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‘Pueblo chico’, infierno grande; el colmando de la Patagonia…

Hermanos Nuin López en la puerta de su colmado, Pueblo Chico. Foto por Melanie Lupiáñez

«Nos dieron la llave de la tienda y al otro día nos confinaron», dice Ariel Nuin López. El argentino se afana en hornear empanadillas, el olor atrae a los clientes hasta su colmado. Mariela entra a la trastienda desde el mostrador y toma el mate que le da su hermano. Solo se tiene el uno al otro y es lo que más cuidan. 

Huían de la asfixiante inflación argentina, y en plena crisis mundial se han situado al frente de una tienda de pueblo transatlántica, Pueblo Chico en la Calle Los Picos, 17. Desde allí tratan con cariño y mimo a la clientela ya familiar en tan solo un año. «¿Qué tal estás Miguel, te cortaste el pelo?», se escucha a Mariela desde el mostrador. Por las estanterías productos selectos y artesanales almerienses, junto a la gastronomía gaucha, los mates, las pipas… La fusión ha sido inmejorable. 

Mariela Nuín López detrás del mostrador. Foto Melanie Lupiáñez

“Arrancamos cuando nadie podía salir a la calle. Esos meses fueron de auténtico terror. El local era un desastre, empezamos a pintar, a arreglar, no teníamos provéedores, no teníamos casi nada«; explica Ariel entre sorbo y sorbo a su mate mientras no para de moverse por la trastienda. Todo a media luz, como si del famoso tango de Carlos Gardel se tratara.

¿De dónde viene ese nombre tan peculiar?

“Siempre me gustó el dicho ‘Pueblo chico, infierno grande’. En todos los pueblos chicos, dentro es un infierno grande. Eso se refleja muy bien en nuestro quehacer cotidiano, un sitio chiquito pero en la parte de atrás es un gran horno donde se preparan las mejores recetas. Además, me gusta la palabra pueblo porque la gente lo identifica con lo casero, lo artesano, lo familiar.” Vitrinas repletas de alfajores, dulces típicos, vinos almerienses, infinitas variedades de pan de Abla, miel y patatas fritas artesanales de Olula del Río, chocolates artesanos de la Alpujarra, conservas de pulpo…

Aunque, sin duda, la joya de la corona es el inmenso cartel que preside la entrada del establecimiento, una llamada a todo aquel que desee degustar empanadas gauchas tradicionales con cualquier relleno imaginable -criollas, de atún, de pollo, de queso y albahaca-… “Lo mejor es que el olor sale por la puerta y eso atrae a nuestros clientes porque la cocina es casera. Me gusta llamar la atención. Prendo el horno al mediodía para llamar y a eso de las 7 de la tarde para la cena. Con una empanada de estas y una ensalada ya tienes una comida completa”, aclara el cocinero entre risas.

Ariel Nuin, propietario del colmado.
Ariel Nuín López. Foto Melanie Lupiáñez

Ante esta situación, ¿qué es lo que les empujo a emprender en un negocio de proximidad?

Al tendero se le abren los ojos. «Yo trabajaba como cocinero en el Mercado Central de Almería y por la situación me echaron. Mi hermana Mariela hacía alrededor de un año que estaba acá y tampoco conseguía trabajo, así que nos armamos de valor y juntos creamos una cooperativa con los poquitos ahorros que teníamos. Fue el momento en el que abrimos la tienda, así nos sustentamos solos». 

Aunque los proveedores eran escasos, el argentino ya tenía un recorrido. Participó dando talleres dentro de las actividades que el Ayuntamiento de Almería junto al sector hostelero programó bajo el marco ‘Almería Capital Gastronómica 2019’.

«Todos los carteles de la tienda los hice yo, con los costes que supone abrir un negocio en pandemia, encima hay que economizar. Lo hice de forma manual con papel de periódico, plastilina y pintura. Si hubiera sido por mí, todo el local hubiera sido de madera con un estilo más rústico porque ese sería el sentido pero no puedo porque tuve que adaptarme a lo que tenía», muestra con orgullo el chef.

Entonces, ustedes han sido emprendedores con muy poquito…

«Nosotros comenzamos con la asociación FAECTA, quienes representan y defienden los intereses de los cooperativistas de trabajo en Andalucía. Fomentan el emprendimiento y nos han ayudado en todo porque el dinero no lo teníamos. Hicieron el contacto con el banco, nos trajeron los técnicos, los detalles para cuando viene la inspección de sanidad…»  

Es indiscutible que la calidad marca la diferencia, los hermanos sabían que tenían que pararse, observar y dar lo mejor ante un público que los fue guiando en el quehacer y en los productos más demandados. “Somos argentinos y en nuestra tienda debemos tener un trocito de patria pero lo mejor es que ofrecemos una mezcla entre productos de Almería y de Argentina que hacen que tengamos la diferencia con el resto de tiendas del barrio. Todo lo hemos realizado con ingenio y buen trato.” Prueba está en la buena aceptación por parte de gente joven, familias con hijos e, incluso, gente mayor que se han hecho habituales.

Detalle del cartel de la entrada. Foto Melanie Lupiáñez

«Tengo mi propia bandera, el chimichurri argentino, una salsa que regalo a mis clientes y les paso receta para que sepan utilizarla, especialmente para los niños. La gente se queda enloquecida porque aquí nadie regala nada. No tienen una atención al público tan cercana como me gusta a mí.” Ariel esboza una gran sonrisa de satisfacción, un claro ejemplo de que lo que cuenta lo hace con orgullo.

Hay un dicho en su país que dice: ‘Si se rompe, lo atamos con alambre.’

Hubo tantas crisis económicas y sociales desde Perón hasta ahora que el país está hecho un completo desastre. Te tienes que ir adaptando con lo que tienes; es crisis más crisis. Cuando vivía allá tenía una empresa de catering. Iba negocio por negocio vendiendo mis comidas, tenía mis clientes de las mañanas y de las tardes. Yo siempre funcioné con el boca oído. Incluso ahora Pueblo Chico funciona así, no hacemos uso de las redes sociales. La inflación era cada vez más grande, lo que compraba hoy y vendría cuando iba a volver a comprar me salía el doble. Entonces ya no di más y pensé que tenía que venirme a España y cambiar de vida. Mi hermana Mariela y yo somos solteros, no teníamos nada que nos atara.”

Ariel Nuin desde Pueblo Chico. Foto Melanie Lupiáñez

Oriundo de Neuquén, en el centro del país latino, Ariel llegó en 2004 a Las Negras con un permiso de trabajo sin ubicar ni siquiera dónde estaba Almería en un mapa. Fue un buen amigo quien lo animó. Sus raíces españolas -concretamente, vascas y gallegas- por parte paterna y materna, respectivamente, le otorgaron una oportunidad de oro. “La verdad que todo en esa época era diferente a ahora. Se ha convertido en un lugar muy pijo aunque conserva su esencia hippie.»

Al tener esa genealogía, su familia pudo obtener la doble nacionalidad por arraigo familiar. «Es más, fui el primer argentino de España retornado en 2009 cuando Zapatero facilitó que los extranjeros pudieran volver a sus países de nacimiento, cobrando la mitad de paro aquí y la otra mitad allá. ¡Hasta te regalaban el pasaje de avión! Toda una política para dar trabajo a los españoles durante la crisis del ladrillo».

Detalle de Carrot Cake. Foto Melanie Lupiáñez

Allá todavía queda uno de los cuatro hermanos. «Queremos que se vengan todos. Ahora la cosa está complicada con la situación de la pandemia que no pueden salir del país y después hay que vender todos los bienes y propiedades que hay allí porque no lo puedes dejar tirado así como así.»

No es tan fácil pero son las paradojas del destino, sus abuelos lo dejaron todo para irse allí y buscarse la vida y ahora ellos son los que retornan para buscarse la vida acá. «Además, que hay algo más importante que lo económico y es la seguridad con la que se vive en España. Vivimos con tranquilidad y eso no hay peso en el mundo que lo valga», añade con energía el tendero.

En el diccionario de vida de ustedes no existe la palabra miedo, ¿cierto?

No, verdaderamente yo no sé que es eso. El secreto es fijarse, ser sociable e intentar dar lo menor de ti. Es verdad que con la situación que estamos pasando, no es lo mismo tener negocio propio que trabajar para alguien… Te llevas el trabajo a casa. Cuando hicimos la cooperativa teníamos permiso para tener menaje, para hacer talleres de cocina, catering… Pero claro la situación y yo solo… No puedo hacer nada.

Queríamos haber traído a una sobrina nuestra que nos ayudara en la tienda, pero no se pudo hacer la nacionalidad porque era mayor de edad y como está la situación.

Si mi hermana no hubiera venido yo no podría haber abierto la tienda porque no puedo estar dentro del almacén y detrás del mostrador, ni hacerme cargo de las facturas, proveedores y atención al cliente. Los número los hace ella, yo solo se de cocina. ¡Con la mano rota que tengo, ya me hubiese fundido todo! Ariel rompe a reír. Mi hermana es mi gran apoyo y la que da estabilidad a toda la parte de negocio.

Porque el argentino siempre va buscando la plata…

Sí, es nuestra fama (los hermanos rompen a reír). Somos más individualistas que otros latinos, aunque tengamos clientes paisanos, el argentino no anda buscando otro argentino. Somos latinoamericanos pero, por ejemplo, tengo amigos que les dicen panchitos de forma cariñosa; nosotros les decimos Machu Pichu (risas, otra vez). Luego alguien llama a los latinos panchitos y te dicen: ‘no es por ti’. ¡Cómo si yo no fuera panchito! A mí no me ofende, puedes llamarme todo lo pancho que tú quieras; lo que pasa es que nuestro país tiene mucha influencia de España e Italia, muy europea.

Mención aparte en el tema gastronómico, porque tiene una clara influencia italiana…

No hay que decir más; cuando nos ponemos al frente de los fogones, somos italianos ‘cento per cento’.

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Latinoamérica

El único taxista negro de Almería: Santos

Cruzaba presto por el Paseo de Almería y unos ojos salieron a mi encuentro. En la parada de taxis un conductor negro manejaba el coche, entonces quise conocer su historia. “Es ecuatoriano y lleva la licencia 28. Llama a central”, me dijo un compañero del gremio. El protagonista de hoy es Santos Alberto Almán Medina, por ahora el único afrolatino taxista de Almería.

El caballero de la camisa inmaculada, mejores formas y puntualidad inglesa, toma asiento y comienza a narrar su historia, paso a paso, desde el provinciano que nunca había salido de Guayaquil hasta el padre que procura un futuro mejor para sus hijos. “Los estudios no te los quita nadie”, dice quien acusa la vulnerabilidad del analfabeto, más que el azote del racismo.

Llegó a Almería en 2003, dejaba en Ecuador a su mujer y 3 hijos, el menor de 7 años. Vino a nuestra tierra de la mano de su hermana mayor, con la intención de trabajar unos años y sacar dinero para comprar un taxi nuevo en su país.

Distancia que separa Guayaquil de Almería.

“Nunca había salido de mi país, hice trabajos que jamás hubiera imaginado”, confiesa Almán. En el sentido estricto de lo que significa confesar, sacarse del pecho las espinas a golpe de palabra, porque todos soportamos el humano derecho de cometer errores y redimirnos con el perdón de los hombres.

El taxista recuerda con precisión milimétrica las fechas, las cifras y las sensaciones que se anudan en la garganta. En Almería, bajo el mar de plástico apenas pasó 2 meses, en unas condiciones a su parecer hostiles, mal pagadas y sin el ansiado permiso de residencia. A pesar de haber empezado joven a trabajar, a los 14 años ya se las ganaba en un taller de chapa y pintura hasta que llegó a ser maestro, la realidad a la que se enfrentó superó cualquier expectativa.

Las canteras de mármol de Macael

Lo más cumbre que me dio fue cuando llegamos al tajo y había al menos 10 bañeras de piedras de mármol, pero unos piedrones. Teníamos que partir las piedras a mano. Ahora no me puedo quejar porque me ha ido bien, pero si volviera a nacer te digo que no lo hacía. Estuve allí de 2004 a 2006, allí me hicieron los papeles.

¿Cómo podía sobreponerse a este sufrimiento?

El coraje lo sacaba para mandar dinero a mi familia, tenía que mandarles dinero para los estudios de mis hijas, la comida, porque ellos dependían de mí.

Almán había dejado que un compañero ecuatoriano explotara su licencia, además de la encomienda de pasar 100 dólares al mes a su familia, una cantidad suficiente para mantenerse. Pero al poco tiempo los pagos empezaron a demorarse y colgó los dados.

El ansiado permiso de residencia era el boleto ganador, trabajó 6 meses más en las canteras hasta que se cumplió el contrato y volvió a casa por primera vez en 3 años.

“Cuando regresé mi hijo menor tenía 10 años y mis hijas 16 y 17. Además en ese tiempo solo podíamos comunicarnos por un locutorio, no había redes sociales. A veces me gastaba un buen dinero hablando dos y tres horas con mi familia”, recuerda el taxista.

A veces la gente lo ve a uno y piensa que lo que uno ha hecho ya se lo ha ganado. Pero no saben las consecuencias que tiene esa persona, lo que ha pasado para llegar a donde está. Nadie sabe lo de nadie”, dice el chófer.

Fotograma de Santos Alberto Almán por Javier García Soria. Realización y producción.

Al regresar a España se sucedieron los trabajos en diferentes empresas de urbanismo. En una de ellas, Aral, se encargaba de la maquinaria, cargar y descargar los camiones de materiales, etc. Era la época buena de la construcción, se necesitaban muchos trabajadores. “Vino a la obra un amigo mío que era ingeniero, pero no había convalidado sus estudios. El encargado me decía ‘¿Santos a quién has traído aquí este es un buen elemento?’, así él iba con los planos y yo con el dumper y el torillo”, relata el ecuatoriano.

Corría el año 2007 cuando “a través de un amigo me enteré que podía sacarme el permiso municipal de taxi. El encargado, Antonio, me decía: ‘déjate del carnet del taxi. Santos aquí no te va a faltar el trabajo’, pero uno tiene que tener un as debajo de la manga. Al año siguiente comenzó a flaquear el trabajo, la empresa terminó por cerrar y me quedé parado. Aproveché ese tiempo para meter currículo como conductor”, recuerda Almán.

Después de 2 entrevistas fallidas se le dio la oportunidad y comenzó a trabajar como conductor profesional. Un recorrido de 3 horas por la ciudad, para quitar las telarañas tras 7 años de desuso, una puesta a punto al taxímetro y a rodar. El propietario de la licencia le dio las llaves del garaje y del coche, Santos empezaba de nuevo en el turno de 16.00h a 06.00h.

Almán al volante. Retrato por Melanie Lupiáñez

Y en la de prosperar estuvo y anduvo hasta que se dio la oportunidad de comprar una licencia en Almería. Primero encontró una licencia en Huércal que podía explotar en Almería y así se quitaba de la noche, pero a los 6 meses los compañeros almerienses se quejaron, así que le tocó cambiar. Claro que por el camino conoció a un compañero al que ahora llama amigo, Juan, recuerden el nombre que desvelaremos el misterio.

“Todo el mundo busca un porvenir mejor, si fueras yo ¿qué harías?”

“Hice cuentas y vi que con lo que pagaba por el alquiler de la licencia, más la seguridad social, se me equiparaba a la letra del banco si compraba la licencia”. Aunque entonces el banco financiaba el 100% de la licencia, fue su amigo Juan de Huércal quien le echó una mano.

En 11 años Almán será el legítimo propietario de la licencia 28 para entonces espera jubilarse a sus 67 años. Ahora el relevo lo lleva su hijo, Antoni Almán Correa, un estudiante de Gestión Laboral de la UAL, quien explota de vez en cuando el taxi para sacar su dinero. Pero el chico dice que quiere ser funcionario de prisiones, y no hay nada más español que querer ser funcionario.

Santos junto a su licencia , el tiempo no acompaña, pero la sonrisa siempre puesta. Foto por Melanie Lupiáñez

¿Compensa hipotecarse para tener un trabajo?

«Sí, aunque el taxi haya decaído porque han salido todas estas plataformas. El taxi es un mundo». Y al montarnos con Santos en su coche vemos como este es su espacio.

¿Cuándo pudo traer a su familia?

Pude traer a mi mujer y a mi hijo menor en 2009 por una reagrupación familiar, pero mis dos hijas no pudieron venir porque eran mayores de edad. Esto me duele mucho, me he gasto un dineral para que por lo menos una de mis hijas pudiera venir cuando estaba en la universidad, siempre me lo denegaban, incluso recurrí al Tribunal Superior de Justica a través del abogado Pedro Elías.

Desde 2012 no veo a mis hijas, ni pudimos ir a la boda de la mediana que estuvo retrasando el casamiento para venir a España, pero ya empezaron a cancelar los vuelos con el COVID…

¿Ha vivido situaciones racistas?

“El racismo está bastante erradicado, pero todavía hay quien le cuesta. Hay quien se me queda mirando en el paso de peatones y le tengo que decir: ‘chacho, cruza hombre, vamos rápido’”, el protagonista rompe a reír.

Una vez me pasó que yo estaba primero y una señora con su carrito de la compra llegó al taxi y al verme se tiró para atrás. Se fue para el otro coche y mi compañero le dijo que me tocaba a mí. La señora respondió: ‘yo no me voy con ese negro’ y mi compañero le dijo: ‘bueno, pues si no se va con el negro, se va andando’, Santos cuenta la anécdota entre risas.

Y, por cierto, quiero decir que no soy el primer taxista negro de Almería, el primero fue Vicente de Guinea Ecuatorial que ya falleció.

Señor Almán, gracias. A usted y a quienes hacen que Almería sea tierra de todos. 

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