Los nómadas de piel bronce
- 4 de noviembre de 202129 de noviembre de 2021
- por Melanie Lupiáñez
Puede que la vida solo sea vivir como la hoja que es arrastrada por el viento, sin itinerario fijo, sin más pretensión que el día presente, sin cinismo, sin prisa… Siento atracción por la gente que hace de la calle su casa, por los músicos, por los artistas, por las mentes inquietas llenas de filosofía de conocimientos que no caben en el ajetreo y la rutina.
Era un martes y salía de la Escuela un rato antes con cierta sensación de escozor porque abandonaba una actividad que de alguna forma de enriquecía. Atenta al móvil, recorría la Plaza de los Burros cuando salieron a mi encuentro dos estatuas vivientes. Eran un hombre y una mujer que tomaban café y fumaban tabaco de liar en el Bar Colón; no podía creer lo que veía. Componían una escena costumbrista entre pinceladas bronces y grises guarecidos del incesante viento que soplaba furioso, descansando de miradas ajenas.
Laura y Bart se conocieron en la escuela de mimo de Barcelona, Moveo, y desde hace 6 años vivien como nómadas. Todo empezó en el Camino de Santiago, a pie hasta Finisterra (Galicia) se quedaron sin dinero y empezó a suceder la magia, describen. “Creía que me iba a morir cuando nos quedamos sin dinero, pero después te das cuenta que las cosas suceden, no pasamos hambre ni un día”, dice ella. Desde entonces, viven con lo que cabe en sus mochilas: un tuper lleno de hierbas medicinales, su atrezzo y la tienda de campaña. Suelen pasar los veranos al norte y los inviernos al sur. El plan de ruta pasa por los pueblos donde son bien acogidos, allí repiten el itinerario.
Llegaron a Almería para participar en el Concurso Internacional de Estatuas Humanas celebrado en El Ejido a finales de octubre donde Bart ganó el primer premio con un personaje a quien tuvo que bautizar por primera vez, un alter ego mímico.
Bart vino desde Polonia a los 16 años y todavía le queda un marcado acento que combina de manera cómica con su perfecto español. “Yo ya llevaba años en la calle antes de entrar en la escuela. Desde pequeño me dedicaba a la música, hice conciertos, dos discos incluso; pero al venir aquí no iba a cantar en polaco a los españoles, sería contradictorio. Además, el acento siempre se me iba a quedar. En 2012, conocí a mi primer maestro de mimo, Pawel Osmanovic; fue profesor de danza en Suecia y a parte llevaba 13 años de calle, así empecé”.
“Hacía mucho el trayecto Barcelona, Finisterra porque leía a escritores de la generación beat y estaba flipado con eso, así empecé a viajar a dedo”, continúa el polaco. «Tuve dos épocas de vivir en la calle, en la calle, calle. No me gustan las comunas porque cada una tiene un enfoque y no tiene cabida el individualismo. La primera vez que viví en la calle antes de viajar, ahí te cambia algo. Vives en una sociedad que te genera un miedo a perder la casa, el trabajo, todo, lo sentimos lo peor, el fin. Llega un momento en que te encuentras en esa situación y no mueres, te das cuenta de que no se acaba el mundo”.
¿La primera vez que viviste en la calle fue por circunstancias de la vida o lo elegiste?
Lo elegí, tenía 18 años recién cumplidos y ya con esa edad estaba independizado. Fue voluntario y una experiencia que te cambia, cuando acabas en la calle tu vida nunca vuelve a la normalidad porque pierdes el miedo que mantiene la vida convencional, el miedo que mantiene a la sociedad trabajando. No tienes el miedo de lanzarte al vacío, porque qué te puede pasar. Cuando has empezado tu vida de 0 5 veces una vez más te da igual. Después volví a trabajar, hice el camino de Santiago, viajé a dedo y conocí a mi maestro de mimo en 2012 y mi vida empezó a cambiar.
Entonces profesionalizasteis el ser mimos…
En este punto se miran el uno al otro, como sin saber muy bien a qué me refiero con eso de profesionalizar y puntualizo. Entendemos por profesionalizar, hacer una profesión de… Es de lo que vivís. Se ríen y contesta Laura: “entonces, sí”. Él lleva 9 años y ella 6 como artistas callejeros. Ha caído la noche y empieza a refrescar, se alojan en el camping de La Garrofa, los eucaliptos sujetan los vientos de su tienda, además de hacer de soporte para las anillas. Bart que es de mente inquieta anda preparando un máster en nutrición deportiva y calistenia.
Laura hacía teatro desde pequeña, como actividad extraescolar, se formó en una escuela profesional de teatro pero a la hora de enfocar la formación hacia televisión se encontró fuera de lugar. A sus 27, ingresó en la escuela de mimo porque ella ama el teatro y estar con la gente.
¿Qué es lo que más os gusta de trabajar con gente?
Laura sale al paso: “cada lugar es diferente creo que en el norte de España a la gente no le gusta que interactúes tanto, les gusta ser más espectadores. Sin embargo, en lugares más al sur les gusta más lo contrario, que te muevas, interactúes”.
“Hace 10 años se vivía la época dorada de Las Ramblas de Barcelona llenas de artistas callejeros, pero empezó a desmadrarse un poco, llegaba cualquiera y hacía cualquier cosa. A día de hoy, los artistas son autónomos y pagan sus cuotas”. Bart tiene su opinión al respecto, piensa que el público se quema de la saturación y la falta de profesionalidad.
¿Podéis llegar y montar vuestro espectáculo donde queráis?
“Es relativo, no hay una ley que lo regule en España depende de cada ciudad. Para cada artista hay una historia no es igual para nosotros que para los músicos por la contaminación auditiva, los artesanos…”, dice Bart.
Cuando pregunto por los personajes, sus miradas vuelven a cruzarse en un intento de adivinar qué van a decir o quién contestará primero, unas risas y arranca Bart. “Mi personaje nunca tuvo nombre, a la hora del concurso lo tenía que nombrar, pero es un trabajo puramente corporal, le puedes poner tu paja mental aunque es difícil explicarlo con palabras, es como explicar una danza. Nació hace años y es mi alter ego, tiene sus propia relación con la gente, le cae mejor que yo”. Laura sale al paso: “Y sonríes más cuando llevas contraje”.
El personaje que representa Laura fue bautizado por casualidad. Un día la artista trabajaba y un niño con un patín empezó a rodearla a la vez que gritaba: “Abuela Pili” una y otra vez, así fue nombrada.
¿ Podeis mantener una red de relaciones humanas?
“Sí, además la mayoría de la gente con quien mantenemos un lazo afectivo potente nuestra relación no se basa en el móvil, casi ni existe, son las visitas de cada año. Dejas de tener esas relaciones que te dicen: ‘¡ay que no me has llamado!, ¡ay que no nos vemos!’, dice él.
“No hay relaciones de día a día, no hay coodependencia claro que hacemos videollamadas con la familia. Cuando te asientas se asienta este círculo de amistades que necesitan de ese fuego. Cuando llevas una vida nómada aprendes a abandonar”.
Para Laura es un constante hasta luego, “conoces gente y te despides, a veces te da pena irte porque estabas a gusto, pero tienes el contacto de esa persona y sabes que volverás a pasar, es como un ya nos cruzaremos”.
¿Cómo vivisteis la pandemia?
“Encerrados como todo el mundo, nos pilló en Logroño, siempre paramos unos meses en invierno para arrancar en primavera y justo cuando íbamos a salir… El confinamiento. Cuando no podíamos trabajar pues al final no nos quedó otra que endeudarnos, como gran parte de la sociedad”, dice él.
“Cuando salimos lo primero que hicimos fue ir a ver a la familia, después de la cuarentena yo me quedé un poco tocada”, dice Laura. Fue la primera vez que la pareja se separó durante un periodo de 3 meses.
¿A quién echas más de menos cuando sales, Laura?
“No lo sé, supongo que a la familia”. Después de reflexionar un poco contesta con seguridad: “A la abuela.»
¿Qué es lo que más os gusta de ser nómadas?
“Que si te cansas de un sitio, te vas. Lo que nos pasa es que cuando en un sitio se genera una rutina y cada día empieza a ser muy monótono, nos agobia”.
“El desafío constante, el cambio”, dice Bart entre los silencios. Considero que vuestros desafíos son mucho más grandes que cualquier reto que me pueda poner día a día. El polaco clava sus ojos azules en los míos y dice: “Creo que si lo experimentas durante un tiempo, te das cuenta que es un instintonprimitivo, cuando te parece que un lugar no te ofrece vas a buscar otro que te ofrezca. Claro que repetimos sitios, mira los golondrinas”.
¿Tenéis una cuenta bancaria?
Después de la pandemia nos tocó hacernos una porque no se podía pagar en efectivo para comprar los billetes de autobús.
Conocemos gente de diversa índole, después miras la agenda del móvil y cada uno es de un sitio. Además, esta gente después se conocen entre ellos gracias a nosotros.
Creís en la amabilidad de los extraños…
Sí, han tenido muchos gestos bonitos con nosotros no podríamos destacar uno. Pero sin ir más lejos el invierno pasado estuvimos en el camping de Plasencia, no pudimos salir de Extremadura porque cerraron las comunidades y la mujer del camping nos dejó un bungalow al mismo precio que la parcela de la tienda. Hacía tanto frío que se congelaba el aceite, pero nosotros estuvimos muy bien, gracias a este gesto.
La magia hay pero tienes que dejar el espacio para que ocurra, si controlas todo desde que te levantas hasta que te acuestas ¿dónde queda? Un amigo mío caminante decía: ‘En la viña del Señor hay de todo menos uvas’.
Y la vida sigue, y el sueño pasa y bajo el puente de la Garrofa, a pesar de lo desapacible del tiempo, todavía queda espacio para una conversación sin prisa, para los peculiares, para aquellos que abren caminos inescrutables para otros.