexioné mucho durante aquellos dos años.

Pensé que nunca había viajado a Francia, por ejemplo, que estaba tan cerca; que solo había trabajado y ahorrado para enviar dinero a la familia, para los imprevistos que surgían…

¿Cómo fue volver a empezar en España?

Cuando regresé apenas tenía contacto en la agenda, ni nada pero fui a hacer una entrevista como ayudante de cocina, no pensaba que me fueran a coger, pero sucedió, no iba a decir que no.

Mery volvió a España y metió la cabeza en los libros, así finalizó los dos primeros años de magisterio infantil. Durante un tiempo compaginaba los estudios y el trabajo hasta que el cansancio físico y la falta de conciliación hicieron que la ecuatoriana se planteara una nueva meta. Así se aventuró en un nuevo sector, la moda.

“Hace tres años que empecé con una franquicia, al principio ves el lado amable, pero veía que la ropa que me mandaban no encajaba en la zona y poco a poco empecé a poner algo de mi ropa. La verdad que me ayudó mucho una amiga, que tenía una franquicia con la misma empresa en Berja. Me di cuenta que la ropa que yo traía se vendía primero y que no era tan importante que tuviera un precio bajo, si no que la prenda gustara. El viernes antes de que nos confinaran casi voy a comprar más ropa, pero mi marido y Sole me frenaron y gracias a Dios, emprender significa meterte en gastos.”

A los 9 meses de que el negocio empezara a ir bien en la calle Castelar, llegó el confinamiento, un tiempo que le sirvió a la comerciante para trabajar en sí misma, abrirse a relacionarse con las vecinas, crear comunidad. La gente se volvió al pequeño comercio, en ese momento empecé a traer poco a poco tallas grandes, pero tengo para todos los cuerpos”.

La tienda tiene una fachada rosa y una bicicleta de forja en la entrada, Cris y Mery se encargan de todo. “Te presento a mi electricista, mi fontanero, mi pintor, mi albañil…”, la mujer suelta una carcajada y su marido responde con otra sonrisa.

A pesar de lo logrado, siempre hay nuevos horizontes y viejos caminos por descubrir. “Quiero tener mi carrera, aunque tenga 45 años”, dice la autónoma. A día de hoy su autoempleo le permite hacer una escapada a los pueblos de la sierra los fines de semana, trabajar sin horarios, pero trabajar para ella.  

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